Arista y sus esquinas con Guerrero, No Reelección, Morelos y Obregón. Hasta este día nos dimos cuenta que es una calle larga, tanto como Matamoros o más que No Reelección. Siempre la vimos como Arista, la de la farmacia La Paz, la de la esquina con la cantina “La Torre” del señor San Miguel, la de la estación más escuchada, la XEJC del señor Tenorio, la que en su esquina con Morelos pagabas los recibos de Luz y Fuerza, la misma que albergaba el tradicional salón del Sindicato de Meseros (hoy de los burócratas del Estado) y que topaba con Obregón en una casa bonita, que decían era de una señora que tuvo varios centros nocturnos en la zona de tolerancia de Acapantzingo. Incluso, todo ese tramo que platicamos fue, en dos ocasiones, la zona roja, primero en Guerrero y luego en Obregón, según cuentan los antiguos. La vuelta por Degollado, la tradicional vecindad de “El Pájaro”, que vio nacer además de la madre de los hijos mayores del que escribe, a personajes como “Pilo” el árbitro, a Regino Gómez, dirigente transportista y ex regidor; al huarachero “Burrerías” que le hacía al DT, donde vivían los dulceros de la Flecha Roja y parió a un gran amigo que se fue antes: Jesús Flores Popoca, que desde la primaria lo conocimos, vivía con su abuelita y cada que nos decía “papas fritas” le replicábamos “Popoca-Po-po-ca-Madre”, maestro de la tijera en la peluquería del señor Ranfla en Comonfort, a un costado de Bancomer, que siguen en la circulación con el hijo de aquel maestro que cortaba el pelo a don Lauro Ortega.
Pasando Morelos, a la vista el clásico Jardín de San Juan, el de la escuela Evolución del profesor Agustín Güemes y los esquites de vuelta del teatro Tayita, luego de ver la obra “El Derecho de Nacer” y a Alberto del Moral con sus “pelotas de Carey”, vestido con una camisa suelta, blanca, estampada de bolas rojas y negras y movimientos entre cómicos y clásicos. Más abajo la casa que vio nacer a Andrés Alberdi Aburto, frente a aquel famoso Descontón del señor Camacho, hasta llegar a la farmacia El Tecolote. Y pasando la calle de Matamoros, del lado izquierdo, un refugio inolvidable de la vagancia: el billar “Casino Morelense”, cuyo coime, el señor Juárez, es suegro del cuatazo Paco Olivo. En ese sitio, conocimos a gente inolvidable de Cuernavaca, incontables, como Toño “La Cuatita” que repetía a Buck Canel con aquello de “esto no se acaba, hasta que se acaba”, cuando era un juego de dinero en la carambola, el cubilete o el pool. O el famoso Manuel “El Mata Conejos”, cuyas manos grandotas y gordas eran las más finas para dejar limpia la billetera de cualquier fulano. O a un gran jugador apodado “El Matacuas”, al querido “chef” Carlos Zamora “El Moby Dick”, o re encontramos con la gente de la primaria como Nico “La Rarotonga” o Eliseo Valora “El Ruso”, maestros en la carambola libre y tres bandas, respectivamente.
La Cerería “Guadalupana” y en la otra esquina, la de Guerrero, los tacos de “Don Marce”, mero fuera de una iglesia bautista que ahí sigue.
Híjole. Qué sabroso. Para los lectores que no conocieron lo que comentamos, los invitamos a que vayan al centro de Cuernavaca, a que recuperemos nuestros espacios, que no nos lo quiten los temores, la información tan real que quisiéramos que esta vez fuera mentira. Sí, existen muchas cosas negativas, la incapacidad de las instituciones. Pero algo por lo que cada uno debe responder es en heredarle a los que siguen el orgullo de la nacencia—o la nación, como dicen en Jiutepec— y darles una caravana para que conozcan que les corresponde. Porque Morelos es de ellos, fue nuestro. Cuernavaca, en algún momento, dejó de ser propiedad del que escribe en el sentimiento y por la vorágine de la vida, pero esa noche reciente, fuimos de ida y vuelta, y nos encontramos con un certificado que nos entregaron los ancestros y vamos a hacer valer.
No son ilusiones. Así como es real lo que vivimos en la entidad por culpa de políticas públicas hechas por necios o de plano no realizadas más que en papeles de presentación, lo menos que se puede olvidar es el orgullo del origen y el sentido de la pertenencia. Origen es destino, dicen. Lo sentimos adentro y como diría el buen Marco Antonio Múñiz “Hoy he vuelto a vivir”. Y lo más sabroso, me encontré con mi casa—cuarto, con mi infancia, con la adolescencia, con el Cine Ocampo y el faje, con mi barrio que tras un carro una pareja de chavos se besaba amorosamente, con ese sabor a viejo y nuestro que nadie podrá quitarle a Cuernavaca. Pasarán 30, 40 y más años y la escenografía es la misma. Qué cosas tan sabrosas, de esas que animan.