Uno de los elementos que configuran la cultura hispánica es el de sus rituales festivos. Dentro de ellos, uno de los más característicos es el de las representaciones de conquista, funciones de teatro popular que rememoran épicos episodios de la historia local, integradas en las fiestas anuales en honor de los patronos tutelares de la comunidad.
La más extendida de estas representaciones, es la que gira en torno a la lucha entre un bando moro y otro cristiano la cual se sigue celebrando en casi tres centenares de localidades pequeñas y medianas de la Península Ibérica, el continente americano y alguna otra zona geográfica. Estos enfrentamientos rituales, impregnados de una ostensible exaltación de la religión católica, son un fogoso y rejuvenecido rescoldo de una de las modalidades de diversión popular más profusamente implantadas en la Península y transportada por los españoles a todas las áreas por las que extendieron su cultura, este fenómeno abarca por lo menos ocho siglos.
En esencia, la fiesta de Moros y Cristianos consiste en una representación de teatro popular que complementa el ritual litúrgico de las celebraciones de reforzamiento de los lazos comunitarios, expresando el combate entre el bando de los héroes (cristianos) y los enemigos (moros), en el caso del municipio de Hueyapan, Morelos la caracterización está representado por dieciséis personajes que se clasifican de la siguiente manera: Moros, Almirante Balam (jefe), Fiera bras, Santibram, Tenebre (valiente), Galafre, Brulante, Floripes (princesa) y Mahoma (Dios). Cristianos, Carlo Magno (líder), Oliveros, Ricarte, borgoña, Rondan, Naimes, Ángel y Sacerdote, todos estos representados por gente de la comunidad quienes participan en la conservación del patrimonio cultural inmaterial del municipio.
Estas representaciones rituales han ido adoptando su forma actual a lo largo de un lento proceso configurativo, a través de la sucesión de diversos espectáculos festivos, organizados por muy distintos motivos, y que han tenido interinfluencia mutuamente. De acuerdo con las épocas de esplendor de cada conjunto festivo, se pueden agrupar cronológicamente del siguiente modo:
Crónicas monárquicas y aristocráticas (siglos XII-XVII)
Las solemnes "entradas" de reyes y nobles en poblaciones bajo su jurisdicción, eran celebradas con ostentosos espectáculos, entre los que fueron muy frecuentes las tomas de castillos defendidos por supuestos moros y las batallas entre galeras, con derroche de disparos de pólvora y artefactos pirotécnicos. De igual modo solían festejarse los acontecimientos dichosos para tales personalidades, como las coronaciones y actos de posesión; bodas, embarazos y nacimientos; y las victorias militares. Sobre este último motivo de alegrías públicas, la toma de Granada y la batalla naval de Lepanto tuvieron un inmenso eco festivo.
La primera referencia conocida de una de estas representaciones corresponde a la boda del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV con la infanta Petronila de Aragón, que tuvo lugar en la recién conquistada Lérida en 1150, al incluirse dentro de la comitiva nupcial una "danza de moros y cristianos con reñido combate". Gozaron estos simulados combates de tal aprecio en la corte aragonesa, que los extendieron por gran parte del Mediterráneo.
Las procesiones del corpus (siglos XIV-XVII)
La gran procesión callejera del Corpus Christi, en la que la sociedad estamental se ofrecía en espectáculo ante sí misma, casi desde su origen incorporó elementos teatrales para ilustrar las creencias del catolicismo y atraer a los espectadores. A las figuras inmóviles siguieron luego las escenas dialogadas, con entremeses, tales como: la embajada del ángel a Adán y Eva; el misterio del rey Herodes con los Reyes Magos y los soldados que degollaban a los niños inocentes; el arcángel San Miguel y su hueste angelical contra Lucifer y su cohorte demoníaca; San Jorge rescatando a la doncella de las fauces del dragón; el duelo entre David y Goliat; y, ya totalmente relacionado con nuestro tema, la lucha de San Sebastián contra el castillo del Gran Turco. Las danzas de Moros y Cristianos con palos o espadas, fueron otro elemento posterior con el que se adornaron muchas de estas procesiones en pueblos con escasos recursos.
Un significativo espectáculo teatralizado que se incluyó en una de estas procesiones fue el de la toma de Jerusalén, que los misioneros franciscanos de primera hora escenificaron en la Tlaxcala aliada de Cortés (tan pronto como en 1538), con escaramuzas, embajadas, cautiverios, súplicas, apariciones celestiales, victoria de la Cruz y bautismo real de "muchos turcos o indios adultos”.
Las fiestas patronales (siglos XVII-XX)
Llegamos a la última etapa evolutiva del fenómeno festivo que estamos rastreando, en la que se van fijando las normas o moldes que han dado lugar a las actuales representaciones rituales de conquista.
Por una parte, la paulatina transferencia de los espectáculos festivos de la procesión del Corpus, y por otra, el gusto popular por el teatro, que en poblaciones sin corral de comedias sólo se podía satisfacer por las esporádicas giras de las compañías de actores ambulantes o las representaciones a cargo de aficionados locales, contribuyeron a implantar las comedias dentro de los actos de las fiestas patronales.
Y al no estar bien vistos los temas profanos por las autoridades, tenían que centrarse en argumentos religiosos o épico-religiosos.
Desde 1617, en el reglamento de la mayordomía de la Virgen de Gracia, patrona de la albaceteña Caudete, se dispone que todos los arios en el día de la fiesta patronal se escenifique la Comedia de la historia de cómo fueron enterradas las imágenes de Nª Sª de Gracia y san Blas, y su segunda parte, Cómo fueron halladas y desenterradas las dichas imágenes, escrita por el médico local. Posteriormente se transformó esta comedia en los Episodios caudetanos, obra de moros y cristianos que hoy día se sigue representando. En 1633 será en Tarragona, en la fiesta de su patrona santa Tecla, donde la cofradía de los labradores represente su dance de los caballos, con "razonamientos" entre los peones turcos y su Sultán, y los caballeros cristianos con su Emperador, seguidos por una batalla con lanzas y espadas. Pocos años después, en 1639, en la granadina Orce, la hermandad de san Antonio de Padua se encargaba de honrar ritualmente al patrono con Moros y Cristianos, lo mismo que hacen en la actualidad. Como también celebran en Zújar su drama místico de Moros y Cristianos Cautiverio y rescate de la Virgen de la Cabeza, tal como hacían en el siglo XVIII.
Desgraciadamente, la documentación disponible sobre los elementos festivos que integraban las fiestas patronales de los pueblos es muy escasa hasta el siglo XIX, pero se puede suponer que en lo esencial apenas se modificaron a lo largo de varios siglos, siguiendo los esquemas desarrollados durante el Siglo de Oro. Y en nuestro tiempo son precisamente las fiestas patronales, salvo escasas excepciones residuales, las que siguen manteniendo vivas las representaciones rituales de conquista.
TEXTO:
HAIDE JAZMÍN DÍAZ CUEVAS
PROFESORA DE LA ESCUELA DE TURISMO UAEM
FOTOGRAFÍAS:
GERARDO GAMA HERNÁNDEZ