Soy hija académica del Dr. Kurt Bernardo Wolf, la única mujer a la cual le dirigió su tesis doctoral en Física. Bernardo, mi profesor, amablemente me permitió que le hablará de tú y me formó como científica enseñándome el lenguaje de Dios, “la matemática” y que la Ciencia era “BELLA”. Bernardo era un amante de la belleza, en su más amplio concepto. Se embelesaba frente una montaña (en sus juventudes me contaba que las escalaba y hasta subió el monte Kilmanjaro), la difracción de los polvos en el ambiente que producía diversos tonos de rojo al atardecer, la perfecta armonía espacial que permitía los eclipses totales de Sol, la música (le encantaban los compositores rusos, pero también disfrutaba la música de banda que se oía en la radio de su hermosa Cuernavaca), la literatura (recitaba a Pushkin en ruso perfectamente y citaba párrafos del Fausto de Goethe en alemán), la pintura, escultura (en su casa tenía obras que había traído de sus viajes a África), la arquitectura, las culturas (es una de las pocas personas que habían recorrido todo el mundo, visitando en África el Nilo blanco que era uno de los ejemplos naturales de fractalidad más claros) y las demostraciones matemáticas. Bernardo veía el universo en un espacio fase, en dimensiones mayores a las que los demás humanos podíamos. Me hizo comprender que la óptica podía plantearse en otro lenguaje, el de Hamilton, el del espacio fase, lo cual la hacía una teoría elegante en la que las aberraciones producidas por lentes eran términos en una expansión en series. Me enseñó la transformada de Wigner con la analogía de una partitura musical en la cual nos interesaba no solo saber que nota tocaríamos (frecuencia) sino en que instante hacerlo (tiempo) y como aplicar dicha transformación para encontrar el holograma físico de señales, en particular se divertía mostrando que la transformada del gato de Schrödinger no era más que la suma de las transformadas de las señales originales y entre ellas estaba el término de interferencia al que Bernardo llamaba “la sonrisa del gato”. Más aún me mostró que usando los momentos estadísticos de la transformada de Wigner podíamos ver los cambios en la dinámica de un medio muy usado en óptica, el de Kerr no-lineal, disfrutó cuando la transformada de Wigner de la propagación en dicho medio pasaba de una dinámica determinista al caos y a regímenes resonantes. También con él encontré una nueva forma de ver los potenciales que describen el comportamiento atómico y molecular, al ver como la transformada de Wigner en los distintos niveles de energía se curvaba con el surgimiento de nuevos “montecitos” en la parte cóncava. Adiós a mi padre académico quien me enseñó a ver la belleza en el universo.
Kurt Bernardo Wolf en Cuernavaca. Muchos lo recuerdan vestido de blanco
Escuela en Zacatepec
Mariano López de Haro, Instituto de Energías Renovables, UNAM, miembros de ACMor.
Conocí a Bernardo hace poco menos de 50 años cuando fue mi maestro en un curso “experimental” que impartió con José Luis Abreu sobre Variable Compleja y Funciones Especiales y Transformadas Integrales en la Facultad de Ciencias de la UNAM. En dicho curso, en el que mis resultados fueron solamente regulares, Bernardo se hizo cargo del segundo tema para el que contaba con unas notas impresas que años más tarde se transformaron en un libro: Integral transforms in Science and Engineering (Springer Science, New York, 1979). De esa época recuerdo su peculiar figura y vestimenta, pero la verdad no tuve entonces mayor trato con él. Nuestros caminos se volvieron a cruzar cuando ambos nos vinimos a vivir a Cuernavaca, particularmente en la fundación y actividades posteriores de la Academia de Ciencias de Morelos (AcMor) y en la participación como jurados evaluadores en los Congresos de Investigación que ha organizado el CUAM por más de 30 años. Nuestra interacción más reciente fue en como vocales en la Mesa Directiva de la AcMor de 2019 a 2021 y sin llegar a ser amigos íntimos, si me precio de haber gozado de su amistad. Quiero resaltar su carácter observador, su pasión por los viajes y su gran capacidad para escribir textos, muchos de los cuales fueron publicados en esta columna. También su preocupación por divulgar la ciencia, haciéndose cargo de muchísimos coloquios impartidos en cuanta escuela remota del Estado fue invitado. De hecho, pude constatar su gran popularidad en estos centros cuando, con la ocasión de la entrega de un premio a profesores a la que asistimos por parte de la AcMor en una escuela en Zacatepec hace tres años, no solamente los directivos sino una gran cantidad de alumnos lo recibieron como si hubiera sido un ícono del rock y le mostraron respeto y mucho cariño. Y sé que esa situación se repetía en cada visita. Finalmente quiero señalar su fina ironía y gran sentido del humor que me hicieron pasar muchos ratos agradables y que sin duda echaré mucho de menos de hoy en adelante.