Estamos a unos días de conocer al nuevo galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Se trata de un acontecimiento que genera mucha expectativa en el mundo literario e incluso en otros ámbitos: cada año, la casa de apuestas Ladbrokes indica una lista de los mejor posicionados para recibir el más prestigioso reconocimiento de las letras en el mundo.
Siempre existirá la polémica respecto del premio: si tal o cual autor no lo merecían; si éste o aquél debieron obtenerlo; si el reconocimiento no es un indicativo de que se trata de un buen escritor o escritora… En fin, el asunto es que, guste o no, es acaso el momento anual más importante en la literatura.
Hay nombres de varios autores que no recibieron el premio y que –consideran los especialistas– debieron obtenerlo. Por ejemplo: Lev Tolstoi, Jorge Luis Borges, James Joyce, Ítalo Calvino, Umberto Eco, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar… Nadie de ellos fue galardonado con el prestigioso premio.
Esta semana me referiré a Peter Handke (Griffen, Austria, 1942), uno de estos autores que se han convertido en eternos candidatos a recibir el Nobel, pero que de antemano se sabe que muy probablemente nunca lo recibirá, en este caso, por su postura a favor de Serbia en la Guerra de los Balcanes y su rechazo a los bombardeos de la OTAN a la ciudad de Belgrado en 1999, en la aún Yugoslavia. Este hecho provocó que en él recayera la crítica, que lo colocó como partidario de Serbia, aun cuando el autor recalcaba que su rechazo estaba dirigido a señalar que no se debía criminalizar a un pueblo de forma generalizada, como lo hizo Occidente en el referido caso.
Más allá de la polémica que desató, Handke es uno de los escritores vivos más importantes del mundo entero. Su obra abarca teatro, poesía, narrativa y ensayo. Ha escrito más de setenta obras en los géneros antes mencionados. E incluso ha incursionado en el cine como guionista y director.
La obra que recomiendo es El momento de la sensación verdadera (Conaculta/Alfaguara, 1992), una novela que explora lo absurdo de la existencia a través de la experiencia de Gregor Keusching, un diplomático austríaco que cumple sus funciones en París.
Cierta noche, el personaje sueña que se ha convertido en un asesino. Este hecho marcha sobremanera el comportamiento y la vida del hombre. A partir de la mañana siguiente, despierta con una sensación de vacío que lo hace sentirse un objeto más en la cotidianeidad de la capital francesa.
Keusching internaliza sus ideas al grado de que evita hablar, tener contacto con los otros en ciertos momentos. Deambula por una París lejana al cacareado encanto de la que es objeto de halago por miles de personas. En la mirada del protagonista se trata de una ciudad incapaz de asumir a sus habitantes como personas: son otros objetos que la decoran. Nada más.
Las observaciones del diplomático, sus pensamientos, transmiten al lector una sensación de vacío a la manera de Camus y Sartre: Meursault y Roquentin habitan en Keusching, le susurran al oído lo absurdo y la angustia del mundo contemporáneo. El hombre-objeto va por la vida con la soledad clavada en el pecho, al borde de la locura.
En El momento de la sensación verdadera hay también algunas reflexiones acerca de la familia; una mención mínima a la política exterior y cómo el representante de un país debe mostrar a su nación en el extranjero. Todo ello, acumulado, genera una explosión en el ser que deviene en la más absoluta soledad, el vacío. Hay una oscuridad tal, que ni siquiera la llamada «ciudad de la luz» es capaz de iluminar.
Se trata de una obra que da cuenta de la maestría de Peter Handke, su capacidad de observación, la agilidad para atrapar al lector desde la primera frase: «¿Quién ha soñado alguna vez que se ha convertido en un asesino y que vive su vida acostumbrada sólo formalmente?» (p.13).
Estamos, pues, ante un novelista mayor que quizás no recibirá el Nobel por plantear su posición e ideas sin hipocresía.