Nunca conocimos si adentro, afuera o a los lados había una imagen de la patrona musical. El asunto era “echarse unas” y acompañar a los verdaderos músicos del barrio que eran muchos, encabezados por “El Huevo” Adolfo Lugo Caballero, los hermanos Luis y Lorenzo “Los Jarochos”, Leonardo “La Mosca” Astudillo, Jorge Núñez Suástegui “El Ney”, el magistral Benjamín “El Chueco”. Rubén “El Calaco” y Carlos “El Nene” Avilés –hijos del dirigente del gremio y alguna vez regidor--, además de Pepe Arenaza y Enrique Becerril “La Coyota”, que aunque eran de otro rubro –los precursores en Morelos del bugalú, de Joe Cuba y su sexteto La Plata, de Héctor Lavoe, de Cheo Feliciano, de Bobby Cruz y Richie Ray y todos aquellos que dieron paso al parte aguas de Pedro Navaja de la llamada música salsa con Blades, Willie Colón y actualmente Marc Anthony con otros-- pero se integraban. Hablamos de los “del rumbo”, pero tradicionalmente eran “los Panchitos” integrados por los hermanos Vicente y Martín con Juanito en el requinto, hermano de Memo “El Conos”, además de Don Ramón, Agustín “El Buitre”, Juan “El Indio”, Luis Mario con su “primera” y sus maracas, Bulmaro.
Llegaban músicos –y “músicas”-- de todas partes, los que eran, los que se creían y los que querían ser. Todos se conocían, eso sí, pero guardaban distancias porque es un gremio de artistas, complicadísimo, donde el que no habla mal del otro no merece ser del gremio, menos del sindicato. De ahí que todos se pusieran apodos y tenían que aguantarlos.
Bueno, sin ser parte del gremio “oficialmente” porque su mujer no lo dejaba, que de adolescente vivió de la cantada y se fue del mundo terrenal siendo músico y parte de los trovadores de la región, el padre del que escribe. Juan Jaramillo Ortiz, sin religión en la práctica y manifestado como “ateo gracias a Dios”, no faltaba a los días de “Santa Cecilia”. Se preparaba desde la tarde del 21 con lo que le tocara llevar, ya las de tequila, ya las tortas de mole con arroz o las de ron. Fue su pasión junto con el futbol y el boxeo.
En la parte musical conocía y tocaba todos los tonos líricamente, tenía una voz que todos querían tenerla en una serenata o presentación, por lo que debía hacer excepciones y luego pedir permisos especiales a su vieja, que se lo permitía pero normalmente lo acompañaba. Los recorridos en la celebración de Santa Cecilia llegaron a ser en familia, aunque cada quien por su lado de la peregrinación. Casi no había creyentes, algunos lejanos totalmente de cualquier religión, pero eso sí, cada quien con una cercanía con la música. Eran noches, madrugadas y días especiales, parecidos al Día del Mesero, al del Ferrocarrilero o al del Electricista. Pura fiesta y persignaciones.
Qué mejor día para hacer una buena acción que ese 22 de noviembre de 1985 para Don Jara. Por la mañana, determinó que era tiempo de sacar a su ex jugador estelar Jorge “El Perro” Arellano del penal de Atlacomulco donde se tenía que pagar una fianza por estar acusado del delito que era común en aquellos y estos tiempos: estar jodido. Al explosivo centro delantero del Zarco lo acusaron, en una de sus perdidas giras al interior de Los Patios de la Estación, de robar junto con otros cuatro –que nunca capturaron y se dedicaban a ello-- un viejo televisor. El jefe acompañado del mayor, Esteban “El Piteco”, fue a pagar la caución, y trajeron con ellos a Jorge. Luego le tocaba su guardia habitual en la clínica uno del IMSS donde otro de sus hijos se recuperaba de una recaída más en su larguísima pelea con el invencible Baco. Era otro de los idos de los hermanos: José Alfredo “El Tatis”, que marcara tiempos anhelantes en los bares y barrios de Cuernavaca. Se peleaba hasta con su sombra, pero siempre de frente y sin ventajas.
Subió al piso séptimo en el ascensor al que temía, platicó con el cuarto de sus hijos en el orden al bate, lo vio bien al grado que prometió cortarle el pelo dos días después, en su peluquería particular que habilitó en su casa de Chapultepec. Era fígaro de oficio, ejerció como tal, pero lo suyo era la música, el box –fue juez profesional y amateur 30 años de su vida--, el futbol –tuvo en su momento a uno de los mejores equipos del estado, El Zarco, y fue tesorero que siempre ponía de su bolsa de la Asociación de Futbol de Morelos que presidían el inolvidable don Silvestre Guirant y Federico García.
Bajó los siete pisos por la escalera, tomó asiento en la sección de urgencias, en su lugar de siempre, y comenzó a palidecer. Un infarto se le atravesó. Era cual lanza africana que le partió el corazón. Uno de los tantos amigos que hacían guardias cuando había eventos de este tipo, músico por cierto y mejor cantante, Enrique Becerril, solicitó los primeros auxilios. Llegamos todos. Nada se podía hacer con lo que contaba en la clínica. El cardiólogo arribó dos horas después, no había uno de guardia en el monumental edificio.
Tenía 54 años cumplidos el anterior 24 de junio. Nos dejó huérfanos a sus siete hijos, a sus nietos que ya eran varios y Ángela Frikas , con la que vivió más de 30 años un romance de película, se quedó sin el hombre de su vida. Ella enfadada, él cantándole y con su guitarra a la mano. La madrugada anterior no asistió a la caminata de los músicos; tenía un hijo enfermo. Pero suponemos que llegó a pensar, al verlo recuperado, estar por la noche en “el jardín” –el zócalo para los cuernavacenses de siempre-- para “echarse unas” y aventarse otras con sus amigos y colegas. Hoy, el músico-músico de la familia, Héctor “El Tiki”, seguramente tomará el relevo de su abuelo si todavía existe la pequeña peregrinación de Santa Cecilia a la iglesia de El Calvario.