Aprovecho para desear éxito, salud y bienestar a nuestros lectores durante 2012.
El pasado mes de diciembre comenzaron a llegar hasta los propios domicilios de la gente que vive en la región sur –y sin duda, también en el resto del estado– una gran cantidad de felicitaciones de parte de servidores públicos, pero también de personas que apenas quieren serlo. Más aún, en espectaculares, “spots” de radio y TV, los funcionarios y los que quieren serlo manifestaban sus “más sinceros deseos de una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo”, por ejemplo.
Muchos de ellos incluso repartieron juguetes, roscas de Reyes y demás cosas que hicieran sentir feliz a la gente.
Desde luego, me refiero a todas y todos aquellos que buscan ser postulados a cargos de elección popular y que de cualquier manera, legal o no (generalmente no lo es), buscan posicionar su imagen ante la sociedad para ser favorecidos por sus partidos.
¿Se imagina al funcionario del que sabemos defraudó a los ciudadanos en cargos anteriores, desearnos que se materialicen nuestros mejores deseos?
¿O aquel otro u otra, manifestarnos, que con todo corazón nos vaya bien?
Más aún, ¿desearnos felicidad, cuando –en algunos casos– la causa de la infelicidad, podría haber sido justamente, su mal desempeño como servidores públicos?
Se suele felicitar y dar buenos deseos a los familiares, a la gente cercana, a los amigos, pero no se acostumbra a hacerlo a quien no se conoce y no por otra cosa sino porque el afecto requiere de emoción de una persona por la otra. Por lo tanto, ¿qué tan sincera puede ser que una persona X –aspirante a una candidatura– cuando se desborda en buenos deseos hacia otra, que apenas conoce? Y, si no es sincera, ¿qué tan ciertas y reales podrán ser después sus promesas de campaña?
La intención de hacerse notar ha hecho que los diferentes aspirantes a cargos de elección popular hagan y digan cosas que no sienten, contribuyendo con ello a devaluar aún más el discurso político.