Los empleados, sobrados, groseros, payasos, comenzaron a carcajearse mientras uno apuraba la elaboración de la infracción, para después aventarla sobre el asiento delantero. “Pues ahí la tiene, viejo menso”, gritó para que lo escuchara medio mundo, cuando el dueño del vehículo se perdía a la distancia.
La escena fue observada por lo menos 30 personas, entre conductores detenidos, todos enojados, con carros ya viejitos en su mayoría, comerciantes, transeúntes que reprobaban el acto y los que casualmente pasábamos por el lugar.
Esta acción nos remonta a aquella discusión de 1996 cuando el gobierno envió al Congreso la iniciativa de ley para que la multa por la verificación rebasara los 30 salarios mínimos. Eran 25 diputados quienes integraban el Congreso Local. Fue la última mayoría del PRI que ganó los entonces 15 distritos, en tanto el PRD contaba con siete y el PAN tenía a tres. Los priistas con sus 15 llevaban el decreto en la bolsa y todo caminaba en esa dirección sin tomar en cuenta la opinión de la sociedad. Era cosa de sumar dinero. Al interior del Congreso varios priistas se opusieron, pero como era costumbre, en el momento que el gobernador apretara tuercas a la coordinación de la bancada el asunto se hacía.
El ejecutivo era Jorge Carrillo Olea y la secretaria del Agua y Medio Ambiente (lo que hoy es CEAMA) la señora Ursula Oswald Springs, que como muchos miembros del gabinete traía en su bolso blasones bien reconocidos. Se llegó el día de la sesión, la víspera se calentó el ambiente, el presidente del Congreso era el consanguíneo del que escribe, Juan, diputado por el segundo distrito de Cuernavaca –uno de los inconformes--, que estaba sujeto al manejo institucional de la sesión y todo quedaba en manos de compañeros del mismo PRI, como el bien recordado Tito Barrera Ocampo y la cuautlense Teresa Barrera, que con los 10 votos del PRD y PAN (cuyas bancadas presidían el finado Eloy Ortiz Pineda y el senador Adrián Rivera Pérez), evitaron el alevoso acuerdo del gobierno con su fracción y la multa quedó en cinco salarios mínimos.
Deben imaginar como a los priistas que inclinaron la balanza hacia la razón, les dieron a llenar. Con todo, incluso en algunos medios se hablaba de que su partido los iba no solamente a expulsar sino a desaforar. Así eran los tiempos y el que desafiaba tenía que pagar caro. ¿Cómo se atrevían? La tarea de la oposición fue digna y firme, no caían tan fácilmente en tentaciones millonarias como suele ser común hoy. Ellos exigían condiciones y estaban tranquilos, les parecía que los tres priistas rebeldes pavoneaban y no honrarían su palabra y el voto en contra. Faltaban tres votos y tenían que ser del PRI. A ver si era cierto.
El día de la inusual sesión, contrastantes escenas en el recinto legislativo repleto de seguidores de todo. Tenemos presente como provocadores enviados y contratados pago por evento, desde los costados de la presidencia en la mesa le gritaban al responsable, retándolo a salir a los pasillos, en tanto la entonces viva Alianza de Barrios (AB) tenía órdenes precisas de no salirse del esquema de respeto al lugar y no caer en manos de la provocación. Incluso, hubo uno de los dirigentes de la AB, el querido Miguel Mendieta, oftalmólogo de jerarquía, rey de la polémica y controvertido irremediable, que desde lo más profundo de su ser empezó a gritar: “¡Treinta y tres! ¡Treinta y tres! ¡Treinta y tres!”, ante la mirada feroz de más que su dirigente, su amigo, que presidía la sesión. Otro de los buenos, Alberto Perches, fue el encargado de pedir mesura al “Doctor Mierdeta” (de cariño así lo bautizó el inmortal húngaro Mike), al más bello estilo de los barrios de Cuernavaca y sin rencores posteriores.
Hubo tensión porque era un revés que un gobierno priista cediera en el Congreso ante la oposición natural y los tres de su mismo color que, es preciso señalar, siguieron en la bancada. En ese año, hace 15, se buscaba evitar que la gente común, que es inmensa mayoría, cayera en manos de gobiernos que exigen pagos como si la infracción se cometiera en Suiza o Alemania, países de primer mundo y no en Morelos, desde entonces limitado en sus recursos.
Lo que vimos en la avenida Estado de Puebla obliga a que el responsable de esa área en CEAMA, Pedro Juárez Guadarrama, revise a su personal. No puede tener a mamarrachos bajados del cerro o de su colonia, ofendiendo a la ciudadanía. Sabemos que el biólogo Pedro –con el que el columnista tiene buena relación a pesar que siempre se encuentra en reuniones con el gobernador, ya en la mañana, noche o madrugada, según dice en voz baja--, es el directamente responsable de esta tarea y tal vez pueda proponer a sus superiores que se coloque un sello de advertencia a los infractores con un plazo para cumplir con dicho ordenamiento. Si en la siguiente ocasión no ha hecho caso, entonces se aplique la sanción. El gobernador Marco Antonio Adame debe conocer detalles de cómo actúan los pequeños gorilas verificadores, son más temibles que una banda de maleantes de acuerdo a su conducta.
Llevan con ellos patrullas de Policía Estatal y Municipal, que como lo vimos en la Estado de Puebla, reprueban sus excesos. No sabemos cuánto tiempo estaría el datsuncito del señor ahí parado, pero aseguramos que su necesidad por el trabajo, por llevar el sustento a su familia, lo hizo regresar con la bilis derramada. Están, la mayoría, entre pagar verificaciones y multas, o llevar pan y leche a sus hijos. De ahí la rabia, la impotencia y la obligación de gritarles no solamente que son gachos y rateros sino unos auténticos “Hijos de Susana Babich”, como nos gritaba en la vieja vecindad de El Amate, en Zarco 13 interior 14 del centro de Cuernavaca, doña Andrea, mejor conocida como “La Guatitufaiv”, cuando buscaba que registráramos su mención a nuestra querida progenitora.
Lo del guatitufaiv, era para ella en “su inglés” el regreso de una mentada, algo así como “a veinte”.