Alegría, colores, luces, folclor, música, danza, convivencia, son palabras que describen a una de las celebraciones más antiguas y tradicionales en el corazón de Cuernavaca, la feria de San Antón, un emblema cultural de “la eterna primavera” que se festeja año con año en honor al Santo Patrono de la comunidad, San Antonio de Padua, festividad que data ya de hace más de 300 años, haciendo que sus visitantes vivan el folclor de una tradición de convivencia entre los habitantes del poblado y de ambiente familiar.
Llevada a cabo en el poblado de San Antón, el cual su nombre indígena fue Analco que quiere decir “del otro lado del rio.
San Antón fue uno de los barrios que formó parte de los 12 pueblos del señorío de Cuauhnáhuac, en la época de la conquista, se caracteriza por tener uno de los principales atractivos turísticos de la Ciudad, el Salto de San Antón, con una caída de agua de aproximadamente 30 metros de altura, cuenta con prismas basálticos formados haces millones de años, de los pocos en el mundo en su tipo, y que enmarcan la pared de esta hermosa barranca. Este barrio también se caracteriza por la venta de alfarería y los viveros que adornan las callejuelas cercanas a este. En el año de 1525 el pueblo cambió su nombre a San Antón debido a la llegada de los Franciscanos, aludiendo al Santo Patrono con el mismo nombre, construyendo un templo de las más antiguas de Cuernavaca en honor este santo, en el siglo XVI, en su conmemoración cada año se lleva a cabo su ya tradicional celebración con una feria del Pueblo, que ha ido cambiando través del tiempo, pero que sigue conservando su esencia tan única.
Parte de la magia que florece de esta festividad se debe a las diversas actividades que se realizan en esta a través de los años, promoviendo actividades culturales y de deporte como torneos de fútbol, el tradicional y divertido juego del palo encebado, las danzas prehispánicas de los concheros, venta artesanía y en la actualidad la inmersión de los juegos mecánicos como la rueda de la fortuna y el carrusel.
Sin duda el momento más emocionante de los que tengo recuerdos de mi infancia, es el día en que cerraban la avenida Jesús H. Preciado, para el montaje de todas estas actividades llenas de algarabía. Días antes de esta celebración, se llevan a cabo una serie de rituales al Santo Patrono de la comunidad. Llegando su día, al amanecer, empiezan a tocar las mañanitas con la banda de viento en la antigua parroquia en honor al Santo, junto con ellas comienzan a repicar las campanas y a sonar los fuegos pirotécnicos para anunciar al poblado que estamos de fiesta. Con la llegada de los músicos, enseguida llegan con trajes de colores, plumas, brillos de lentejuelas los tradicionales chinelos, característico distintivo del estado de Morelos. Así mismo acompañados de vistosas figuras gigantes que se prepararon con anticipación, llamadas comúnmente como mojigangas, estas estructuras formadas de carrizo y forradas con papel periódico, unidas con engrudo y chapopote, para finalmente darle el acabado con pintura, dando vida a estas figuras danzante en las cuales una persona se introduce en ella para bailarla al ritmo de la comparsa, aparecen también personas disfrazadas del personaje de su elección. Algunos de ellos que dejaron huella se nos adelantaron, pero los recordamos por su alegría y entusiasmo de cada año, recordando especialmente a Paco, Maury y Rodrigo que como decía mi abuela “se los llevó la feria” pero estoy segura de que año con año siguen bailando al ritmo de los chinelos y la banda en un lugar mejor.
Llegada la tarde seguía la celebración con un baile popular, la quema del tradicional y colorido castillo con figuras hermosas alusivas a la feria, así como la quema de toritos de papel.
Festividad cultural y religiosa con arraigo antiquísimo, con un folclor único, que aún con todo lo cambiante y apresurado conserva su esencia sin igual, con su olores y sabores a pan de feria y antojitos. Ojalá esta tradición perdure por muchos años más, sembrando en las nuevas generaciones el amor a nuestras tradiciones, por el poblado, su cultura y por esta celebración que ha dejado huella a través de los siglos, ya que ha dejado un sello único e inigualable de recuerdos grabados en nuestro corazón y que permanecerán intactos la memoria de todos sus habitantes.
TEXTO:
ARQ. BIBIANA SOTELO NERI
EGRESADA DE LA FAC. DE ARQUITECTURA UAEM Y VECINA DE SAN ANTÓN
FOTOGRAFÍAS:
RODRIGO MORALES VÁZQUEZ
GRACIAS A LUIS ANDRÉS MORALES POR LAS IMÁGENES