“¡La pelea que todo México esperaba!”, gritaba uno de los improvisados comentaristas de la televisión que transmitió vía nacional el combate. “¡Vamos, Margarito, tú puedes!”. La generación artificial de un suceso que debía sacar a flote el fervor patrio y la esencia boxística que cada uno de nosotros traemos bien adentro por herencia de abuelos y padres que admiraron igual a Rodolfo “El Chango” Casanova que a Rubén “Púas” Olivares.
“¡¡Ahora la puntuación precisa de nuestro experto Eduardo Lamazón!! ¡Lama, Lama, Lamita!”. Y la voz insuflada, la del tuerto en tierra de ciegos del pampero yerno de don José Sulaimán. “¡10 puntos para Pacquiao, 9 puntos para Margarito! ¡El mexicano tiene que cerrarle los espacios, golpear abajo, minar la velocidad del tagalo, aprovechar su mayor fortaleza!”. Seguían los asaltos. Los gritos de dos comentaristas, uno de ellos desaforado, autonombrado como la nueva luminaria de la narración pugilística, ocasionalmente frenado por el apunte mesurado de uno que sí sabe: el ex triple campeón mundial Marco Antonio Barrera.
Hubo la esperanza, allá por el segundo, cuarto asalto (porque el tercero fue un presagio de la tragedia del también apodado “Tornado de Tijuana”), que la diferencia de peso sería por el octavo, décimo, factor a favor del de Tijuana, imposible por la rapidez del oriental y la modestia de un púgil regular pero nunca siquiera sparring, no digamos de la talla de tres grandes que en su momento y en sus divisiones, le pegaban al buen Manny Pacquiao: Salvador Sánchez en Pluma, Julio César Chávez en welter junior y José Angel “Mantequilla” Nápoles en welter. En lo del tonelaje. Pacquiao rondaba los 68 kilogramos y Margarito, fácil le aventajaba con 8 kilos, que en el boxeo regulado es casi un crimen en divisiones diferentes a la de los pesos completos, donde por cierto unos modestos hermanos ucranianos, los Klitscko, reinan en el mundo, como muestra fehaciente de la dramática crisis que vive el boxeo en lo general.
La derrota de Margarito, normal como el triunfo del Pac Man, que escuchamos decir a uno de los de la TV: “¡Que ha revolucionado el
boxeo mundial!”. Otra vez: en tierra de ciegos…
No, el asunto aquí es que el boxeo se ha degradado no en lo esencial, las escuelas técnicas, los estilos, la capacidad de los manejadores del tipo de Arturo “Cuyo” Hernández, el mejor de México y uno de los 10 más reconocidos en la historia del pugilismo mundial, solo junto a gente como Angelo Dundee –el manejador de Cassius Clay-- Se ha degradado porque quienes lo transmiten no tienen ni idea de ello, confunden la aplicación de un jab con un recto, de un gancho con un oper, le apuestan al grito sobre el dato de precisión. Y ellos están, con la sangre salpicándoles, a unos centímetros de la batalla. Y ni así.
Triste porque la inusitada promoción del boxeo, el despliegue de las televisoras nacionales que cada sábado se enfrascan en la competencia, vuelve a ser obligado tener el televisor intercambiado entre un canal y el otro, en la búsqueda del mejor combate, se empieza a generar una cultura de uno de los deportes que mayores éxitos ha dado a nuestro país y que a finales de los 50’s, en los 60’, en los 70’s excepcional (con la camada de excelsos pesos gallos, grandes campeones mundiales, donde tener el cinturón nacional equivalía a ser de los primeros cinco ranqueados en el mundo, casi todos mexicanos) y la primera mitad de los 80’s todavía con Sal Sánchez y Julio César Chávez y el cierre del ciclo con los que se resisten a irse: Erick Morales y Marco Antonio Barrera. Qué decir de los que denominan “nuevos ídolos nacionales” como el retoño J.C Chávez Carrasco o Saúl “Canelo” Álvarez, el primero ya golpeado, con una defensa que hasta lo que no le tiran le entra, y el segundo con condiciones pero lejos, mucho, de acercarse a Manny Pacquiao. Bueno, si alguno de ellos le gana a Margarito, tendrán que esperar dos años para pelear con el filipino que seguramente ya estará retirado.
Y todo esto, queridísimos lectores, no es más que la crisis mundial del boxeo que nos abraza en México. Si la TV va a seguir con el esfuerzo que muchos agradecemos, que preparen a sus comentaristas, que le den un tranquilizante a especialistas como el estridente ¡Lama, Lama, Lamita!, que digan lo que sucede, que estudien golpes, combinaciones, que entiendan el asunto de los estilos, que sean para pronto, más gente del box. Nostalgia pura, extrañamos a don Agustín Álvarez Briones, no se diga al maestro Antonio Andere, a don Jorge “Sony” Alarcón, ellos sí especialistas, no contadores de anécdotas ni consultores de diccionarios biográficos del boxeo internacional.
Para terminar, importante decir que está Eduardo Camarena, de familia de boxeadores --su tío, Enrique Camarena, peleó con Mantequilla Nápoles en el debut del extraordinario antillano y aquí vive en Jiutepec, municipio conurbado de Cuernavaca--, el comentario acertado del inteligente, educado y único mexicano en retirarse campeón mundial invicto (sólo comparte con leyendas como Rocky Marciano, por ejemplo), que a propósito debutó en esta ciudad de Cuernavaca, en la recientemente extinta Arena Isabel, bajo promoción de un hermano del que escribe, Juan, en una serie ininterrumpida de 56 funciones profesionales semanales. Y escuchamos al siempre amado Rubén “Púas” Olivares, que voz nada engolada por medio, acierta en lo que le preguntan. A este inmortal del boxeo, lo debutó –igual que a Ricardo bajo la férula del mejor de los mejores, don Arturo “Cuyo” Hernández--, en 1966, Jorge Frikas Lozano, en la misma Arena Isabel.
Hay crisis en el boxeo mundial, proliferan campeonatos de risa –que de plata, de bronce, de latón y de cartón—es la mala noticia; la buena es que solo en base a hacerlo se va a generar, como antaño, una cultura sobre el deporte que mejor se le da al mexicano: el boxeo. Lo de Pacquiao—Margarito ha sido un buen pretexto para refrescar buenos recuerdos.
1 comentario
el famoso mandarin actualmete vive de esos grandes recuerdos y quiere leerlos en tu columna a la edad de 79 años
Hey
javier nos podrias ilustrar con tus comentarios tan atinados que tienes del… Compartelo!