Galileo pasará a la historia por ser el primer ser humano que apuntó el telescopio al cielo. Supo de su existencia a través de un científico francés llamado Jacques Bovedere el cual, a su vez, había oído que un óptico de Holanda lo había construido.
Tradicionalmente se considera como inventor del telescopio a Hans Lippershey, un hombre muy hábil puliendo lentes que vivía en Midelburgo. Según una vieja historia, seguramente apócrifa, la idea se la debemos a uno de sus hijos que un día, jugando en la tienda de su padre, cogió dos lentes y las alineó, y mirando por ellas se dio cuenta de que los objetos lejanos parecían más próximos.
Verdad o leyenda, lo cierto es que el 2 de octubre de 1608 Lippershey presentó los documentos para la concesión de la patente ante los Estados Generales de los Países Bajos. El diseño consistía en un tubo con dos lentes, una de ellas fija (el objetivo) y la otra móvil (el ocular) destinada a enfocar, y tenía un poder de aumento de X3. Al invento lo llamó su kijker, que en holandés significa 'espectador'. Pocas semanas después otro holandés, Jacob Metius, presentaba su propia patente. El gobierno holandés, viendo que no podía dirimirse con facilidad la prioridad de esta invención, no se la concedió a ninguno de los dos, y eso que Metius presentó una declaración del famosísimo René Descartes en el que afirmaba que él era el verdadero inventor. No sabemos qué sucedió en los meses siguientes pero Metius retiró su patente y no permitió que nadie viera su telescopio. El enfado tuvo que ser muy grande porque en su testamento ordenó que todas sus herramientas y diseños fueran destruidos para que nadie se beneficiara de ellos.
Pero el asunto no termina aquí. Zacharias Janssen, otro fabricante de lentes holandés y falsificador de monedas que vivía en la misma ciudad que Lippershey, también entró en la contienda reclamando su parte del pastel. Para emborronar más la historia su hijo, Johannes, declaró bajo juramento que Lippershey le había robado el diseño realizado por su padre en 1590.
Al final el que sacó tajada fue Lippershey: hizo algunas modificaciones a su invento original -entre ellas desarrollando un modelo binocular, los prismáticos- y el gobierno holandés le pagó 900 florines por su invento.
Curiosamente el nombre de 'telescopio' no lo acuñó ninguno de sus inventores, sino el griego Giovanni Demisiani, teólogo, químico y matemático del cardenal Gonzaga, obispo de Matua y Tarazona. El bautizo se celebró en la Accademia dei Lincei de Roma el 25 de abril de 1611, cuando Galileo presentó su versión mejorada del telescopio al celebrarse su nombramiento como nuevo miembro.
Sea como fuere, lo cierto es que la idea del telescopio llevaba rondando por la cabeza de muchos desde hacía tiempo. Ya en el siglo XIII el filósofo Roger Bacon había escrito que mediante una combinación apropiada de lentes y espejos “desde una distancia increíble podremos leer las letras más minúsculas… y se harán descender al alcance de la mano el Sol, la Luna y los planetas”. Sin embargo, había un impedimento tecnológico: el pulido de las lentes. Fue la aparición de métodos más perfeccionados lo que permitió su aparición.
Por supuesto, la aparición del telescopio en sí mismo no cambió el mundo. El momento decisivo, lo que marcaría de forma indeleble su influencia en la historia, fue un día de 1609, cuando Galileo Galilei apuntó su recién construido telescopio al cielo: descubrió estrellas en esa banda lechosa nocturna que es la Vía Láctea, montañas en la Luna, los cuatro satélites de Júpiter y manchas en el, hasta entonces, inmaculado Sol. Sus primeros descubrimientos astronómicos los publicó en una pequeña obra que tituló Sidereus Nuncius (El Mensajero Sideral).