Menos de tres kilómetros recorrieron los terroristas el centro de París dejando tras sí un reguero de sangre. El dueño del restaurante Le carillon, uno de los lugares más castigados, estaba esta mañana junto a la ensangrentada terraza de su local que regenta desde hace 40 años diciéndose que los autores de la tragedia “son gente sin piedad; gente sin corazón”. Eran las 21.15 horas de la noche cuando escuchó los disparos, cuenta a este periódico. Estaba arriba, asegura, y bajó corriendo, justo para ver el terrible resultado: 12 muertos y varios heridos.
El escenario del crimen y el que está justo enfrente, el restaurante Le petit cambodge, también atacado, son los únicos alrededor de los cuales la policía no ha establecido un perímetro de seguridad. Al menos 14 personas perdieron allí la vida anoche, según datos oficiales que seguramente se quedan cortos. La gente, espontáneamente, ya ha empezado a poner velas y flores en homenaje a las víctimas en ambos locales. Son altares laicos como los que los ciudadanos construyeron en enero en torno a la sede de Charlie Hebdo.
Los testimonios de los testigos permiten aventurar que Le carillon no fue el primer objetivo de los terroristas. Previamente ya habían disparado a los clientes de la pizzería La casa nostra, situada a unos pocos metros, en la calle Faubourg du Temple esquina a Fontaine au roi. Allí murieron ayer un mínimo, también oficial, de cinco personas. La zona estaba esta mañana acordonada. Ni siquiera los residentes podían entrar a sus casas. Tampoco los jóvenes judíos que pedían permiso para acceder a la sinagoga. Los policías les dicen que ni siquiera para rezar pueden romper el perímetro de seguridad. Tanto los policías como los ciudadanos mantienen una cierta templanza. Solo de vez en cuando se sorprende a alguien con lágrimas en los ojos.
Anoche, tampoco los vecinos que viven junto a Le carillon y Le petit cambodge (en la calle Alibert esquina con Bichat) pudieron dormir en sus camas. “Mi hija me avisó. He pasado la noche en casa de una amiga”, explica Mariela Debausset, que comparte su conmoción con uno de los policías que vigila el lugar.
El restaurante Le petit cambodge, esta mañana.
Muy cerca de Le carillon y de Le petit cambodge estaba cenando con unas amigas la española María Ruiz. Asegura que fue en torno a las 21.30 cuando oyó el tiroteo. Después de diez minutos escondida junto a otros clientes en el interior del establecimiento, María regresó a su casa sin saber que estaba haciendo el mismo trayecto que los terroristas. “Pero todo estaba tranquilo cuando volvía a casa”, asegura. Sin embargo, cuando llegó los terroristas ya habían golpeado también en el restaurante La belle équipe, en la calle Charonne, donde un mínimo de 18 ciudadanos dejó la vida. “Mi compañera de piso estaba llorando. Acababa de oír el tiroteo y estaba asustada”. Fue, probablemente, el último tiroteo de la noche. “Entre un momento y otro pasó igual media hora”, asegura María.
Muy cerca vive el primer ministro Manuel Valls. Una vecina vio cómo salían los coches de su casa de manera excesivamente precipitada. “Eras las diez de la noche y me extrañó porque estamos acostumbrados a ver a sus escoltas y el dispositivo, pero anoche todo fue diferente”. A medio camino entre Le carillon y La belle équipe se sitúa geográficamente y también quizá cronológicamente respecto a estos hechos la sala de fiestas Bataclan, en el bulevar Voltaire, el local más trágicamente golpeado.
La también española Rosa Aguirre vive en la misma calle. Tuvo que quedarse en un hotel donde el dueño le hizo un buen precio. La estudiante Deborah Bouisson vive justo enfrente de la sala de fiestas. Oyó los disparos, pero solo vio la confusión que le siguió desde la ventana. Dentro estaba el periodista Julien Pearce, de Europe 1, que ha contado su experiencia a los medios. Escondido tras el escenario vio a tres hombres armados y cómo mataban a muchos de ellos ante sus ojos: “Levanté la cabeza pare ver lo que estaba pasando y enseguida comprendí lo que era”, cuenta el joven con cara de profundo cansancio. “Todos buscábamos el momento adecuado para poder salir corriendo sin ser abatidos como conejos”. 82 personas fueron abatidos antes de que los terroristas se inmolaran. Durante la mañana de este sábado, la policía seguía evacuando cuerpos. El último, pasadas las 15.00 horas.
Una decena de estaciones de metro estaban hoy cerradas. Todas están bajo la zona castigada por el terror. La mayoría de los comercios están cerrados; no solo en estos distritos (el 10 y el 11). Otros han abierto para desafiar al miedo; sobre todo los cafés, donde cientos de periodistas, pero también de turistas y vecinos, recalan para tomar un café y un croisant.
Redacción: elPaís