Víctor es lustrador de calzado desde los seis años; jamás había vivido una situación tan dura como la actual, ante la pandemia por Covid-19.

Lustra zapatos y vende dulces para ganarse la vida; generalmente su clientela son los alegres asistentes a cantinas, pero desde que se extendió la epidemia han cerrado esos establecimientos.

Víctor pasa los noches en los alrededores de la clínica 20 del IMSS, en el centro en Cuernavaca.

Este viernes, vestido con una camiseta de la selección mexicana de futbol, Víctor Ríos Benítez buscaba hacer la venta del día en el zócalo, preparado con su cajón de madera en un brazo y una bolsa de papel en otro, en la que carga sus elementos de trabajo; encontró las bancas acordonadas y patrullas con altavoces recordando las medidas sanitarias, y la recomendación a las personas de irse a casa.

El hombre se coloca un trapo amarrado a la nuca, a modo de cubrebocas, para acercarse a la gente, esa que está formada en las filas de los bancos, o a los que pasan presurosos con medio rostro tapado.

Al lustrador y comerciante, la vida no le ha tratado con dulzura: es huérfano y desde pequeño, vive solo.

Está acostumbrado a tratar con "borrachos o los que usan coca", y hace poco le dieron pedradas en el rostro para robarle su cajón de "boleador"; ya había progresado, porque le regalaron el primero y el segundo él lo compró con el dinero que juntó con sus dulces y limpiando calzado.

Pero esta epidemia sí que le ha pegado duro; en sus mejores días Víctor ha ganado hasta 200 pesos, pero ahora no logra sacar ni para comer.