Las guerras tienen consecuencias fatales que afectan no sólo a los bandos en conflicto, sino a toda la sociedad donde se desarrollan. Genocidio y desplazamientos son dos ejemplos que muchas veces se muestran a la vista de todos.
La Segunda Guerra Mundial movilizó a millones de personas en busca de salvar su vida; algunas lo consiguieron, pero otras murieron en el intento. Sin embargo, a muchos sobrevivientes les tocó vivir un segundo infierno, un drama del que no todos salieron vivos.
El año pasado era muy común ver, leer o escuchar acerca de los sirios que huían de su país ante la arremetida del autodenominado Estado Islámico –que, dicho sea de paso, recibía y recibe ayuda de Occidente– en busca de derrocar a un gobierno electo de forma legítima e imponer a alguien más que obedeciera otros intereses.
Este hecho generó que la población se desplazara. Las imágenes que mostraban los medios de miles de familias que recorrían kilómetros y kilómetros a pie en busca de refugio sólo mostraban una parte del drama que enfrentaban. Aunado a ello, en muchos países no eran recibidos con agrado.
Esta semana la recomendación gira en torno a las dificultades que sufren familias refugiadas en busca de salir de un país que los oprime. Se trata de El hombre es un gran faisán en el mundo (Punto de Lectura, 2009), de la escritora rumano-alemana Herta Müller (Nobel, 2009).
La autora nació en una familia alemana que huyó de la guerra y se instaló en Rumanía en busca de refugio. Sin embargo, lo que en un principio sería una solución terminó por ser un escalón más en descenso al infierno.
Ante la llegada de Nicolae Ceaușescu al poder se desató una persecución contra la población germana que vivía en Rumanía. La propia Herta Müller fue víctima de la opresión a la que poco a poco fue sometido el pueblo rumano. Opresión, pobreza y desesperanza eran el día a día.
En El hombre es un gran faisán en el mundo la autora aborda la historia de una familia de origen alemán que aguarda para poder abandonar Rumanía. Sin embargo, la autorización no es sencilla. Para obtenerla más pronto, Amelie, hija de Windisch (uno de los personajes centrales), se ve en la necesidad de ofrecer favores sexuales a un sacerdote y a un policía.
La pobreza, el miedo y la zozobra dominan las vidas de los personajes. A través del peculiar estilo de la autora –a veces contenido, como gritos pausados–, la tensión impregna las páginas y encontramos una resignación que conmueve.
En otra ocasión he destacado que una de las grandes virtudes de Herta Müller es la construcción de atmósferas –En tierras bajas, La bestia del corazón–. En El hombre es un gran faisán en el mundo el lector se encuentra –como en otras obras de la escritora– ante un ambiente que asfixia, que sofoca. Todo parece gris: los árboles, la gente, las cosas, el futuro…
La novela muestra las condiciones en las que vivían las familias alemanas –y no sólo las alemanas– en la Rumanía de la postguerra. Bajo el constante acecho de los colaboradores del gobierno, los habitantes se mueven entre el miedo y la angustia, ante el ojo de un aparato policial que los vigila día y noche y el cual los aplastará ante el primer movimiento en falso.
Es una obra breve (140 páginas), pero contundente. Los ambientes lúgubres se ven iluminados por la potencia de la prosa de Müller, cuya concesión del Nobel permitió hacerse de un mayor número de lectores que, como el que esto escribe, han encontrado en la obra de esta autora una voz que nombra a los otros.
En cuanto al título de la novela, la propia Herta lo explica: «En rumano es muy frecuente decir: “He vuelto a ser un faisán”, que significa: “He vuelto a fracasar”, “No lo he logrado”. O sea, en rumano, el faisán es un perdedor».