Con justicia, la misma CNDH emite otra recomendación en el caso del comerciante Ignacio Aguilar Rodríguez, dueño de tortillerías en la colonia El Empleado, que se atravesó entre las balas de los elementos de la Marina el 16 de diciembre en las afueras del edificio Altitude, justo cuando realizaban el operativo en contra del señor Beltrán Leyva. Digamos pues que la CNDH hace lo que debe, porque desde el primer evento de la señora Terroba y cinco días después de lo de Ignacio, todos sabían en Morelos que eran de las llamadas cómodamente “víctimas colaterales”, ésas que normalmente dejan en crisis permanente a una familia, impotente porque la exigencia de sus derechos sería desafiar al poder máximo, sobre todo en épocas donde la tolerancia es una palabra que en la práctica se encuentra en extinción.
Éstas son dos de las víctimas civiles de la batalla que enfrenta el gobierno de México en contra de los cárteles de la droga. En los números, estos dos y muchísimos más de auténticos inocentes se pierden, sobre todo porque se habla de alrededor de 35 mil muertos en esta guerra a partir de noviembre del 2006 que Felipe Calderón asumió la presidencia del país. No son las primeras recomendaciones emitidas por la CNDH al respecto. Se conocen otras que involucran a las fuerzas armadas en Tamaulipas con una familia confundida con delincuentes, donde incluso murieron menores de edad. Insistimos en que en la exhibición de las cifras “las bajas civiles” o “víctimas colaterales” no se van a notar, pero tienen un gran peso por la razón, única e invencible, que son totalmente inocentes.
Una guerra como la que se libra en el país, sin precedente, nos lleva a la Colombia de hace 20 años. Sólo que aquí han utilizado métodos más sanguinarios, como el desmembramiento y las decapitaciones. Incluso los colombianos en este momento se asombran de lo que pasa en México; dicen que han asido rebasados. No lo dudamos nada.
Ahora, sigue lo vital: que las recomendaciones de la CNDH encuentren respuestas sensibles por parte de las instituciones señaladas, que vayan más allá de tecnicismos o de marcar con clave de letra y número a las víctimas de una guerra en la que nada tienen que ver y si se encuesta a los mexicanos, no la solicitó.
Las Cenas de Lauro
Le decían de todo, lo menos populista, pero ninguno de los gobernadores sucesivos ha logrado tener mejores calificaciones a pesar de los años que Lauro Ortega Martínez, un capitalino avecindado en Xochitepec, que gobernó Morelos de 1982 a 1988. La primera cena de Nochebuena de su gobierno la hizo en la comunidad La Tigra del municipio de Puente de Ixtla, de las más abandonadas de la entidad. Hasta allá tuvieron que acudir sus principales funcionarios y servir tremenda mesa con viandas del día; el gobernante cenaba con todos y luego se retiraba a su casa.
Lo hizo en muchos lugares, igual en Axochiapan que en la colonia de Cuernavaca La Lagunilla, o en la populosa “La Joya” que está más en Jiutepec que en su oficial Yautepec, donde se dio todo un espectáculo, ni más ni menos que amenizado por la Orquesta Aragón de Cuba, con su cha cha cha y ese gran ritmo antillano. Primero, Lauro Ortega se extrañó cuando escuchó los primeros compases, luego se notaban sus pies por debajo de la mesa en movimiento, con ritmo, bajo esa popular canción “El Bodeguero”. Fue en 1986. Mandó a llamar al encargado de la recreación y la cultura y le preguntó en ese tono duro tan de él: “¿A quién se le ocurrió esto?”. La respuesta tuvo que ser igual de directa: “Hoy no trabajan en El Gran León de Pepe Arévalo en la Ciudad de México. Los invitamos. Podían venir y aquí están”. Luego hizo don Lauro esa mueca que no necesitaba registro de marca: “Son muy buenos”. Y los pies seguían al ritmo de “Que rico cha cha cha que rico cha cha cha, vacilón que rico vacilón”.
Al gobernador del estado lo acompañaban tres mil comensales, más de los cinco mil programados. Así que imagínense las peripecias para que todos quedaran satisfechos. Además, alrededor de 20 mil juguetes para los niños, entregados subrepticiamente a las señoras para que los guardaran en sus hogares. Los funcionarios de su gobierno tenían que estar ahí aunque no sirvieran en ese momento para nada, todos esperando el momento de llegar a cenar con su familia. Ortega nunca tenía prisa, esperaba el momento oportuno para retirarse pero antes invitaba a los presentes a que siguieran la fiesta. Todos los servidores corrían, sólo se quedaba el de siempre, el real segundo en el mando: Luis Arturo Cornejo Alatorre y, claro, los responsables del área de recreación. (Por cierto, que discazo “Que Viva Morelos” que Luis Arturo le regala a su tierra. No, si bien que tenemos políticos—políticos. El asunto es que ante la ausencia de la política, optan por bajar su perfil).
Bueno, para rematar, a Lauro Ortega lo podían señalar de todo, menos de no estar atento a la gente, y hablamos de toda, lo mismo del principal dirigente de la oposición o del sector empresarial que del ayudante municipal de la colonia más lejana de Tlaquiltenango. Eso lo han llamado los que saben: políticos profesionales. Hay, pero no se asoman. Ya, háganlo, porque lo verdadero ya viene…
(Un dato para quienes duden: El Che Che Duarte, amante del ritmo afroantillano, invitado por el querido Tito Ocampo Sandoval, grabó el evento. Si lo tiene, es una joya de lo que pasó, precisamente en “La Joya”).