Cuando el jamón presenta una textura "babosa" o viscosa, es indicativo de descomposición y crecimiento bacteriano. Según el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT), esta viscosidad se debe a la proliferación de bacterias ácido lácticas, que se desarrollan en ambientes húmedos y ricos en carbohidratos.
Esta condición no solo afecta la textura del jamón, sino que también puede generar un olor y sabor ácido. Aunque estas bacterias son utilizadas en la fermentación de productos como el yogur y el queso, su presencia en el jamón puede ser riesgosa. Pueden coexistir otras bacterias patógenas, como Listeria, Salmonella o Staphylococcus, que provocan intoxicaciones alimentarias.
Si el jamón tiene una superficie pegajosa, mal olor o color anormal, es mejor no consumirlo. En caso de enjuagarlo y persistir el olor a descomposición, el producto no debe ser ingerido. En resumen, es recomendable desechar el jamón que muestre estas características para evitar riesgos a la salud.