El camión oficial traía el nombre del michoacano ilustre, en los discursos de Ortega siempre aparecía el ex presidente que expropió la industria petrolera, y el mismo Ortega lo llamaba “un gobierno con el sello cardenista”. Todo esto antes que Cuauhtémoc, el hijo predilecto de don Lázaro y un numeroso grupo de priistas abandonaran al PRI.
Por ello tiene explicación que aquí, en las elecciones presidenciales de 1988, con don Lauro ya como ex gobernador, Cuauhtémoc Cárdenas diera una auténtica paliza a Carlos Salinas de Gortari, que dos de las cuatro diputaciones federales las perdiera el PRI, en Cuernavaca y en Yautepec, donde colocó a los dirigentes de los sectores popular –Alejandro Mojica Toledo- y de la CTM –don Gonzalo Pastrana Castro- y llegaran al Congreso de la Unión el doctor Mario Rojas Alba y un desconocido empleado de la tienda de autoservicio Comercial Mexicana, al que registraron solamente para llenar los documentos y al que le avisaron que ganó cuando bajaba cajas de detergente entre los estantes en plena avenida Morelos.
Sin imaginarlo, Lauro Ortega hizo la campaña del hijo del general Cárdenas seis años con un buen gobierno que todavía se recuerda. Era cercana su relación con Cuauhtémoc desde que ambos gobernaban y eran priistas. Incluso, como líder de las izquierdas allá por 1997, Cuauhtémoc visito acompañando a don Lauro para que fuese uno de sus candidatos al Senado de la República. El ex gobernador aceptó no sin antes sentir cierto agobio. Pero tenía sus razones, una de ellas que ante la falta de capacidad de los que le siguieron en el cargo, tenía que tolerar groserías. Los sucesores en el gobierno de Ortega trataban de sepultar su obra sin lograrlo, lo ignoraban y sobre todo el inmediato, Antonio Riva Palacio, se refería burlón a su antecesor. Ortega lo pensó, era una carga enorme abandonar el partido de toda su vida desde que tenía otras siglas, del que fue dos veces diputado federal, secretario general, su presidente nacional. Pero lo aceptó. Cárdenas le dijo que enviaría a Porfirio Muñoz Ledo para hacer público el anuncio de su candidatura.
Ducho en materia de información, el gobernador Jorge Carrillo Olea intuyó lo que representaría Ortega en las filas contrarias y sacrificó a su gente cercana que consideraba para la candidatura en Cuernavaca y la ofreció a la hija de Ortega, Ana Laura. El veterano ex gobernador Ortega tuvo que decir no a Cuauhtémoc, entendieron sus razones y en abril de ese 1997 el PRD ganó casi todo, menos Cuernavaca, donde Ana Laura perdió por alrededor de 300 votos que se quedaron por ahí, en alguna agrupación que votó por el PRI pero se abstuvo en Cuernavaca de hacerlo por la presidencia municipal. La historia sería otra. Está presente que hubo diferenciación del voto, porque poco después Alfonso Sandoval Camuñas era diputado federal por Cuernavaca, el único priista que gana y los tres distritos restantes, fueron del PRD. Y don Lauro, por indiscutible mayoría ocuparía uno de los cargos que le faltaron: senador de la República. Recordemos que en ese año se dio la coyuntura de los senadores por tres años.
Además, los que analizan la historia reciente podrán hacer sus ejercicios: Carrillo Olea apoyó en todo a Sergio Estrada Cajigal Ramírez, el ganador de la presidencia municipal de Cuernavaca, recientemente invitado por el PAN, y hoy habría razones para entrever que el gobernador Carrillo pudo haber dado “una ayudadita” en la derrota de Ana Laura.
Nunca conocimos este tema directamente de don Lauro, al que frecuentamos hasta poco antes de su deceso. Pero cuando le preguntamos, lo confirmó a detalle y dio crédito a quien le brincó la idea y se la transmitió. Queda ahí pues, una de las aportaciones que un político-político, hizo para el nuevo modelo democrático electoral: las urnas transparentes en el proceso local de 1995. Y de ahí p’al real…