Alejandra Anaya comunicó frente al palacio legislativo que a más de un año de la muerte de su nuera no se ha hecho justicia porque los abogados de la acusada han retardado el procedimiento con artimañas legaloides:
–Por eso protestamos yo, mi familia y toda esta gente que ven ustedes aquí; ya es tiempo que sentencien a los asesinos –dijo la mujer.
En eso se escuchó un grito:
–¡Vivan, disfruten de la vida. Se los dice un condenado a muerte. Me acaban de diagnosticar leucemia y pronto me voy a morir. Vivan cada momento de su vida!
Era un muchacho dentro de un auto compacto, que pasaba por la calle Guerrero, frente a la sede del Congreso Estatal.
Todos –reporteros, manifestantes y guaruras- nos callamos. Como esas olas de silencio que se abren cuando pasa una ambulancia llevando a un herido o como cuando de entre el barullo alguien levanta la voz para decir algo muy importante.
El silencio fue roto por una chica que dijo:
–Es muy cabrona esa enfermedad de la leucemia. Yo tenía a un vecino así, fuerte, grandote, y en poco tiempo la leucemia se lo acabó. ¡Pobre muchacho. Qué tristeza! –mientras el hombre al que la muerte le había mandado un correo electrónico, con su nombre exacto y su dirección, levantaba el brazo y se alejaba en su auto.