De la literatura del Oriente lejano tenemos apenas noticias. En nuestros días, Haruki Murakami es acaso el escritor de mayor popularidad en Occidente gracias a las altas ventas de sus obras, aun cuando Japón ha legado al mundo autores de la talla de Yasunari Kawabata (Nobel, 1968), Yukio Mishima, Kōbō Abe, Ryūnosuke Akutagawa, entre muchos otros.
De esos lares también se conoce a los chinos Gao Xingjian y Mo Yan, quienes obtuvieron el Nobel en los años 2000 y 2012, respectivamente. Sin embargo, se conoce poco de la literatura de otros países de la región.
A propósito de ello, esta semana recomiendo un volumen de cuentos titulado Lluvias (Ediciones del Ermitaño, 2007; traducción de Kim Uh-sung e Isabel Ishiharada de Lee), del sudcoreano Yun Heung-gil (1942).
La editorial mexicana Ediciones del Ermitaño se aventuró a traernos obras de las dos Coreas, ante la falta de oferta editorial de dicha región, puntualmente en nuestro país. Se conoce poco de los autores de esas naciones, pero este sello cuenta con su «Colección de literatura coreana», que es precisamente a la que pertenece Lluvias.
La obra está conformada por seis cuentos, entre los que sobresale la guerra entre Corea del Norte y Corea del Sur. Es un tema recurrente en Heung-gil y aparece en varios cuentos que componen el volumen.
El primer texto es justo el que da título a la obra: «Lluvias». En esta historia se da cuenta del conflicto entre las dos abuelas del protagonista, un niño que relata el origen de la pelea entre las ancianas.
Un hijo de una de ellas colabora con el bando comunista, pero la otra parte de la familia está en contra de ese sistema. El caso es que, cierto día, seducido por un soldado que le ofrece chocolates, el niño da información que deriva en la muerte de su tío. De ahí nace el odio entre las abuelas y las disputas diarias –ambas viven en la misma casa, por la guerra– que terminan por mermar en el ánimo de toda la familia. Es una historia algo extensa, narrada y detallada con maestría.
El segundo cuento, «Cordero», es tan brutal como el anterior. Otro niño narra la historia de su hermano menor, un pequeño que tiene discapacidad intelectual y al que debe cuidar. Cada vez que la madre vuelve a casa, le pregunta al mayor: «¿Todavía no se muere ese maldito?»
El narrador cuenta cómo era la vida durante la guerra, cómo el acecho de los comunistas no dejaba tranquilas a las familias del sur. Da parte también de las andanzas de Yunbong (el hermano menor) en las jornadas diarias. De cómo se vuelve la atracción al entonar los cantos de los militares comunistas con un estilo particular.
El hermano mayor sufre ante cada embestida de su madre. No entiende por qué espera la muerte de su hijo más pequeño. El relato conmueve y orilla al lector a pensar siquiera cómo es posible que un niño deba vivir en un ambiente de hostilidades, indiferencias e injusticias, aderezado con el sabor de la guerra.
En «Lluvia de golpes», el autor abandona el ambiente rural para trasladarnos a la ciudad. El centro de la narración es un café poco convencional donde los clientes son casi obligados a tomar un café que sabe a agua sucia. Pero es lo que hay, casi expresa la joven camarera, mientras la dueña escucha las quejas de los visitantes.
Aunado a lo anterior, el ambiente en el café es sombrío, oscuro. Sin embargo, cierto día la luz se hace en el lugar y el café no sólo se vuelve potable, sino rico. El cambio de cocinero da otro rostro al lugar. No obstante, hay en el cuento un toque de fantasía que hacia el final dibujará una amarga sonrisa en el lector.
«Alas o esposas» es el cuarto cuento. En éste, Yun Heung-gil aborda un conflicto obrero-patronal. Una mañana, los trabajadores de una fábrica encuentran una circular en la que se indica que se ha tomado la decisión de que los obreros deberán portar uniforme a la brevedad, pero se «tomará en cuenta» la opinión de los trabajadores.
A raíz de dicha circular, los obreros –que se oponen a ser uniformados– inician discusiones que trasladan hacia un café cercano a la factoría y que supondrán el comienzo de una lucha en la que deberán participar todos.
Hay en este relato una crítica al trato que las grandes empresas suelen tener no sólo en Corea del Sur, sino en prácticamente el mundo entero, en contra de los trabajadores. El final del texto genera cierta amargura y acaso desesperanza.
En «Leña», el quinto cuento, vuelve el ambiente rural. Otra vez, el narrador es un niño. Se trata de una conmovedora historia en la que el hijo narra las andanzas de su padre para conseguir leña.
Sin embargo, en una de esas búsquedas encuentra una sustancia que aparentemente tiene valor comercial. De ahí que el hombre se empeñe en conseguirla a toda costa, aun si debe infringir la ley. El niño cuenta sus temores, porque sabe que se trata de un robo.
El último texto, «Una flor silvestre en la memoria», aborda el tema de los desplazados por conflictos bélicos. Aunque no es el tema central del relato, sí es el gancho.
Derivado del conflicto, miles de familias se vieron en la necesidad de abandonar sus hogares y trasladarse por zonas donde muchas veces no son bien vistos (en la actualidad aún ocurre).
Cierto día, varios desplazados abandonan un pueblo, pero en el lugar se queda un «niño» que en principio no es bien visto. El narrador, otro infante, lo presenta ante su casa con la intención de que su madre le ofrezca algo de comida. Sin embargo, la mujer se muestra reticente.
Su actitud cambia cuando el refugiado le muestra un anillo de oro. Le dice que pensaba dárselo a cambio del alimento. Entonces, la madre accede e incluso le ofrece la casa para quedarse, pues entre ella y el padre sospechan que tiene más anillos.
Acaso la avaricia es el motor de los adultos, en este cuento. Sin embargo, el narrador va más allá y relata las vivencias del desplazado en su tierra. El final es triste, como casi todo el libro.
Una de las grandes virtudes de Yun Heung-gil es el lenguaje. En sus páginas hay lirismo que hace de cada cuento una experiencia triste, pero a la vez satisfactoria. Heung-gil es un narrador espléndido que no se guarda la poesía para contarnos historias.