Hace años encontré, por el rumbo de Buenavista, al escritor brasileño Francisco Juliao, figura latinoamericana que dedicó su vida a las luchas campesinas del Brasil y América Latina. Entusiasta e incansable me contó que trabajaba recopilando testimonios de los veteranos zapatistas que sobrevivían, “la mejor manera de conocer a Zapata”, me dijo, “pienso hacer un documental, pero no quiero ser el cuarto asesino de Emiliano; el primero fue Guajardo, el segundo Marlon Brando y el tercero Tony Aguilar” (y eso que no conoció el churro de Alfonso Arau y Alejandro Fernández).
Juliao agregó: “una de las mejores maneras de conocer a hombres de la talla de Emiliano Zapata es a través de la voz popular.” La más lograda y sistematizada prueba de lo anterior es la serie de entrevistas realizadas a veteranos dentro del Programa de Historia Oral del INAH (1973-74), la mejor fuente sobre la lucha del Caudillo del Sur, en el que participaron investigadores como Carlos Barreto, Laura Espejel y Salvador Rueda Smithers.
He tenido la suerte de trabajar con Salvador Rueda, Director del Museo Nacional de Historia y contrastar la valía de trabajos como el suyo, comparado con la ramplonería, por ejemplo, de la película de Alfonso Arau, a quien entrevisté en Hollywood antes de la filmación y pregunté qué libros había consultado para su guión, a lo que contestó: “No necesito leer nada, pues parto del hecho que Zapata era un guerrero sideral” (sic). Yo le contesté que las libertades para escribir una obra cinematográfica son válidas, pero su exceso es reprobable al abordar temas históricos. El mejor veredicto fue la reprobatoria respuesta del público, la crítica y el fracaso de tal cinta.
La guía y amistad de valiosos intelectuales como Salvador Rueda, Guillermo Bonfil, Rodolfo Stavenhagen y Leonel Durán reafirmaron mi decisión de recurrir a la voz de los protagonistas de los hechos, como parte esencial de múltiples trabajos. Al viajar por nuestro país he encontrado hechos conmovedores, como campesinos que guardan fotografías de Lázaro Cárdenas con la banda presidencial o la ejemplar tarea de formar un museo en Anenecuilco, encabezada por el buen Lucino Luna.
Siendo Emiliano un hombre producto de su pueblo, entre más cerca estemos de su sentir, más certeras serán las referencias a su vida, por ejemplo la magnífica museografía realizada por el jojutlense Edgar Asad, en la casa natal del caudillo, paradójicamente cerrada en estas fechas.
Por todo lo anterior quiero compartir imágenes que los 3Ríos (Adalberto, Ernesto y Adalberto) hemos capturado en diferentes latitudes de nuestro estado, mismas que patentizan la permanencia, en la memoria de su pueblo, del más grande de los morelenses en Tepalcingo, Tlaltizapán, Tepoztlán, Xoxocotla o Cuernavaca, ahora relacionado con actividades productivas, educativas o simplemente evocativas a 100 años de su sacrificio. Desde luego no se trata de propuestas plásticas salidas de la academia, ni tienen pretensiones artísticas, son expresiones populares, que al verlas resulta más vigente que nunca la bola dedicada hace mucho tiempo a Zapata.
Al hombre que da su vida
por servir a los demás,
el pueblo nunca lo olvida,
ni lo olvidará jamás.
Adalberto Ríos Szalay
Fotografías: Archivos Compartidos UAEM-3Ríos
(Adalberto, Ernesto y Adalberto)