Las patas de pollo contienen principalmente tejido conectivo, es decir, piel, cartílago, tendones y huesos, sin embargo son bastante nutritivas porque contienen una gran cantidad de vitaminas y minerales.
Por ejemplo, una porción de 2 patas de pollo le aporta a tu organismo 14 gramos de proteína, 5% del valor diario de calcio que necesitas, 5% de fósforo, 2% de vitamina A, 15% de vitamina B9 (ácido fólico), 10 gramos de grasa y solo 150 calorías.
De esa cantidad de proteínas, el 70% es puro colágeno, el cual ayuda a dar forma, fuerza y resistencia a tu piel, tendones, músculos, huesos y ligamentos. Además, las grasas que contienen son insaturadas ya que provienen de la piel del pollo.
Además, al comer patas de pollo y todo su contenido de colágeno, podrías ver una mejora en la hidratación, aspereza, elasticidad y densidad de tu piel, e incluso reducir significativamente la celulitis, así como las cicatrices de tu cuerpo.
Por otra parte, otro de los beneficios del colágeno es que ayuda a aliviar el dolor articular porque estimula la regeneración de tejidos y disminuye los síntomas de la osteoartritis (incluso para aquellos que la sufren en las rodillas).
Comer patas de pollo también podría ayudar a controlar el azúcar en la sangre, promover la salud del corazón y mejorar la densidad ósea en mujeres posmenopáusicas.
¡Pero ojo! Si las vas a comer, de preferencia guísalas en un rico caldo con patas de pollo, ya que si las fríes o les añades salsas grasosas (como la búfalo), les estás anulando los beneficios y agregando una enorme cantidad de grasas trans que dañan tu corazón.
Se recomienda que al comprarlas, las limpies muy bien y las inspecciones cuidadosamente, ya que si notas que algunas piezas parecen sucias, con la piel quemada por amoníaco o con callos demasiado crecidos (estos se generan porque dejan a los pollos parados sobre sus propios excrementos por mucho tiempo), lo mejor será tirarlas.