Rafael, entonces jefe de redacción de la revista “Proceso”, fue invitado por la Vanguardia Periodística de Morelos, primera organización de la entidad que buscaba dotarse de herramientas para preparar a sus integrantes y en busca de ello había que encontrar la seria experiencia que inyectara la savia vital de tanto muchacho hecho en redacciones y talleres. Ni imaginar que habría carreras ni universidades privadas que proliferarían aquí. La presencia del licenciado Rodríguez Castañeda (por cierto modesto en su trato, conocedor amplio de la práctica periodística, un auténtico tipazo) daba inicio a un ciclo de conferencias con el apoyo de la universidad –vía el tocayazo Javier Hernández Ruiz—donde intervinieron colegas de gran talla, como el maestro malogrado (asesinado hace 27 años con 9 días, el 30 de mayo de 1984) don Manuel Buendía y otro grande que disfrutamos todos los días: don Miguel Ángel Granados Chapa, pachuqueño de cepa pura y generoso como pocos.
Carlos Reynaldos Estrada, de la vieja escuela del Excélsior—Excélsior, fundador de Proceso con Julio Scherer García y posteriormente primer jefe de corresponsales del naciente unomásuno de Manuel Becerra Acosta, nos llevó a una cita con el mítico director de la prestigiada revista a la calle de Fresas, allá en el Distrito Federal. Antes que don Julio nos atendiera pidió hablar con Reynaldos. Tardaron un tanto hasta que salió nuestro guía –en muchos sentidos, no sólo geográfico—un tanto callado. ¿Qué habló Carlos con don Julio, su maestro y amigo, con el que compartió guerreramente, en 1976, la invasión echeverrista que privó al país de un diario real, trascendente y con credibilidad y derivó en lo que es hoy la revista más reconocida en este país y muchas partes del mundo? Ellos lo saben, pero El Maestro seguro reclamó alguna cosa al muchacho que con cariño en sus primeros años lo llamaba “Prospectazo”.
Atento, amable, claro, don Julio nos dijo que no podía aceptar acudir a Cuernavaca porque tenía varias invitaciones de otras partes, y si iba a una tendría que estar en todas, “y esta revista es trabajo duro, diario y sin horario”. Sin embargo nos pidió invitáramos a Rafael Rodríguez Castañeda, “les va ayudar mucho y le gusta Cuernavaca; platiquen con él muchachos”. Gustoso aceptó Rafael. Ya en ese momento de 1983, Rodríguez Castañeda dejaba entrever lo que justo un año después nos regalaría a sus lectores: su libro “Prensa Vendida”, que detalla entre otros puntos, el origen del 7 de junio, llamado “Día de la Libertad de Prensa”. Toda una historia. Justamente el motivo que deseamos tratar.
El 11 de mayo de 1994, nos encontrábamos con Rafael Rodríguez Castañeda en la sala “Manuel M. Ponce” del Jardín Borda. Los organizadores de la presentación del libro, el siempre incansable y vertical Nacho Suárez Huape, uno de ellos, nos dijo que Rafael pidió que lo acompañara. Con muchísimo gusto. Compramos el libro y nos enteramos el origen de lo que hoy hacemos fiesta un 7 de junio: los dueños de publicaciones de la capital iban a solicitarle al presidente de la república en turno, Miguel Alemán Valdés, les subsidiara el papel para sus impresiones. Enterado con anticipación el veracruzano Alemán, cuando tomó la palabra al desayuno que fue invitado que no tenía mampara alguna, se adelantó y dijo que “había pensado” en crear alguna empresa que les ayudara con papel periódico y así nace PIPSA. Los asistentes, puestos de pie, ovacionaron estruendosamente al mandatario y al final alguien por ahí gritó que era un verdadero día de fiesta, que el presidente era “un paladín de las libertades de prensa”. Y claro, listos, se prepararon y bien.
El año siguiente, la mampara que custodiaba la espalda de los miembros de “honorable” presídium, rezaba: “7 de Junio, Día de la Libertad de Prensa”. Luego la especie caminó por carreteras y se extendió por el país hasta estos días.
Conocedores del origen del día y la celebración, en la Vanguardia de periodistas, durante la década de los ochentas, tras una larga deliberación decidimos que el 30 de mayo celebráramos, sin presencia alguna de funcionarios o políticos “El día del Periodista Morelense”. Colocamos una placa en el único lugar posible: en la parte baja de una fuente de la Plazuela del Zacate, donde cada 30 de mayo nos juntábamos a dejar una corona y a hablar y hablar, para cerrar el día con tremendo pachangón, música y juerga, en el único lugar que tenía esencia de libertad: los patios de El Clarín, tanto en los pasillos como en el viejo salón, así como en los remodelados cuartitos que tantas ocasiones sirvieron para que se atraparan amores fugaces, de pago, porque ahí estuvo el legendario “Salón Modelo” de la vieja zona de tolerancia de esta capital, el mismo que tuvo en Sara “La Loca” al monumento que todos en Cuernavaca admirábamos y nos hacia soñar –aun siendo casi niños--, un auténtico cromo que ejercía con profunda dignidad y alegría el más antiguo oficio de la existencia.
Claro, Sarita, la de las piernas de oro, era un personaje con muchos más valores que aquellos que llevaron al presidente Alemán para pedirle un verdadero “chayote”, esos que tanto presumen dan a los reporteros. No es cierto: el chayo, el chayo, el verdadero chayo, anda por esas alturas.
Sin embargo, la historia es la historia y los compañeros que reciben galardones y hoy celebran, tienen nuestro respeto, admiración y cariño. Por cierto: ¡Qué buena estaba Sara “La Loca”, lo mejor del Salón Modelo y de la zona entera!