Hay temas universales: la muerte, el amor, la soledad… y también los perros. La huella que
dejan estos animales de compañía se ha visto reflejada en la literatura a tal grado de formar
un subgénero. Prueba de ello es El gran libro de los perros, una antología que además de
celebrar los 100 años de Blackie Books, da cuenta del fervor que autores de todas partes
han mostrado en torno a estos peludos amigos.
A lo largo de casi 500 textos, uno puede apreciar lo diversa que ha sido esta
exploración, quizá debido a que, aun con la cercanía que experimentamos –los perros
duermen con nosotros–, al final seguirán siendo un misterio. Cuentos, poemas, aforismos,
máximas, microrrelatos, fragmentos de novelas y canciones, componen un espectro amplio
y rico de literatura canina, desde los clásicos indiscutibles hasta aportaciones más recientes.
Una de las virtudes de la antología es la manera en que está estructurada. Cada uno
de los seis apartados expone una faceta, no necesariamente dócil o domesticada, de sus
protagonistas. Por un lado, se encuentran los “Perros buenos” en donde podemos leer textos
de Patricia Highsmith, Bruno Shchulz u Horacio Quiroga; también están (en otro orden) los
“Perros atentos”, “Perros que piensan”, “Perros que no he vuelto a ver”, “Perros que te
cambian”, y los que me resultan más interesantes por sus matices, los “Perros malos”,
sección en la que se integraron relatos de Roberto Artl, Rusell Edson y Alberto Otto.
“Aquí te encontrarás –entre muchísimos otros– a perros que juzgan, perros que
salvan, perros que se rebelan, perros que trabajan, perros que te ayudan a hacer las paces
con la muerte, perros que no pueden estar sin ti, perros que llevan una flor en una oreja,
perros que cantan a pulmón batiente y perros que se comen hasta la ultima migaja de tu
plato”, dice Jorge de Cascante, responsable de la edición y del prólogo.
Entre página y página se nos va revelando el trazo de Alexandre Reverdin, quien
con una sencillez cálida y magistral recrea de manera justa instantes que arropan las
historias.
Cada lector reclamará sus ausencias. Como podría esperarse de una antología sobre
un tema tan fértil, aunque son muchos textos nunca son suficientes y se echan de menos a
algunos perros memorables: aunque un poco escondidas, las breves reflexiones de Mariana
Enríquez sobre los perros negros de los panteones de México, a los que tiene desconfianza.
O ese bello microrrelato de Juan Pedro Aparicio llamado “El cielo. Se agradece, por otro
lado, que esté presente Elena Garro con “El día que fuimos perros”.
El gran libro de los perros tiene la esencia de esos libros que marcan
emocionalmente a los lectores. Es un homenaje digno que responde al cariño que dan esos
animales. Despierta una reacción natural, casi reclamo, por la existencia de El gran libro de
los gatos; pero mientras eso llega, los ladridos de estas páginas piden atención. Es cierto lo
que dice Cascante: “Tenemos mucha suerte de que los perros hayan decidido tolerarnos (e
incluso querernos), porque si no estaríamos solos, pero solos de verdad”.
Roberto Abad