Lo hace a partir de sus recuerdos de la infancia, de sus contactos con los grandes títulos en su juventud y de los procesos que lo llevaron a convertirse, ya de adulto, en escritor de biografías de personajes relevantes y de novelas policías.
Hay algo más: también lo hace a partir del disfrute del lenguaje con que habla y de la conciencia de saberse escuchado.
Durante la presentación del autor, dentro de la Feria del Libro Para Leer en Libertad, realizada en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), el pasado lunes 2 de mayo, Paco Ignacio se dio el lujo de no soltar a sus escuchas sino hasta que terminó de exponer todo lo que vino a decirles acerca del placer de la lectura.
Lo mismo hace en sus libros: una vez que pesca a sus lectores, no los suelta hasta que llegan a las últimas páginas, aunque en varios de sus tomos haya que recorrer cientos y cientos de ellas (Ernesto Guevara, también conocido como el Ché; Pancho Villa: Una biografía narrativa, por ejemplo).
“Si un libro no lo gozan, mándenlo a chingar a su madre, es un derecho sagrado”, exclamó el novelista para disfrute de su auditorio, que celebró la manera informal y relajada con la que llevó a cabo la conferencia inaugural de la feria.
Al final de su presentación reveló a los asistentes por qué escribe novelas policías: Los lectores necesitan luz al final de túnel y en mis historias los hijos de la chingada no siempre van a ganar, como sucede en la vida real, dijo en resumidas cuentas.
Entre título y título, entre recuerdo y recuerdo, también se dio tiempo para hablar de la “quinta esencia del pensamiento profundo nacional: el albur”, de cuyo conocimiento fue dotado, dijo, luego de haber sido alumno de la secundaria número cuatro, en donde fue el promedio más alto de calificaciones.
Y como botón de muestra, enunció el albur que le pareció más acabado de los que conoce: “Te tapo con cemento y te dejo el albañil adentro”, expresó mientras las risas iban propagándose exponencialmente entre los que captaban el sentido de ese juego de palabras.
*UN UNIVERSO QUE ESTABA ESCONDIDO
Paco Ignacio nació hace 67 años en Gijón, Asturias, en España, y sus primeros recuerdos con los libros vienen de su infancia, cuando era un niño enfermizo que vivía “en una ciudad proletaria del norte” de ese país.
En aquellos años, recordó, tenía todas las enfermedades, la televisión no había llegado y la radio era horrible. “Era un niño enfermizo y me solté leyendo y descubrí el universo que estaba ahí escondido”.
Una vez realizado ese hallazgo, afirmó que aprendió a simular sus enfermedades para evitar ir a la escuela y tener más tiempo para leer. “El médico estaba espantado, porque tenía enfermedades dos veces... hasta que mi padre intuyó que algo raro estaba pasando en mi vida”, refirió.
Rememoró que Paco Ignacio Taibo I, su padre, le propuso: si no te enfermas esta semana te regalo los 21 tomos de Los Pardaillán, la célebre serie de novelas francesas escrita por Michel Zévaco.
“Me apendejé y no me enfermé: ahí se me acabó el chance”, contó como final de esa primera experiencia, “y a partir de ahí tuve que inventar otros métodos para poder seguir leyendo”.
De esa época provienen la lectura de Los tres mosqueteros, Veinte años después y El conde de Montecristo –cuanto más grueso el libro mejor, con cuatro días “enfermo”, ya chingué, dijo del último título-, pero también una anécdota que no olvidaría: en la escuela, “me pusieron una madriza la vez que me disfracé de Robin Hood”, personaje que lo fascinó porque robaba a los ricos y lo obtenido se lo daba a los pobres, aseguró.
Combinaba mis lecturas de literatura con mis observaciones críticas, añadió tras asegurar que era “un adolescente de fines de los 50 que no vivía en el nivel de universalidad banal de hoy. Uno vivía placenteramente estos mundos oscuros de aventuras”.
De manera divertida, dijo que el protagonista de la novela de Alexandre Dumas, después de haber sido prisionero –“el Castillo de If está cabrón”-, se escapa metido en una bolsa donde simula estar muerto. Y después va por un tesoro en donde había hasta pesos mexicanos de plata.
Por eso, hizo una reflexión de vuelta a la realidad, “a los mexicanos algo nos debió haber pasado, (que) después de haber tenido pesos de plata (ahora) tengamos gobernantes pendejos”.
*LEER Y DORMIR PARADO EN EL TRANVÍA
Mencionó que otro de sus métodos para seguir leyendo era hacerlo de noche, en su cama, en donde hacía una especie de tiendita de campaña con las sábanas y donde mordía una linterna que traía en la boca para iluminar las páginas.
También que, de joven, aprendió a leer parado en el tranvía, pero además a dormir en la misma posición, porque en la noche continuaba leyendo “furibundamente”.
“Seguí leyendo en el transporte público del DF”, añadió, hasta que, nuevamente su padre, le abrió otra posibilidad, cuando le dijo que podía disponer de dos o tres mil pesos para comprar una carcacha.
Yo le dije: “vamos pensándolo, pero nunca aprendí a manejar”, porque en lugar de gastar en el auto, invirtió en Heminway, Dos Passos y Faulkner, entre otros.
Agregó que aún sigue leyendo de pie en el transporte público: “no tengo bronca en que me agarren las nalgas, pero sí en que me muevan el libro”, admitió para diversión del público.
*LA LECTURA COMO FENÓMENO SUBVERSIVO
De manera reflexiva, apuntó que no sabía si la literatura amplía la inteligencia, “lo que sí modifica es la amplitud del mundo en el que vives”, pero además tiene otro elemento: el placer de abrirte mundo y sostuvo que para un chavo que lee en la noche, “la lectura es un fenómeno subversivo: es ser otro mientras lees”.
Después del 68, añadió, “descubrí con pasión la historia de México”, aunque tenía un pero: le fue enseñada por malos maestros, quienes se la habían echado a perder, “en la prepa me la acabaron de estropear”, enfatizó.
De ese año en donde se ganó el derecho a ser mexicano -una vez que te disparan los soldados lo adquieres, argumentó-, vino su descubrimiento del cura Miguel Hidalgo, que hablaba siete lenguas, que trajo a Moliére a la oscura Nueva España y que levantó a 25 mil indios en armas, relató con emoción.
“A partir de ahí empieza mi fascinación por la historia de México. Y a leer, a leer furiosamente”.
Sobre su libro de Pancho Villa, consideró que “Villa es la venganza. Cuando lo escribí dije: no voy a hacer teoría sobre la venganza, sino a hacer una historia”.
Dijo que después llegó una etapa en donde ya no sólo era lector, sino que, tras haber escrito decenas de libros, se podía considerar un escritor, lo que a la fecha le provoca una especie de “complejo de culpa, cuando digo que soy escritor”
Y señaló que aunque le gustaría poner en su pasaporte que su profesión es ser lector, hay algo que se lo impide: “La burocracia es culerísima: no te permite ser feliz”.
*AHÍ ESTÁ LA SAL DE LA TIERRA
Durante el anecdotario, Paco Ignacio también contó de manera divertida el origen del cuento Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero, a partir de su apoyo y asesoría a obreras de Tejidos Imperial. “El pueblo es a toda madre, ahí está la sal de la tierra”, definió.
Acerca de sus simpatías políticas, expresó que cuando se levanta en las mañanas y se ve en el espejo, se da cuenta de algo: “sigo siendo de izquierda”, en un país en donde el PRI, el PAN y el PRD, se la viven “reprimiendo, abusando, haciendo marranadas”.
Precisó que si bien la literatura tiene voz y autonomía, eso no significa que el escritor viva relegado de la realidad, “estoy intentado decir: libertad para defenderse de los abusos del poder, para leer, para crecer, para generar el debate”.
Refirió que si bien en la educación formal se tienen que hacer lecturas como Mío Cid, La Ilíada o El Periquillo Sarniento, recomendó que “si un libro no lo gozan, mándenlo a chingar a su madre, es un derecho sagrado” y que, de plano, mejor había que leer una de sus novelas policíacas, Batallas en el desierto –de José Emilio Pacheco- o De perfil –de José Agustín-, “lo que les dé su chingada gana”, resumió.
Para terminar su personal travesía bibliográfica –y antes de afirmar que Mujercitas, de Louisa May Alcott, “es como Hola –la revista-pero en versión literaria”-, el escritor dijo que su tiempo como lector, “han sido años muy placenteros, duros, en momentos asfixiantes” y puso como ejemplo de eso último que la lectura del libro Ayotzinapa, horas eternas, de Paul Mónaco, “me dejó seco”.
En ese sentido, a manera de revelación declaró: “Los lectores necesitan luz al final de túnel. Que no siempre los hijos de la chingada ganan. Por eso escribo novelas policíacas”.
Manifestó que la brigada de la que forma parte, ha regalado a la fecha un millón de libros, “no sólo invitamos a leer, regalamos libros” y recordó a su auditorio, a modo de despedida, que “leer es un ejercicio de libertad, practíquenlo”.