Voy a hacer retratos, pero de gente fea, y quiero que tú seas el primero -me dijo, a bocajarro, Leonel Maciel en la puerta de su casa.
Muchos se hubieran ofendido ante la propuesta del pintor nacido en Petatlán, Guerrero, en 1939, pero como sé que detrás de sus afirmaciones hay argumentos muy interesantes respondí que aceptaba y que a qué hora iniciaríamos.
Me explicó que comenzaría después de que hiciera entrega de dos o tres proyectos que tiene pendientes.
–Estás tú, el abuelo (el pintor Germán Hernández), Félix Vergara, Jesús Zabaleta, entre otros; son como diez o más –siguió explicando, mientras me fue metiendo a su casa hasta su mesa de trabajo.
Me pidió que me sentara y él se apoderó de su sillón de madera de más de setenta años de antigüedad y comenzó la platicadera.
Dijo que le interesan sólo aquellos que tienen algo que en vez de inhibir atrae, ya que considera que además de las características físicas existe muy adentro de ellos algo que no alcanza a entender y que quiere captar con una serie de retratos; tres o cuatro por cada modelo y uno será para el participante.
“Creo que estoy en las antípodas. Los hombres que quiero pintar feos, rudos. Esos hombres que llaman ‘Míster Universo’ están bien para que les saquen moldes, sin embargo, a mí lo que me conmueve es lo humano. Mucha gente me dice: ‘qué feos somos los mexicanos’, entonces le digo feo serás tú, cabrón. No hay razas feas, sólo hay las razas que se olvidan a sí mismas. Como mexicanos nos negamos, nos avergonzamos de esta mezcla que somos. No aceptamos a la parte que fue dominada y engrandecemos a la parte que nos dominó, al español; eso es algo interno, pero fluye hacia lo externo, a la superficie.
Su idea es hacer una serie de retratos de los “feos”, es decir de aquellos que van más allá de la belleza eurocentrista o gringa que nos han impuesto, tipo Hollywood.
“No se trata de ´capturarlo´. Debe pasar por mí, que soy tú. Son, en todo caso, ´autorretratos´: yo voy a ser tú y tú vas a ser yo, ahí en esa parte primitiva nos aunamos, nos juntamos”.
“Todos somos diferentes, pero hay algo de uno mismo en los otros, un pequeño cerillo que está ardiendo. Es difícil encontrarlo, captarlo es muy complicado. Uno de los pintores que sin duda tenía ese don fue el maestro Rembrandt (Harmenszoon van Rijn). Tal vez en alguno capte yo eso que busco, no lo sé, por eso lo voy a hacer, no sé qué me voy a encontrar en ustedes, no sé qué me voy a encontrar de mí, algo de mí voy a encontrar, que no lo sé. Eso que el otro me provoca, eso que soy incapaz de controlar, algo desconocido, algo misterioso”.
Su idea no es hacer retratos realistas:
“Voy a hacer obra negra, son retratos o mejor: autorretratos, pero puros dibujos, trazos”.
Mi aportación a su idea de los retratos o autorretratos fue una promesa de imprimirle “la noche de los feos”, de Mario Benedetti, también expuse algunas ideas sobre la fealdad como ventaja en el palpable amor de madre:
Es falso que las mamás vean a todos sus hijos hermosos, esto es un mito más de la intuición maternal; lo cierto es que saben quién es el más feo y a éste lo cuidan más, muchas veces es el consentido o mimado. Si es feo y además tiene alguna discapacidad el hijo se vuelve intocable. Como si le dieran más leche materna que a los demás, le prodigan más cuidados, como para fortalecerlos del mundo al que deberá enfrentarse. Jesús de Nazaret, por ejemplo, debió ser muy feo, por eso su madre lo protegía tanto: su mamá lo tuvo con ella por más de treinta años, le consiguió trabajo en el taller de carpintería de José y no lo dejaba ni a sol ni a sombra.
Por otro lado, el feo debe saber, desde chiquito, que es feo, porque esto le va a permitir aceptarse y cultivar algunas disciplinas que le van a posibilitar que las personas soslayen su fealdad. El feo que sabe que es feo tiene esa ventaja frente a la gente bonita: lo ven feo, pero sorprende cuando demuestra otras virtudes que pueden superar por mucho a los bonitos o bien parecidos. “Es feo pero cariñoso”, dice la canción; o “feo, pero es buena persona”, “es feo, pero acomedido. En realidad, no se necesita algo extraordinario.
A este comentario, él respondió:
“Entre los aztecas y los troyanos a los feos o defectuosos los mataban. Yo era feo. Me decían el ‘Muerto’ porque era yo alto y flaco, huesudo. Yo sabía que era feo por y eso me permitió aprender muchas cosas. También me di cuenta que ser feo provoca en las mujeres una especial atracción. Cuando era chamaco las maestras me cuidaban mucho porque era yo feo. A cada rato me llevaban a la enfermería, yo les decía que estaba bien, pero percibí que ellas, las maestras, disfrutaban llevándome a revisar por el médico para que me dijera que estaba yo bien, entonces me dejé consentir”.
El proyecto de los retratos de Leonel Maciel es un hecho, pero no le interesa llevarse o quedarse con algo del modelo:
“Yo no quiero quitarle nada a nadie. La gente cuando modela o posa piensa que permite que el pintor tome algo y se lo lleve para exponerlo para que todos lo observen o aprecien. Yo quiero hacer todo lo contrario, quiero que algo mío quede en mis modelos, en mis feos”.