La referencia es natural en estos momentos de transición, de integraciones, de sumas y de anuncios políticos.
Nunca serán símiles pero esta vez ponemos en la palestra al ex gobernador Antonio Rivapalacio López y a la ex jefa de gobierno interina y ex presidenta del Partido de la Revolución Democrática, Rosario Robles Berlanga, ambos en la fila de enfrente de lo que fue su carrera partidista. Robles tuvo razones de sobra para auto excluirse de la vida pública porque su gran capacidad de hacer política fue quebrada por el amor a una persona que no era, para cuestiones de la misma política, la indicada, a un sujeto que se ganó a pulso el adjetivo de vivo, listo y perverso, el argentino Carlos Ahumada.
Una carta que leímos en la revista Proceso en los tiempos del escándalo de las ligas que involucró a René Bejarano y trató de lastimar al gobernador electo de Morelos, Graco Ramírez, inició un respeto y admiración por esta señora. Anteayer la encontramos en el televisor como parte del equipo de transición de Enrique Peña Nieto, presidente electo de México. Todo indica que sería la titular de Desarrollo Social, tiene capacidad y de sobra.
Rivapalacio López es un caso diferente, calificado como último tlatoani priista, tiene años que se conforma con un chofer, la gasolina y algún sueldito en el gobierno o en el partido que no sabemos si siga o ya renunció. Se perdió el respeto a sí mismo también hace años y con el paso del tiempo tuvo una sola obsesión: afirmar su herencia familiar menguada a través de la burocracia de la política. Amainó su angustia con una regiduría para su hijo –que así iniciaba su participación en la política luego de los 50 años, todo un caso-- y no visionario sino estrictamente obvio como muchos, advirtió que Amado Orihuela y el entorno que le fabricaron, no tenían para mucho, en tanto Graco Ramírez realizaba una tarea seria y eficaz, visitando las casas de gobierno del DF, Guerrero y Puebla, principalmente, para cerrar fuerte. Y lo logró. Rivapalacio sabe de ello sin que se lo platiquen, son prácticas a las que él con otros cientos de viejos priistas le dieron forma en tiempos electorales. Las elecciones se ganan con dinero, luego con trabajo serio y responsable.
Bueno, el señor Rivapalacio fue nombrado asesor por Graco Ramírez, que para eso del efecto mediático le haya. Estará menos preocupado. Redactamos lo anterior con el rigor de los hechos, haciendo a un lado si la edad o la condición en que se encuentre el ex mandatario, tenga que ver. Si una persona, de la edad que guste, está activa en su oficio o negocio, y si éste es de carácter público, obliga el comentario y exige ir exactamente hasta donde se debe y se puede. Hasta hace unos días este señor tenía un cargo en el PRI, seguro que anunciará que ayudará al nuevo gobernador “por el bien del Estado” pero nunca, jamás, ni lo esperen, dejará su militancia tricolor. De tal astilla, tal palo.
El columnista abusa al comparar a la señorona Robles con Rivapalacio. Éste mamó del PRI desde su juventud, todo lo hizo en él y gracias a él. Fue diputado federal y presidente de la Gran Comisión por el PRI. Fue senador y presidente de la Cámara por el PRI. Fue eterno consejero nacional –o es— por este mismo partido, fue embajador en Ecuador y hombre de poder cercano al presidente de la República, por el PRI. Que sepamos nunca le faltaron al respeto al interior ni le dieron causas para el abandono. Fue una actitud de él, seguramente de la astilla que hace al palo, como sucedió en los últimos años, estos que, penosamente, arrastran a un anciano a sentarse en su banquito fuera de la catedral a que los paseantes se apiaden de él. ¿Un gobernador que defendía al PRI como perro y que lo recuperó tras aquel tropiezo ante el Frente Democrático Nacional, del que era parte el hoy electo Graco Ramírez? Rivapalacio no hizo la elección local, fue Lauro Ortega todavía en funciones y ganaron sin complicaciones. Tres meses después, ya en el mando, tuvo su elección federal, la de Carlos Salinas de Gortari, y la perdió toda, lo que le costó la animadversión del mismo Salinas y su banda. Sería estupendo que dijera que en aquella elección “se dejó caer” porque ya simpatizaba con la izquierda, a 24 años de distancia.
Por cuestiones de paisanaje, porque su figura siempre impuso con o sin poder, a don Antonio se le ha dado un sitio especial, de esos donde los defectos y perversidades a la vista, se guardan en el baúl. Esa vez debe ser tratado con el rigor de una crítica que si está equivocada admite reclamaciones y espacios, que con gusto y por obligación, ofrecemos. No son los años, es la trayectoria de casi 70 años en un partido. No es la condición del ex gobernador, pero sí la negativa a continuar con pequeños privilegios de personal y autos que al final eran escasos. ¿Es la comodidad? No, la palabra que más nos acerca es comodino.
Graco Ramírez está en lo suyo, ni conoce ni aprecia a Rivapalacio, pero el que un morelense –que nació en Chalco, Estado de México, pero llegó chamaco— sea su asesor, es igual a que Rosario Robles sea parte del gabinete de Peña Nieto. No sabemos qué gente, pero a don Antonio lo usarán como una puerta de acceso para los burócratas irredentos que siempre anda en su entorno. Y en el plano federal, rehabilitada de su militancia partidista y como política independiente, Rosario Robles, una mujer que nació en un hogar de izquierda, pudiera hacer válida su vocación socialista ayudando a otros. No debimos compararlos. No tienen comparación. Rivapalacio ha sido un burócrata de la política. La otra señora se aguantó años hasta que salió a dar la pelea por sus espacios y los consiguió.
El caso de don Antonio nos es penoso, sobre todo porque no tendríamos porqué estar criticando a un hombre de su edad. Pero el que se mete en la política, así sea Matusalén, está en la exposición diaria de los demás. Y ahí se encuentra el de Chalco…
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