La risa es terapéutica, se sabe. Bajo esa premisa, la risa debería ser utilizada como antídoto para combatir la zozobra de nuestros días, para pintarle la cara a la terca realidad, que se empeña en ver desmoronadas nuestras esperanzas.
Hemos sido azotados por una pandemia que ha hecho estragos en el país y en prácticamente el mundo entero. Al tema económico se suman las afectaciones emocionales que han experimentado cientos de personas a raíz del encierro obligado. Si es que hubo posibilidades de encierro sin necesidad de salir de casa en busca del sustento y, con ello, elevar la probabilidad de contagiarse de esa cosa que ha puesto de cabeza al orbe.
Porque no es lo mismo aislarse de manera voluntaria, buscar la soledad por uno mismo y no que ésta sea una imposición. Ello merma en el ánimo, definitivamente.
Hay caras largas, pues, por doquier. Siempre he creído que así como la risa, la lectura es terapéutica. Si bien un libro puede ser visto como un objeto de lujo –sobre todo en estos días aciagos–, siempre queda abierta la puerta para acceder al muy vasto mundo de la literatura.
El humorístico es un género complicado de crear. Esta semana mi recomendación gira en torno a la figura del polaco Sławomir Mrożek (Borzęcin, 1930-Niza, 2013), un autor del que ya he escrito en este espacio acerca de su novela El pequeño verano y el libro de relatos El árbol y que se trata de un maestro del humor surrealista.
En esta ocasión recomiendo leer Juego de azar (Acantilado, 2017), un volumen que contiene treinta y cuatro cuentos breves que no dejarán indiferente al lector. Por el contrario, lo hará soltar alguna carcajada de cuando en cuando.
En la obra de Mrożek es común encontrarnos con críticas al régimen comunista, situaciones grotescas y absurdas. Sus historias, llenas todas de un humor inteligente, generalmente acontecen en pequeños pueblos polacos.
Así, nos encontramos con el texto «Subir de categoría», que se desarrolla en un municipio que busca hacerse de fama internacional para atraer al turismo. Para ello, el alcalde considera importante contar con algún criminal que haga volver la vista hacia ese lugar. Hay un ladrón, pero de poca monta. Se les ocurre entonces que a ese ladrón lo entrenarán para volverse famoso y elegante. Sin embargo, el hombre cede a la presión que todo aquello le significa y termina por renunciar al pueblo.
En «La sanidad pública» el protagonista es un hombre que acude a los servicios médicos porque es necesario extraerle el apéndice. Después de llenar los formularios y demás, se somete a la cirugía. Sin embargo, al despertar, el apéndice sigue ahí, pero algo ha cambiado: ahora es una mujer. En medio de la confusión, explica para qué había acudido. Luego vuelve a someterse a cirugía. Pese a las especificaciones, despierta con otros cambios, mas no sin apéndice. Así transcurren varias cirugías de las que el protagonista convertido en mujer es atendido de casi todo, menos del mal que lo llevó al hospital.
En «El progreso y la tradición», una ciudad se enfrenta a la problemática que sucede a la llegada de la democracia, pues no saben cómo organizar el desfile con motivo del día nacional, ya que antes, durante la era comunista, se realizaba de cierta forma; pero ahora deben cambiar las cosas, sin saber cómo.
«El actor» transcurre en un cementerio, durante el entierro de un actor famoso. En la ceremonia, a otro actor, amigo del difunto, se le resbala de las manos un gorro de piel que va a dar sobre el féretro. No piensa dejarlo ahí. Para sacarlo, idea un discurso que le permite hacerse nuevamente de su objeto.
La historia que da título al libro, «Juego de azar», acontece en unas oficinas. Ocurre que el contable y el jefe del negociado comienzan a quedarse horas extras. Ambos son vistos casi como un ejemplo para el resto de los trabajadores. Sin embargo, un colega se entera de que se quedaban no para trabajar más, sino porque, cuando se quedaban solos, organizaban carreras de cucarachas. Así, se van sumando otros colegas, hasta que ocurre algo que da por terminada aquella actividad.
«El agujero en el puente» cuenta la historia de cómo dos pueblos se decían dueños de un puente que comunicaba a ambos sitios. Un día descubren que hay un hoyo en el puente, pero ninguno de los dos pueblos quiere hacerse cargo de cubrirlo. Hasta que un día llega un hombre que se dice comprador de agujeros y entonces la situación cambia.
Uno de los textos más divertidos se llama «El socio», cuyo narrador cuenta que deseaba venderle su alma al diablo. Cuando está por concretar el negocio, se decepciona al ver el diablo que se le aparece. Es un texto de apenas media página, pero muy divertido.
Cada relato de Juego de azar contiene una dosis de humor que, al cerrar el libro, permitirá al lector sentirse acaso más ligero y con un agradabilísimo sabor de boca.