La Tinta Insomne

La persistencia

Martín Cinzano
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Sobre Árbol de jilgueros, de Claudia Sánchez Cadena. Cuernavaca, Fedem, 2018

Épocas pasan (algunos caen) y se sigue vinculando de alguna manera a la poesía con la ornitología. La correspondencia entre aves y poetas va desde el trino hasta la pluma y todo lo que a partir de ahí, incluso para la reseña más pajarona, podría venir. El poema se podría incluir entonces dentro de ese vasto género de la ensoñación que es el pajaroneo, al incurrir en una distracción alevosa pero también en el vuelo rapaz en torno a algo que no aparece o sólo se vislumbra a retazos.

En Árbol de jilgueros de Claudia Sánchez Cadena se planea sobre una pérdida registrada, casi al modo de crónica, desde un inicio, en el primer texto (“Abril”), y es ese rodeo el que finalmente posibilita y constituye el poema. Son, en su mayoría, textos breves los de este libro, también breve (lo cual lleva a pensar ―y a esperar― uno más extenso). Casi totalmente dispuesta en un tono apelativo, la escritura se detiene sobre un pasado de sombras y hojas secas entre las que sin embargo crece una voz sutil, como quien susurra bajo un árbol de otoño y prefiere pensárselo dos veces antes de romper en llanto. No se trata de poesía de la nostalgia ni de textos recapituladores de la desdicha. Continuar aleteando sobre esa nada que es el lenguaje, en especial el de la poesía, requiere de un cierto desconocimiento de la experiencia, una incomprensión acerca de lo ya-acontecido que es por tanto incapaz de “cerrar ciclos” o de “hacer el duelo”, tal cual se oye con (demasiada) frecuencia en nuestro balbuceo cotidiano de psicólogos ambulantes. A contramano, aquí leemos: “Acuno pájaros en mi regazo / huellas de un tiempo inhabitable.”

Son dichas huellas las que conducen a indagar también en otras; pues si hay entrevero de ramas en el árbol de Claudia, los Nocturnos de Xavier Villaurrutia y trechos de Alejandra Pizarnik y Jorge Teillier recalarían aquí como jilgueros de la persistencia. Del último, especialmente, se recogerían los frutos de la voz familiar, aquella destinada a la conservación del mito, entendido éste también como una “canción de infancia” llena de ausencias, sueños, cobijo, humo y silencio. Árbol de jilgueros continúa dicha canción, su recuerdo hecho presente y carne y jardín, con una sonoridad que, tal cual dice Bachelard acerca de la auténtica poesía, sitúa al lenguaje “en estado de emergencia”.

 


Noviembre 2018

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