El libro es un camino de salvación. Una sociedad
que no lee es una sociedad sorda, ciega y muda.
Sergio Pitol
Se dice que leer permite vivir otras vidas. Hay librerías que se resisten a morir, a desaparecer y a resignarse a quedar como un recuerdo. El oficio de librero implica, fundamentalmente, amor por los libros. En Cuernavaca vive un hombre que resguarda alrededor de 50 mil ejemplares y que practica el amor por la literatura.
«Súper Libros - Arte & Literatura» se encuentra en Plaza Cuernavaca, sección Casa Blanca. Para acceder hay que recorrer un pasillo corto, luego atravesar una puerta, llegar a una terraza y doblar a la derecha.
El espacio es amplio. Libreros de aproximadamente tres metros de altura abarrotados en doble fila dejan ver la cantidad de títulos y mundos que alberga el sitio; mesas con algunas novedades que conviven con clásicos y autores de los países más distantes adentran al visitante en miles de libros que aguardan por ser abiertos y leídos para transportar al lector a los lugares más remotos en el espacio y en el tiempo.
Ataviado en camisa de manga larga, a cuadros, y pantalón de mezclilla negro; desde el fondo de unas gafas algo gruesas, el hombre espera la llegada de los lectores. Es Luis Amaro, el chileno que vive en México desde hace más de cuatro décadas y que tiene por hermano mayor al libro.
Una luna de miel que no termina
Luis Amaro Toledo llegó de Chile a México como parte de un viaje de luna de miel, hace 44 años. Desde entonces vive aquí. «La luna de miel sigue», dice. «Me gustó tanto México, que quemé las naves, como Cortés», expresa con rastros del acento chileno.
Luis nació en ese país sudamericano. A su llegada a México, en enero de 1973, visitó el puerto de Acapulco, Taxco, Pachuca, entre otros sitios. La situación política en esa nación era compleja, con Salvador Allende al frente del gobierno. «Se hablaba de guerra civil entre la izquierda y la derecha», recuerda. Esa tensión fue una de las razones que motivaron a Luis a quedarse en México, recién casado.
De aquellos tiempos brotan los recuerdos que aderezaron su decisión de no volver a Chile: hombres vestidos de charro cabalgando por la avenida Miguel Ángel de Quevedo, acompañados de sus novias o esposas, los domingos por la tarde. «Esa forma de disfrutar las tradiciones», refiere, lo llamaron a permanecer aquí, pues de alguna forma era una vuelta a su infancia en el campo, de caballos y ríos…
Periodista y profesor de Historia, Luis Amaro fue inducido por amigos para adentrarse en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En ese entonces «me di cuenta de que algo faltaba: buenas librerías».
Los primeros 600 libros
Luis y varios amigos formaron una sociedad que derivó en la apertura de la “Librería del Relox”, el 28 de agosto de 1974, en un centro comercial del mismo nombre –hoy desaparecido– que se ubicaba sobre la avenida Insurgentes.
Iniciaron «con 600 libros (ríe)», con el apoyo de tres editoriales: Aconcagua, que distribuía Seix Barral y Ariel; Joaquín Mortiz, con los clásicos mexicanos de la época: Luis Spota, José Agustín y Vicente Leñero, principalmente. Además, Grijalbo se sumó al proyecto. «Con estas tres casas comenzamos nuestra historia librera», señala, «en un local de 70 metros cuadrados donde nadaban los libros».
Sin embargo, como el sitio estaba ubicado en paso inmediato de la UNAM, eso les permitió crecer: «Al año ya teníamos dos locales y eran más de cinco mil libros. Porque corrió la voz que había una buena librería y empezaron a apoyarnos otras editoriales: el Fondo de Cultura Económica, Siglo XXI, ERA…».
Recuerda que aquélla fue una época de introspección, de descubrir; ello derivó en que la librería se hiciera más conocida y se acercaran más lectores, incluidos escritores de prestigio. «Comenzamos a conocer autores; entre ellos conocimos a Octavio Paz, a Gabriel García Márquez, a Luis Spota, Cosio Villegas, Carlos Fuentes…»
De este último recuerda que entabló una amistad con él, dado que el autor de La región más transparente vivió en Chile y esa situación los acercó. A raíz de ello, el escritor comenzó a recomendar la librería. Llegaban profesores, alumnos y escritores. Esto, a su vez, permitió la creación de los «fines de mes culturales», que consistían en que los viernes, sábados y domingos últimos de cada mes realizaban actividades tales como presentaciones de libros.
Con el paso de los años la librería siguió creciendo, con un acervo de varios miles. Sin embargo, en 1985, como consecuencia del temblor del 19 de septiembre, ya no les permitieron continuar allí porque el edificio quedó muy dañado. En ese entonces –recuerda Luis–, en Perisur había renta de espacios. «Empeñé hasta la camisa para quedarme con un local», refiere Amaro. Allí estuvieron hasta el año 2008, pero no sólo tenía una librería, sino cinco que estaban distribuidas en diversos puntos de la capital del país.
Cuernavaca, el siguiente destino
«Un día sonó el teléfono: era mi doctor.» El médico le pidió a Luis que fuera a verlo lo más pronto posible, pues tenía los resultados de sus exámenes. A las ocho de la noche llegó al despacho del galeno. «Aquí están tus exámenes… Todo está muy mal. Hay dos alternativas. Una: ser el más rico en el panteón, dentro de poco; dos: dejar esta ciudad que te está matando.»
El médico le mencionó a Luis Amaro que estaba mal del corazón y de los pulmones, aunado al alto grado de estrés que sufría como consecuencia del ajetreo diario que significaba estar pendiente de las cinco librerías.
El amor a la vida y a su trabajo, sumado al malestar físico que le producía vivir en la Ciudad de México –meses antes ya había dado señales de que algo no andaba bien–, fue lo suficientemente grande como para tomar la siguiente decisión: mudarse de ciudad.
Amaro Toledo recuerda que cuando sus padres visitaban México los traía a Cuernavaca los fines de semana, al desaparecido hotel Casino de la Selva. «Se puede decir que en ese tiempo ya me enamoré de Cuernavaca», menciona. Las opciones para la nueva vida eran precisamente la capital morelense y la ciudad de Querétaro, pero optó por la primera, dados los antecedentes y la distancia.
No fue fácil ordenar el inventario ni hacer la mudanza. Unos 50 mil libros llegaron a la capital morelense, en compañía de Luis Amaro y familia. Así, el 1 de octubre de 2010 se instaló en la Plaza Copa de Oro, en la colonia Cantarranas.
Pero fue por poco tiempo, ya que encontraron otro local, cerca de ese sitio, en la Plaza Platino, sobre el bulevar Díaz Ordaz esquina con Alta Tensión. Allí estuvo poco más de cinco años.
En julio de 2017 realizó una nueva mudanza, esta vez a una plaza que se localiza frente al predio donde estuvo el demolido hotel Casino de la Selva, como si el pasado lo llamara.
De pronto, brota un recuerdo: «Bajo el volcán fue justamente el primer libro que yo leí en México; me lo regalaron unos amigos… El destino me tenía señalado algún día Cuernavaca».
Su hermano mayor, el libro
«Para mí, el libro es mi hermano mayor, mi mejor amigo, mi confidente», destaca Amaro. Escarba en la memoria. A los cuatro años aprendió a leer solo, jugando con las letras. Así se gestó el lector que ahora es. «Se puede decir que soy un librero artesanal, de los antiguos, que leemos», comenta, orgulloso y con voz pausada.
Apasionado de la literatura latinoamericana, manifiesta su gusto por Roberto Bolaño y García Márquez. En cuanto a escritoras, asegura que Rosario Castellanos incluso lo motivó a conocer Chiapas, gracias a su Balún Canán.
Su oficio le ha permitido establecer contactos con figuras del mundo literario. Así, hacia 1990, durante un viaje a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, conoció a editores y distribuidores españoles. Fruto de esa experiencia, comenzó a importar libros de casas editoriales de España que difícilmente podían (y pueden) conseguirse en México.
Al recorrer los estantes y las mesas, brota cualquier cantidad de autores de países como Lituania, Hungría, Albania, Polonia… Novelas y volúmenes de cuentos casi inconseguibles –ora porque están descatalogados, ora porque no hubo más reediciones– es probable que surjan de entre los miles de ejemplares que Luis Amaro ofrece en venta.
A este respecto, reconoce: «Yo todos los días quedo con una amargura, cuando vendo un libro que sé que es el último libro que me queda y sé que ya no lo voy a ver nunca más».
Sin embargo, reconoce que no es fácil sostener una librería como la suya, pues, dada la cantidad de libros que tiene, se requiere de un espacio amplio cuyo alquiler resulta costoso.
Como en 1985, este 19 de septiembre, un sismo sacudió el alma de México. También «Súper Libros» resintió el golpe que significó el sismo en materia económica y emocional. No obstante, Luis Amaro confía en que habrá mejoras, en medio de los cientos y cientos de libros que esperan por un nuevo hogar.