Y otra vez es Morelos el punto negro de la escena nacional, y ni cómo remediarlo.
Ignacio Flores como deportista sobran comentarios favorables de su carrera, limpia, productiva y de calidad. El mayor de una dinastía de jugadores de la máxima división; los otros, César que jugó en Pumas de la UNAM y Luis que, salió de los mismos felinos, jugó en Cruz Azul, Chivas de Guadalajara y destacó enormemente en España con el Valencia. Luis fue de los Flores, el de mejor actuación en el extranjero y en la selección nacional, también mundialista en dos ocasiones, pero Nacho era la institución, uno de los jugadores emblemáticos del Cruz Azul en su historia, sin duda entre los cinco primeros junto con Fernando Bustos, El Gato Marín, Kalimán Guzmán y Héctor Pulido.
Lo mató un grupo de criminales que de acuerdo a la manera no sólo son sanguinarios sino novatos. En primer lugar porque lo confundieron, seguido que desde el primer retorno de la carretera Cuernavaca-México cerca de La Pera lo persiguieron hasta la gasolinera de Chamilpa –ya en dirección México-Cuernavaca. Ahorita les decimos por qué--. Le impactaron más de 50 disparos de AK-47 conocidos como “Cuernos de Chivo”. La razón por la que la camioneta que conducía Ignacio retornó hacia Cuernavaca, alrededor de la una de la madrugada que recién abandonaba nuestra ciudad para ir a su casa en el Distrito Federal, fue porque se calentó el motor y dio una vuelta en el retorno a una velocidad que seguramente puso nerviosos a los que se encontraban en ese lugar en dos unidades, también camionetas, seguramente en la espera de alguno de sus jefes para custodiarlo o de un grupo rival para ajustarlo. El maldito motor de la unidad de Flores, el retorno, el ataque atropellado, el largo trayecto intentando matar a la familia completa, la camioneta sin la placa delantera y solamente la trasera de Arizona, un permiso para circular, los vidrios polarizados, el color negro de la unidad, la rapidez cómo Nacho giró en el retorno, todos estos ingredientes que tienen hoy a la familia Flores Ocaranza de luto, a la que admiramos, a Nacho, como deportista dolidos, y a Morelos en el escándalo, una vez más.
¿Traer una unidad oscura, con vidrios polarizados, con permiso de circulación, con una placa extranjera, es razón suficiente para que ataquen a una familia, maten al mayor de los hermanos y dejen heridos al resto? Tristemente la realidad de Morelos nos dice que sí, y es la realidad de otras entidades. De ahí la recomendación a la familia, a los amigos, que cualquier retén policiaco o militar lo primero es: “Manos arriba y vidrios abajo”, es decir, las manos sobre el volante y a la vista de los de afuera; si se puede, pronto encender la luz interior. A Nacho Flores nadie le advirtió nada. Él vive en el DF que, paradójicamente, es uno de los sitios con mayor seguridad en relación a entidades que cuando la gran capital era el terror, nosotros y aquellas éramos el paraíso. Vino a festejar el cumpleaños a su mamá. Regresaba a esa hora con hermanos y sobrinos. Se equivocaron los asesinos que, es común dentro del organismo, tenían encima algún enervante que mezclado con la adrenalina de su quehacer delictivo, es una fórmula de muerte.
En estos casos, la paraestatal Caminos y Puentes Federales de Ingresos poco hace, Siempre la manejan al margen, nadie sabe si son eficaces o no sus videos en las casetas, qué hacen sus unidades de auxilio por sus carreteras de cuando menos alertar sobre autos sospechosos o mal parados, como estaban los que acribillaron a la familia Flores Ocaranza. No pudo ser más que la confusión de los que la persiguieron y atacaron, ni siquiera colocar en una línea la posibilidad de venganza o ajuste. ¿Cómo a un entrenador del Cruz Azul y una familia de deportistas?
Acaba de pasar en la autopista del Sol cerca de Acapulco que una banda a bordo de una camioneta asaltó a una familia procedente del DF en plena autopista; llegaron los soldados, cruzaron fuego con los bandidos y hubo muertos: miembros de la familia. ¿Daño colateral? Es ya no tener progenitora. ¿Y los que cobran la cuota, qué? El fuego cruzado cazando inocentes. Es el caso de Nacho Flores y su familia, es el del joven Francisco Sicilia y sus amigos.
Sobran las razones para que la prensa nacional e internacional coloquen al estado de Morelos en la palestra de lo negativo, toda vida perdida es sentida. En este caso, son personajes que practicaron el deporte de mayor atención en el país, destacaron en él y todos los conocían. Eso genera una natural evolución mediática. De nada vale el “daño colateral”, las disculpas. El gobierno federal y los estatales no emiten, hasta donde tenemos información, comunicados que los comprometan, como determinar comportamientos de civiles ante eventualidades como la que sucedió con la familia de Ignacio Flores Ocaranza. El Ejército lo hace, con cuidado, de manera seria, orienta el comportamiento en caso de retenes y revisiones. Eso ayuda en parte.
A las carreteras del país, caras y malas, cada vez es más riesgoso salir; no existe ninguna autoridad que vigile el tránsito, se va “a la buena del señor”. Ya estuvo. Que el director de Capufe haga algo. Hace años que les pedimos que si no ayudan a Morelos, se vayan con sus chivas a otro lado. ¿Cómo se llama el fulano ese director de Caminos y Puentes Federales, a propósito? Qué decir: mataron a Nacho Flores, sus familiares se encuentran heridos. Se da otra vez en Morelos. Se acabaron las palabras y nos remitimos a la sentencia que hizo el querido maestro Carlos Reynaldos Estrada cuando veía que las cosas no funcionaban, hace años: “¡Ya basta de realidades! ¡Queremos promesas!”.