Históricamente las civilizaciones han encontrado en las guerras y epidemias aliados involuntarios para frenar su sobrepoblación, acontecimientos ante los que sucumbían principalmente niños y ancianos. Es un hecho incuestionable que, en el último siglo, la esperanza de vida en la mayoría de los países, se ha incrementado notablemente, incluso podríamos hablar de que la media de vida en la actualidad se elevó aproximadamente 40 años con respecto a la que se tenía en 1900.
Este fenómeno es causado por varios factores, entre los que destacan: el mejoramiento de las condiciones de vida y los avances médicos, sanitarios y tecnológicos. A medida que los científicos de todo el mundo realizan estudios para calcular el límite teórico en años de vida para las personas, la realidad se encarga de implantar nuevos records en materia de longevidad, lo que, de unos años a la fecha, ha propiciado el debate de dos posturas; la primera enuncia que cada organismo, desde el momento de su concepción, tiene un tiempo predeterminado de vida.
Por el contrario, la segunda, dice que factores externos como los ya mencionados, están alterando la genética de las personas, de manera que les es posible vivir más años de los calculados.
Cuántos noticiarios y reportajes hemos visto, sobre personas que superan los 100 años de vida. En dichas notas se presentaba al “entonces centenario” como todo un triunfador por superar la barrera de esa edad; hasta nos resulta familiar la imagen del ancianito apagando las velitas del pastel.
Ahora es muy común que existan personas de más de cien años de vida, es muy común, y lo será aún más, pues la pirámide poblacional se sigue invirtiendo, por lo que serán comunes los casos de longevidad en países desarrollados y más en los que se encuentran en vías de desarrollo. La longevidad de las personas depende en un 35% de su herencia y en un 65% de los factores y condiciones ambientales, así como su reacción al medio social.
Curiosamente, en estudios realizados a personas con longevidad extraordinaria, no se detectaron variables comunes que pudieran ser causante de su longevidad, por el contrario, fueron totalmente distintas. Eso nos lleva a suponer que no existe un patrón de longevidad, mucho menos recetas mágicas, cremas anti-edad, ni tónicos milagrosos para vivir más.
Una variable, por increíble que parezca, que influye de manera importante en la longevidad es el estado de ánimo, pues la depresión causa bajas en el sistema inmunológico, lo que vuelve al organismo vulnerable a enfermedades que pueden dañar la salud e incluso causar la muerte.
Las mujeres somos más longevas que los hombres, ya que estos son más vulnerables a todas las causas de muerte, incluyendo enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, las mujeres somos más propensas a muertes prematuras (en la madurez, no en la vejez), por los riesgos de parto y su predisposición al cáncer cérvico-uterino y de mama).
La longevidad no sólo es asunto científico y social, sino también económico, por lo que es preciso que los países reajusten sus regímenes de jubilación, en aras de proporcionar un óptimo desarrollo social. De igual forma, la psicología juega un papel importante en la longevidad del individuo; en la medida en que un individuo se sienta feliz y realizado, seguirá con ganas de vivir, de lo contrario, perderá su razón y motivaciones hacia la vida.
La sabiduría de la naturaleza nos ha enseñado lo necesario que es la renovación de generaciones. Los nacimientos y las defunciones son parte de la dinámica de la sociedad, por lo que la longevidad y la utópica idea de “vivir para siempre” mediante manipulación genética y otros métodos antinaturales, resultan totalmente contrarias a la evolución.
Preferimos el dicho de las abuelitas: “Lo único que tenemos seguro en esta vida, es la muerte”. Les recomiendo que: se ocupen de vivir mejor, más allá de vivir más, de disfrutar los días soleados, los días lluviosos, los días alegres, en compañía de sus seres queridos y ser feliz, pues al fin y al cabo, a eso venimos al mundo.