Mi pueblo querido, San Antón Analco, uno de los trece pueblos que conformaban Cuauhnahuac, habitado desde el siglo XII por nahuas lo consideraron un lugar místico y sagrado por su excelsa cascada (hoy convertida en drenaje), que debió formarse de una burbuja de lava que al reventar cristalizó sus prismas basálticos, un cauce y caída de agua que por millones de años labró un cañón profundo, hay otra oquedad con cascada de menor tamaño unos tres kilómetros antes que se denomina Salto Chico, ahí debieron haber templos dedicados a Tláloc y Chicomecóatl, junto al Salto Grande sobrevivieron dos grandes monolitos esculpidos por los antiguos pobladores: el del lagarto (actualmente colocado frente a la fachada del Palacio de Cortés) y el de la servilleta (actualmente extraviado) que juntos hacían una datación icónica de alguna fecha sagrada para los tlahuicas.
Después de la conquista, los franciscanos implantaron el catolicismo advocando el pueblo al predicador portugués San Antonio de Padua, construyeron una pequeña y hermosa capilla que hasta la fecha es un hito comunitario, sus tesoros son dos cristos grandes de pasta de caña, entelados, estofados y policromados del siglo XVII; su pueblo, además del cultivo de maíz y diversos frutales (mameyes, granadas, huaxocotes, anonas, calabazas, chilacayotes, zapotes negro, chico, blanco y amarillo, guayabas, pomarrosas, ciruelas, antes de Cortés y después mangos, naranjas, café y nísperos, además por su entorno húmedo y selvático, recolectaban muchos productos silvestres como guajes, diversos quelites y otros frutos), ha sido desde entonces alfarero, por cierto su tradición cerámica es una de las 5 supervivientes en Morelos.
En una época de esplendor conocido internacionalmente, Rosa King, en el periodo revolucionario, promovió su artesanía de barro desde su Hotel La Bellavista; inclusive este pueblito proveyó a la Ciudad y al D.F. de tubos de albañal de barro cocido para sus drenajes.
Siendo la cascada de El Salto uno de los atractivos más imponentes de Cuernavaca, es increíble el abandono en el que autoridades y pobladores lo tienen, otrora lugar sagrado, templo de vida. Me quedan hermosos recuerdos de niñez, emigrado del ex D.F., cómo gocé su ribera del manguito, arrollo, manantiales, las huertas, milpas y los frutales, su fantástica fauna como el chintete, la iguana, el vinagrillo, las huachichilas, los acociles, el cara de niño, cangrejos y tarántulas, los cacomixtles, tlacuaches, ranas, tortugas jicotea y muchas aves, como los pericos verdes o el vuelo crepuscular de miles de vencejos y murciélagos, que viven en las paredes y cuevas del cañón de la cascada; mis asoleadas recostado en la Piedra del lagarto, sus fiestas patronales de San Antonio, 13 de junio y Guadalupe 12 de diciembre con sus tradiciones populares, la capilla de troncos y follaje en un paraje entonces selvático, las danzas de los chinelos y concheros, el ring y palo encebado y su centenaria cartonería y pirotecnia que se lucían en los toritos, castillos y nacimientos monumentales, sus restaurantitos con platillos oriundos sanantonenses, tamal de ejotes y jamón, coctel de huevos de codorniz, iguana, codorniz, pichones, pato, mole y cecina, mangos criollos con chile y tepache, nieves, cocos con ginebra o el convento, plato con vodka, tequila y cítricos (convento porque tenía muchas madres) para refrescar el agobiante descenso y acenso de sus cientos de escalones para recorrer la ladera de la cascada. Sus mitos y leyendas como la leona que dio nombre a su panteón, la cacuana sonora ave de presagios, la llorona, que se oía en días de tormenta y el idilio del soldado español con la princesa analquense que con su muerte dieron origen a la cascada de 40 metros, también me conmovieron sus historias trágicas de gente que fue arrastrada por la corriente o que por accidente cayeron al foso de la cascada y fallecieron; mi vida tiene un gran episodio querido en mi San Antón Analco, "puro sanan" ará ay, si pues, chintete.
TEXTO:
FERNANDO HIDALGO DOMÍNGUEZ
FOTOGRAFÍAS:
ADALBERTO RÍOS LANZ
GERARDO GAMA HERNÁNDEZ