Hoy día, la esperanza de vida alcanza los 78 años. En un siglo, nuestra vida aumentó en más del 1505. Esa tendencia continúa, por lo que se piensa que los mexicanos que nacerán en este siglo, vivirán entre 120 y 140 años.
En 1999 la población de 65 años de edad en adelante, en nuestro país, ascendía a 4.5 millones de personas (5 de cada 100 mexicanos tenían más de 65 años de edad). De acuerdo a las proyecciones del Consejo Nacional de Población, para el 2050 la población de adultos mayores ascenderá a 25 de cada 100 habitantes.
Hoy, existen en el país 10.5 millones de personas adultas mayores.
Ante esta situación, debemos preguntarnos ¿qué actitud ha tomado el mexicano ante el fenómeno de la vejez?
Recordemos que cuando se creó un organismo público para la atención del viejo, se le denominó Instituto Nacional de la Senectud. Este calificativo ofendió a algunas personas, por lo que fue cambiando por el de “adulto en plenitud”, concepto que nuevamente es modificado y denominan finalmente “adultos mayores”.
Al margen de cómo los llamemos, la realidad es que cada año, cientos de miles de mexicanos se suman a este sector de la población (diariamente ingresan 800 personas a este grupo).
Para este grupo importante de la población, llegar a los 60 años es motivo de pánico, ya que piensan que está próxima su muerte, cuando les quedan por vivir otros 20 o 25 años más.
El envejecimiento tiene una definición científica, pero el envejecimiento no es exclusivamente biológico sino que es un proceso biopsicosocial (biológico, psicológico y social).
En este proceso de envejecimiento y vejez, observamos cómo es que se adapta el individuo a su propia vejez; la adaptación del individuo a la vejez de los otros, de los que se le acercan; y también de la sociedad al envejecimiento individual y al envejecimiento de la población.
Y un punto muy importante es precisamente, la forma en que nos adaptamos al llegar a esa edad.