Cuando a Graco lo incriminaron en una relación supuesta con Carlos Ahumada, en este espacio le dimos el beneficio de la duda, porque era prácticamente un asunto menor y se veía el deseo de golpear a Graco. Carlos Ahumada, un argentino llegado a México en busca de la aventura, se encumbró y usó a los políticos para sus fines. Le tocó por razones de las coincidencias extrañas como cronológicas de la política, tratar con perredistas y algunos por origen –venían del PRI—y otros porque son unos auténticos ratones, le recibieron dinero a cambio de concesiones. Ahumada nunca tiró su dinero, lo invirtió y hasta a la oficina de gobierno con Andrés Manuel se metió. Un sujeto audaz, osado y para algunas mujeres… irresistible.
El “gran delito” de la señora Robles fue caer hasta enamorarse del argentino, al grado que su sentimiento genuino por Ahumada sirvió para que le sentaran frente a La Nueva Inquisición (medios, gobiernos, grupos de poder, creyentes que juran por Dios y actúan como demonios), la sujetaron, colocaron leña verde, gasolina, diesel, pólvora, TNT y todo lo que la inflamara lenta pero vorazmente. Salió discretamente por una puerta de emergencia de la política, pero nunca se alejó de esta. Es una mujer valiosa, inteligente, preparada, política—política, congruente, con las debilidades de todos los seres humanos, dueña de una capacidad de querer o amar, tanto que han pasado los años y en medio del escándalo la admiramos por esa carta que Proceso publicó, esa que le envió a Carlos Ahumada.
“¡Quién fuera ese pinche argentino para que una mujer te quiera y te escriba así!”, fue la coincidencia con unos amigos cuando comentamos la carta. A la gente que sabe sentir, cada palabra y renglón eran una delicia, todos deseábamos ser los receptores de esa sinfonía de letras escritas alma adentro, de una mujer enamorada de su hombre. Era el momento y la circunstancia de ambos. Esos son los “pecados” que los políticos suelen no perdonar. ¿Qué ellos no se enamoran o anteponen sus pasiones políticas sobre la mujer o el hombre que tienen por pareja, o la novia o el amante, lo que gusten? La carta de doña Rosario Robles a Carlos Ahumada que publicó Proceso es la confesión de una mujer enamorada, nada más. De lado los costos que Ahumada provocó al PRD y enclaustró años de política a Rosario, esta relación muestra que en los políticos habitan seres humanos, proclives como tales a cometer errores, aciertos, a apasionarse, a decepcionarse.
Más allá de quien tire la pedrada entre Amado—Graco con Carlos Ahumada como argumento, la presencia de Rosario Robles en Cuernavaca desató un pasado que lesiona más al PRD que a los priistas, pero que busca herir a una mujer a la que ya fusilaron sus compañeros y los medios hace tiempo, que se ha rehecho y está de regreso. Es parte de las conversiones ya comunes en estos días, como la del hijo de Maquío Clouthier del PAN al PRD, o de Manuel Espino ex presidente nacional blanquiazul en favor de Peña Nieto y de la misma Rosario, calificada como independiente tras su ausencia, por el proyecto del mexiquense del copete. Aquí de Julián Vences y Juan Salgado por Amado Orihuela Trejo, y en el caso de Graco Ramírez, del querido Víctor Cinta o del profesor José Hernández Salgado. Algo normal, porque en sus partidos de origen les cerraron la puerta o porque creen en el proyecto al que se suman.
¿Qué tiene de extraordinario? El maltrato a doña Rosario entra en la natural guerra de los últimos días y participan muchos, consciente o sin saber qué hacen. A partir de esa carta en Proceso de Rosario Robles a Carlos Ahumada, nunca dejamos de admirar a la política defeña más allá de su alta sensibilidad para exponer sus sentimientos íntimos en los terrenos del amor, sea cual sea el final. Una mujer o un hombre con esas capacidades son de excepción, aun quedando gravemente heridos internamente. Por ello dejamos a un lado si Ahumada y Graco tuvieron trato, si a Robles le pegan porque apoya a Amado y por lo tanto Ahumada está en medio. Lo que no se permite es la descalificación del amor de pareja, legal, clandestino, escandaloso, para meterlo en la arena política en una pelea que ya concluyó.
Y menos con Rosario Robles que los que hayan leído esa carta o la encuentren, les pedimos la revisen, y calibren la calidad y el tamaño de sus sentimientos.
Otra Rosario inmortal, la chiapaneca Castellanos, envió una carta a su esposo –no sabemos si lo eran en ese momento--, el doctor Ricardo Guerra Tejeda, un tipazo al que conocimos por un gran amigo que es Bobby Gallegos y tratamos normalmente compartiendo mesa en La Fonda La Güera del mercado ALM. La revista Proceso publicó una carta de amor de una atribulada y enamorada Rosario Castellanos a su adorado Ricardo. Impresionante, de esas que los que la leen quedan marcados. Lector con toda la familia de Proceso desde su creación en 1976, el que escribe, pasó días con una sensación de suspiro. Ya nos andaba por comentarlo con don Ricardo Guerra y no se podía por una y otra razón.
Pasados los meses, mientras preparaba su caldo de pollo con arroz en gran cazuela (de los súper) con cebolla, poco limón y dos vasijas de chile de árbol que el mismo doctor partía quitándoles la cola. Era nunca visto. El caldo se tornaba rojo profundo y para acompañar cada cucharada, Guerra se hacía un taco con otro montón de chiles de árbol completos y animaba la conversación. Su caldo, por cierto, era acompañado de una o dos cabezas de ajo que se echan a la olla para darle un sabor de excepción.
Nos animamos:
--“¿Doctor? ¿Qué se siente recibir ese tipo de cartas tan especiales?”.
“Nada Javier, nada, vamos a comer”.
Hoy todavía sentimos que le lastimó la pregunta.
En fin Rosarios, cuentas de perlas, de cartas de amor, de lo que quieran, pero al fin Rosarios. Deben existir muchas Rosarios. Benditas sean.