Rebasó también el objetivo de tratarse de una actividad para acercar a los niños a la música de grandes autores, como el ruso Sergei Prokofiev (Pedro y el lobo), el húngaro Ferenc Farkas (Danzas antiguas de Hungría) o el mexicano Bonifacio Rojas (Suite del Circo).
El concierto del pasado domingo 5 de junio, tuvo relevancia porque se trató de un ejercicio no apto para “niños autómatas”, que invitó a los menores –y sus papás- a “no estar metidos todo el tiempo con la tecnología”; y a evitar el anquilosamiento de una capacidad que existe para echarla a volar –como los globos de colores que se desprendieron de un ramillete, al final de la función- y que cada día se ve más avasallada por una realidad virtual: la de la imaginación.
Los cinco músicos y el narrador –todos vestidos de manera informal, con playeras de diferentes colores, como los globos- pusieron a trabajar esa facultad entre los integrantes del público que los veían y escuchaban.
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La obra compuesta por Prokofiev –para orquesta sinfónica y narrador-, tuvo un arreglo especial por parte del quinteto, para su interpretación con instrumentos de aliento.
Cada uno de los personajes de Pedro y el lobo fue interpretado –en la parte final del concierto- por un instrumento; y ayudados por los sonidos, los miembros del público tenían que imaginar y recordar quien era quién.
De esa manera, cada vez que el narrador hacía alusión a Pedro, era todo el quinteto el que lo representaba; un pajarito era encarnado en el sonido de la flauta; el oboe representaba al pato; el clarinete, personificaba a un gato silencioso; el abuelo de Pedro era la presencia sonora del fagot; en tanto que el lobo tenía una caracterización singular, en la voz del corno francés.
Los cazadores que iban tras el feroz animal y los disparos que hacían para atraparlo, también era la conjunción del ensamble completo, integrado por Francisco Ramírez (flauta), Georgina Sotelo (oboe), Ismael Sánchez (clarinete), Armando Hernández (fagot) y Fernando Torres (corno francés). Carlos Álvarez fue el narrador que le dio voz a la historia.
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Además de crear situaciones simpáticas y hasta de suspenso, en el desarrollo del relato musical, la obra aportó a los niños una enseñanza de vida: el valor de un chico no está peleado con su nobleza, puesto que Pedro –al final- no sólo pudo atrapar al lobo, sino que evitó su sacrifico entre las balas de los cazadores... y mejor pidió que lo ayudaran a llevar al animal al zoológico.
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Pero el esfuerzo de los músicos se desplegó desde el comienzo del concierto, al invitar a imaginarse la corte de Hungría del siglo XVII y los momentos –todos musicalizados- en que el rey y la reina salían del palacio para dar inicio a un festejo.
O bien, imaginar el estado de guerra del imperio; la diversión del pueblo en los grandes bailes y hasta las reuniones de la gente de los puertos en los mercados, donde predominaban los contrastes de aromas y sabores, los diferentes idiomas y los productos de lejanas tierras.
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“¡Qué bueno es viajar en el tiempo con la música!”, dijo el narrador, para después generar expectativas en sus escuchas ante el anuncio que hizo de la llegada del circo y dar paso a las composiciones de Bonifacio Rojas, en donde, musicalmente también, el quinteto recreó la presencia del payaso.
Ese personaje invitó: “la ilusión hay que buscarla en las pequeñas cosas cotidianas”, y pidió dejar “esos odiosos aparatos –de las nuevas tecnologías- en casa por un rato”, dijo.
De esa forma, llevó a los niños a imaginar el suspenso de ver el acto de los trapecistas, el número de la danza de los perritos bailarines, de los caballitos y, claro, del malabarista en la cuerda floja.
Un “¡cuidado!, oh... qué susto”, en medio de su relato de las peligrosas suertes de ese personaje del circo, realmente hizo creer a los niños que algo grave estuvo a punto de suceder.
Los globos de colores amarrados a las sillas en el escenario, que al comienzo del concierto habían servido para llamar la atención de los pequeños, al final fueron agrupados en un gran ramillete y cada uno de los pequeños que se acercó recibió uno, a fin de no olvidar que su imaginación, también puede volar, como esos ligeros objetos.