Era el mes de marzo de 2001 y acompañados con dos de sus hijos, nos encaminábamos a la puerta de salida del domicilio –cercano a la escuela secundaria federal “Froylán Parroquín García”- del hombre que nació un 19 de marzo de 1905 y que llevó a la fama a personajes como María Félix, Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz y Elsa Aguirre, por citar algunos.
Al agradecerle el tiempo dedicado a La Unión de Morelos para la entrevista, y acercarle la mano, don Miguel reaccionó de una manera inesperada: blandió de manera insólitael bastón de madera con el que se apoyaba al caminar y lo interpuso entre él y yo.
De una manera sorprendentemente rápida llevó a cabo ese movimiento circular, mientras decía lo que todos los presentes escuchamos: “No sé el porqué de esa costumbre que tienen aquí, de quererle acariciar la piel al macho...”
Hasta llegué a pensar que el casi centenario –en ese entonces- y ya legendario cineasta estaba bromeando. Su rostro serio me decía otra cosa.
También me puso a imaginar si realmente necesitaba ese bastón para moverse o si simplemente era parte de una caracterización –como la de muchos de los personajes a los que dirigió en el cine- apropiada al “look” de anciano de cabellos y larga barba blancos que el tiempo le había diseñado.
Nadie de los presentes reaccionó ante lo sucedido y el ambiente de eternidad que tomaron los breves segundos, sólo fue roto cuando las dos personas maduras que nos acompañaban se acercaron a mí para pedir una disculpa.
El próximo miércoles 20 de abril, se cumplirá una década del fallecimiento del reconocido realizador de trabajos fílmicos como El peñón de las ánimas, Escuela de Música, Ahí viene Martín Corona, Cuidado con el amor, Necesito dinero, entre muchas otras.
Don Miguel Zacarías falleció en Cuernavaca en el año 2006. Durante la entrevista concedida a este medio destaqué la impresión que provocaba al verlo: “más que parecer un personaje de película, da la impresión de ser un auténtico protagonista de los relatos bíblicos: un patriarca emanado del Antiguo Testamento.”
Y añadí que “su rostro cubierto por barba y cabellos blancos, así como el bastón en el que se apoya para caminar, son sólo los elementos más visibles para hacer esta comparación”.
Y lo decía porque el célebre director del cine mexicano, “también se asemeja a los antiguos jefes de las tribus hebreas en la longevidad a la que ha llegado con plena lucidez mental, en su vitalidad prolífica al ser padre de muchos hijos –sus películas- y en la verdad que se encierra en sus palabras”.
En la charla, don Miguel habló de muchos temas y artistas a los que dirigió, y hasta se dio tiempo para leer varios de los piropos que escribía para las mujeres, en tarjetas que se reproducían con una rosa en la portada.
Cuando llegó a su casa de Cuernavaca, después de haber viajado desde la ciudad de México, fue recibido por sus hijos y después por mí que ya lo esperaba en la sala. Cuando llegó y después de saludar, se acomodó en un sofá floreado, desde donde se dejó tomar varias fotos.
La primera sorpresa vino cuando, inmediatamente después de acomodarse en su lugar, empezó a gritar pidiendo un vaso con agua: “¿Qué no hay nadie que atienda a su pobre padre cansado?”, dijo, y pocos momentos después apareció uno de sus hijos con la ansiada bebía: “ya papacito, no se enoje, aquí está”, le dijo tranquilizándolo. Después se soltó a hablar y no paró.
En esa conversación, don Miguel dijo a manera de síntesis de lo que había sido su vida hasta entonces: “En mi vida hubo de todo, pero la vida, sea como sea, buena o mala, uno la ama y no la quiere perder, pero hay que procurar que sea la mejor posible. Yo he vivido la mejor de las vidas, por una razón: a mí me inculcaron, desde niño, que el valor de un hombre consiste en lo útil que es a los demás. Y que el crimen más horrible es perturbar o hacer infelices a los otros. Una de mis mayores satisfacciones ha sido haber hecho feliz a la gente con mis películas.”
Las palabras que añadió, confirmaron la impresión que su imagen me provocaba: “hay que seguir las normas de Dios, que son dos: una, la regla de oro, no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. Con eso está usted en paz con todo mundo. La segunda es: trata a los demás como tú quisieras ser tratado. Con esas dos normas vive usted una vida completamente feliz., no puede usted tener enemigos, pero además debe de tener sentido del humor, como yo, que en mi vida me he dedicado a hacer películas que divierten”.
Seguramente a don Miguel esto último se le olvidó minutos más tarde, al finalizar la conversación. No vi ni un asomo de sonrisa en su rostro cuando su bastón se interpuso entre mi mano y él.