El destino elige a sus hombres en la cuna.
A menudo, a cada uno de estos hombres
les está reservado un careo con su propia muerte.
Georges Arnaud
De acuerdo con un informe de la OCDE publicado el año pasado, México es el país con el salario mínimo más bajo entre los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) e incluso de toda Latinoamérica.
Una de las principales características del capitalismo es la explotación laboral. En numerosos lugares, el hombre es sometido a excesivos trabajos a cambio de una paga que apenas si alcanza para adquirir lo más básico que le impida morir de hambre; padece condiciones infrahumanas a costa de llevar un plato de comida a su familia. No es casual que, en pleno siglo XXI, la esclavitud esté disfrazada de trabajo: a mayor miseria general, mayor ganancia de particulares.
Por ejemplo, pienso en las galeras de la zona sur de Morelos: entre tizne, bagazo, lodo, debajo del sol pleno; entre el silencio y los gritos contenidos, decenas de jornaleros se ven en la necesidad de destrozar sus vidas durante hasta dieciséis horas al día a cambio de un salario miserable. Si es que les pagan, porque casos hay en los que incluso ellos son quienes «les deben» a los explotadores.
En torno a este tema gira la recomendación de esta semana. De la pluma del francés Georges Arnaud (1917-1987) salió una obra maestra que da cuenta precisamente de los abusos y de la indolencia del capitalismo, sobre todo en países subdesarrollados: El salario del miedo (Debate, 1995), una novela que fue publicada por primera vez en 1950 y adaptada al cine en 1953 por el director Henri-Georges Clouzot.
Ese mismo año, la cinta obtuvo la Palma de Oro en la categoría de Mejor Actor (Charles Vanel) en el Festival de Cannes y el Oso de Oro en el Festival de Berlín. En 1954 se alzó como Mejor Película en los Premios BAFTA.
La novela transcurre en un país tropical (Guatemala). Una compañía petrolera contrata a gente para realizar trabajos de alto riesgo. Arnaud cuenta la historia de cuatro trabajadores que tienen que transportar nitroglicerina en camiones.
Los lugares por donde deben transitar son pedregosos, con caminos destruidos, entre selva y ríos: la menor sacudida provocará una explosión que terminará con la vida de ellos, sin ninguna responsabilidad por parte de la compañía contratista.
Con maestría, el casi olvidado Georges Arnaud (Montpellier, 1917-Barcelona, 1987) sumerge al lector en un ambiente de constante tensión y suspenso dignos de mencionar; uno respira el miedo de los protagonistas, se mete en una inmovilidad a tal grado que el solo hecho de respirar se convierte en sinónimo de peligro ante el temor de la explosión: «El miedo. Está ahí, sólido, presente y estúpido, no hay manera de escapar» (p.73).
Página tras página fluye como gotas de sudor en el rostro ansioso, angustiado. Hay en esta obra, considerada de corte existencialista, una narrativa impecable, de alto valor, más allá de la temática que aborda.
La novela invita a la reflexión, a voltear la mirada hacia esos sectores –invisibles cuando no ignorados– que con la esperanza de sobrevivir, de mejorar las condiciones de sus familias, se vuelven víctimas de un sistema avasallador cuyo único interés es acumular riqueza, aun a costa de muertes que pasan desapercibidas. Es una obra que aborda a los hombres, con un tratamiento excepcional.
En lo que se refiere al autor, Georges Arnaud fue acusado del asesinato de su padre y de su tía, en 1945. Estuvo preso durante diecinueve meses y después fue absuelto. Esta experiencia, su decepción del sistema judicial francés, lo orilló a viajar a Sudamérica, donde vivió miserablemente.
Arnaud se enfrentó al gobierno de Francia en 1950, año en el que apoyó al movimiento independentista argelino. Se trató, pues, de un autor comprometido, de los que escasean en el mundo hoy en día y que prácticamente está relegado, salvo por algunos intentos editoriales por reeditar su obra.