Como un libro de historia nacional abierto, de las paredes de la galería “Víctor Manuel Contreras” cuelgan piezas que dan cuenta del mundo mesoamericano: Vista de Teotihuacán, Jugador de pelota, Traslado de roca en balsa, Reconstrucción del templo de Quetzalcóatl en Teotihuacán, Voladores en Tajín y Cacería de patos.
Otros de los cuadro se titulanLabrado de cabeza olmeca, Ceramistas zapotecos, Construcción de pirámide de Sol en Teotihuacán, Construcción de choza semisubterránea, Pasado y futuro, entre otros y hasta completar 15, elaborados en su mayoría en el periodo 1965- 1966.
El texto de sala lo escribe Pedro Miguel y dice:
“Una diferencia importante entre Iker y uno es que, cuando uno viaja, suele visitar museos; en cambio, cuando Iker viaja, suele diseñarlos. Y como es un viajero incansable, ha hecho más museos de los que han visto no pocos turistas empedernidos.
“Con Iker aprendí que el proceso es al revés: que la dignificación de los objetos restituye a los humanos y a su trabajo su propia dignidad, y que todo artefacto guarda un saber sobre sus creadores.
“Para hacer hablar a las cosas, Iker no emplea el método del torturador, sino el del seductor: les ofrece que sus historias serán escuchadas por muchas personas del presente y del futuro, les promete ponerlas en contacto con individuos que aprenderán de ellas, les propone convertirse en puente y vínculo entre personas de distintas épocas, latitudes, colores y credos. Y les cumple.
“No quiero emplear el término ‘seducción’ en su sentido de manipulación y aprovechamiento, sino en el que denota un acto de amor. Porque, como él mismo lo reconoce, Iker está enamorado de los objetos.
“Iker es también un productor de objetos, un hombre curioso ante todos los materiales que le fueron dados por la naturaleza y por los otros hombres: cemento, pintura, carbón, látex, fibra de vidrio, cartón, madera, tela. Su capacidad creadora no puede constreñirse a términos rígidos como pintor, escultor, dibujante, arquitecto u orfebre. Iker transforma lo que toca, no en oro sino en algo más valioso: en expresión, en reflejo del mundo, en documentación fiel o en retrato de lo imposible.
“Y si en su trabajo museográfico se muestra el sentido estético del artista, en la obra del artista se percibe el rigor del académico. O no: o se da rienda suelta a una libertad juguetona que deja las decisiones al arbitrio de los propios materiales, y entonces se descubre que el carbón y la fibra de vidrio y la loneta y el azul de Prusia traían ya en sus genes, o perdón, en sus moléculas, la proporción áurea. Y la obra restituye la propia dignidad de los materiales.
“Me parece que una de las claves en el espíritu de Iker es el respeto y la comprensión del quehacer humano en todas sus expresiones.
“Larraruri es un artesano y un artista, pero también un especialista y un técnico, y un erudito que se ha hecho a fuerza de enfrentar y resolver problemas, pero también montado en las ganas de conocer de todo y sobre todos y en la amplitud de espíritu para abordar cualquier asunto sin ideas preconcebidas. No: Iker no es un renacentista, sino un hombre de sus siglos, el XX y el XXI”, concluye el escritor.