En el ahuehuete sagrado, en Ocuilan de Arteaga, Estado de México, nos recibió un olor a mariguana (de diferentes calidades, diría el tira), sazonado con una peste a activo, resistol cinco mil y thíner. Esta mezcla nos mordería la nariz como un perro rabioso y no nos soltaría sino hasta la entrada del santuario.
A este ahuehuete (en náhuatl āhuēhuētl que significa "árbol viejo de agua") o sabino, de cuyas raíces brota un manantial de aguas frías y limpias, la gente atribute propiedades milagrosas.
Los peregrinos que arriban desde todas las partes de México y de otros países inician a la sombra de este árbol su peregrinar rumbo Santuario del Señor de Chalma.
Este año había mucha gente bañándose en el manantial, a los pies del gigantesco árbol.
Ni yendo a bailar a Chalma
Siempre hay una persona que pone música y canciones que relatan la tradición de la visita al santuario y con esa música los peregrinos bailan solos o en pareja. Un dicho muy popular en todo México es “Ni yendo a bailar a Chalma” para señalar que alguien tiene un defecto que ni un milagro puede quitar.
También había muchas personas bailando en la explanada. Dos chavos con coronas de flores en la cabeza se abrazaban y al son de una canción chillona le brindaban al Señor su danza. Un abuelo llevaba a su nieto como un enorme taco al centro de la explanada y bailó con él.
Guillermo y sus dos amigos llegaron desde la colonia Magdalena Contreras, de la Ciudad de México. Es su primer año. Portaban su corona, la cual debe ser obsequiada por alguien que los guía (el padrino).
A paso normal, el Santuario del Señor de Chalma queda a 50 o 60 minutos, caminando; la mayor parte por terracería y de bajada.
Mariguaneitor
Apenas caminábamos muy tranquilos y horneados por la orilla de la carretera, un policía del Estado de México intentó golpear a un chalmero como de un metro y medio de estatura, que iba muy drogado, pasos arriba este muchachito le había quitado el arma de cargo al policía y la había arrojado al monte. El oficial había recuperado la escuadra, pero quería detener a su oponente, que era escondido y protegido por cerca de 20 chavos que trataban de apaciguar al representante del orden: “¡Allá abajo te voy a encontrar pinche mariguanito pendejo!”
El trayecto no tenía gravilla suelta como en otros años. El piso era de piedra con concreto y había protecciones del lado de la barranca, incluso, postes de luz, algunos caídos.
Más adelante había a una pareja joven y una niña. Ella y él no pasaban de los 30 años de edad, y la pequeña tendría como 10. Los padres llevaban estopa empapada con solvente, la niña iba algo cansada. Se daban instrucciones y avanzaban con nosotros. Iban bien, ágiles, no como la otra pareja que casi se tomaba el bote de activo: en cualquier momento podía caer por el suelo y lastimarse.
–Cabrones. Viene a ver al jefe, deberían venir a gusto, sanos, alegres a dar gracias, pero mira cómo se ponen. Yo creo que a éstos Dios no les concede nada.
–No sabe uno que trae cada persona, por qué tienen que caminar dos o tres días para llegar al santuario. Qué necesidad traen, qué dolor. Uno lo ve fácil desde donde está uno, pero ellos puede que no. Si van a ver al jefe que vaya, como vaya, el recibe a todos; precisamente a los más pecadores recibe porque sabe lo difícil que es salir de este vicio.
También vimos a algunas personas que caminaban descalzas. Así transitaría hasta el templo. Las piedras debajo de las plantas provocaban gestos en las caras de los peregrinos. En anteriores años el camino descalzo era casi imposible, porque los fragmentos de roca tienen filos y desgarran la carne; ahora que arreglaron varios se animaron a iniciar el recorrido a pie y descalzo.
Los cristos frágiles
La gente acostumbra cargar cristos de diferentes tamaños y materiales para que los sacerdotes del santuario los bendigan y regresen con ellos a su hogar o pueblo. Pero algunas imágenes no resisten.
Hay cristos abandonados a la vera del camino, no llegaron al santuario, no fueron benditos. El material del que estaban hechos era poco resistente (yeso).
O “ejecutados” o fe mínima de los penitentes o dioses inservibles, los cristos frágiles ven desfilar frente a ellos, la larga hilera de peregrinos cuyo destino es la venerada imagen del Señor de Chalma.
En la explanada del santuario comienza el descenso. La mayoría de la gente avanza en silencio, pensando en su manda, soportando su dolor: algunos van con la muerte adentro, creciéndoles, pero tienen fe que el Santísimo los alivie.
No faltan los que en plenos delirios o durante un síndrome de abstinencia eyaculen insultos: “¡Cabrones, apúrense que no traje mona”!
Llegando a la escalera del impresionante árbol de amate amarillo uno sabe que ya está casi está adentro del templo. Son las 12 horas. El descenso es complicado, sobre todo por el cansancio que trae uno después de haber caminado horas o días. Las rodillas tiemblan y duelen, los tobillos chillan.
Hileras interminables de peregrinos descienden a la entrada de la casa del Santísimo.
El Señor de Chalma
Antes de entrar al templo puede uno visitar la cueva o gruta. Allí había un santuario dedicado al dios Oztoteotl: los antiguos sacerdotes hacían sus rituales con cantos, plegarias, sacrificios humanos y el canibalismo religioso.
Cuenta la historia, que en 1539 los primeros frailes agustinos se percataron de esa fuerte devoción de los locales por OztoteotlTezcatlipoca y decidieron acudir para destruir al ídolo pagano. Cuando llegaron vieron que la imagen había sido destrozada inexplicablemente y en su lugar estaba la imagen de un Cristo negro.
La imagen fue venerada durante 144 años en la misma cueva para ir cambiando el sentido del culto, hasta que en 1683 se construyó el santuario y el Cristo fue trasladado. La cueva se convirtió en la capilla de San Miguel Arcángel.
Cien años después un incendio consumió la imagen original, pero con los restos que sobrevivieron se mandó a hacer una réplica que es la que actualmente adoran los cientos de miles de peregrinos que acuden a lo largo del año a este santuario.
En la actualidad se conserva esta cueva y también es muy visitada y venerada.
El santuario del Señor de Chalma
El actual templo localizado en el pueblo de Chalma en Malinalco, Estado de México, se concluyó en 1683 debido a la iniciativa de fray Diego de Velázquez, aunque al paso de los años su arquitectura ha sido modificada.
Tiene una fachada de estilo neoclásico. Adentro está decorado con el mismo estilo y hay algunos conjuntos de esculturas de santos y pinturas con temas religiosos, probablemente del siglo XVIII. Sobresalen la milagrosa imagen del Señor de Chalma, la escultura de San Miguel Arcángel y una pieza con la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Las fechas más importantes de peregrinaje son: 6 de enero, 2 de febrero, 2 de mayo, Semana Santa, 12 de diciembre y 24 de diciembre.
Antes de entrar a templo se deben dejar las coronas y bastones y hay que descubrirse las cabezas.
Todos entramos allí. Sanos, enfermos, mariguanos, moneados, chemeados, pobre, ricos, poetas, analfabetas, hermosas, feos, feísimos.
Agradecemos que hayamos terminado el camino y pedimos por nuestros familiares, amigos y por la lista de enfermos.
Avanzamos lentamente por el templo, somos una masa humana que llena la nave; vamos hacia un sitio en donde varios sacerdotes nos echan agua bendita y también bendicen las imágenes y objetos que protegerán a quienes los porten. Salimos y vemos a una larga fila de hombres en unas ventanillas de juramentos: uno, dos, tres años, prometen no beber, no quemarle las pestañas al chamuco, no entrarle a la mona ni al chemo. Pocos cumplen.
En las márgenes del río familias y grupos de amigos acampan. Pasarán allí todo el día, allí en el río santo en las albercas de los balnearios que hay en el poblado. Por la tarde o noche regresarán caminando o en vehículo a sus lugares de origen.
A las 13 horas, nosotros concluimos la caminata y regresamos a Morelos con nuestros escapularios benditos. Contentos por haber ido un año más a pedir por nuestra gente.
Hace nueve años hicimos 28 horas de camino. Desde el cerro del Ajusco en la Ciudad de México hasta el templo; sólo tuvimos dos horas para descansar en Santa Martha. Así fue el segundo y el tercer año. Sabemos del cansancio y de dolor, y de las revelaciones.