El 85% de la población mundial vive bajo cielos afectados por la contaminación lumínica, un problema que va más allá de dificultar la observación de las estrellas.
Esta forma de contaminación, provocada por el uso excesivo de luz artificial durante la noche, repercute negativamente en los ecosistemas, la salud humana y la ciencia astronómica.
Alicia Pelegrina, de la Oficina de Calidad del Cielo del Instituto de Astrofísica de Andalucía, subraya que, aunque asociamos la luz con el progreso, es esencial reconocer sus efectos contaminantes.
La contaminación lumínica incluye desde la intrusión lumínica, que introduce luz donde debería reinar la oscuridad, hasta el brillo artificial que dificulta ver los cielos estrellados.
Imagen de Getty Images
Este fenómeno no solo afecta zonas urbanas, sino también áreas naturales protegidas, llegando a distancias de hasta 300 kilómetros. Entre las medidas para mitigarlo, Pelegrina recomienda el uso de lámparas LED anaranjadas y un alumbrado público más racional que incluya sensores de movimiento.
Además de alterar el comportamiento de aves migratorias y devastar poblaciones de insectos nocturnos, la contaminación lumínica interfiere con el reloj biológico humano, elevando el riesgo de múltiples enfermedades. También perjudica la observación astronómica e impide a las futuras generaciones la experiencia de contemplar un cielo estrellado.
España, con ciudades como Madrid, París y Milán, lidera el consumo per cápita de alumbrado público en Europa. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, en Estados Unidos y Europa, el 99% de las personas viven bajo cielos contaminados por luz, una cifra que aumenta anualmente en un 2%.
La lucha contra la contaminación lumínica es una tarea colectiva que requiere la colaboración de todos los sectores de la sociedad para proteger tanto nuestro medio ambiente como nuestro legado cultural y científico.