Dos gallos de acero pelean en las alturas, uno de ellos arroja la navaja amarrada en su espolón derecho al cuello de su contrincante, que espera el ataque y prepara el filo de su pata derecha. La muerte espera en un silencio eterno.
En otro banco hay un águila como de medio metro. Baleros, tuercas, tijeras, cucharas y tenedores, entre otros cientos de piezas que dan forman al cuerpo. Su mirada de acero no tiene fondo, sus garras aprietan un soporte y sus alas extendidas se equilibran entre un ascenso o un descenso indeciso.
En el taller que comparte con su padre, Javier -maestro de inglés y escultor en metales- tiene una montaña de tuercas, tornillos, autopartes, piezas de motores de algunos electrodomésticos, llaves y demás herramientas mecánicas, todo está amontonado; visto así, es fierro que sólo podría venderse por kilo a los recicladores.
Quien no conoce a Javier, no creería que de ese montón de metal va a hacer que emerja un auto de carreras, una guitarra, un camión antiguo, un caballo.
Estas piezas las consigue de desechos de los talleres mecánicos, en los centros de acopio o en deshuesaderos. Algunas se las regalan, otras las compra porque son parte de una escultura que está en proceso y es justamente el tamaño y forma de ella la que se necesita.
Un objeto le puede dar la imagen de la totalidad de la escultura, o muchas veces simplemente sirve como base y, conforme avanza, la escultura va tomando modo y del metal surge el camioncito o el coche o la motocicleta. También es probable que este escultor tenga ya en la mente la pieza acabada, y proceda a colocar los objetos como aparece en su imaginación.
Las cosas y su historia
La naturaleza de las cosas materiales es servir para fin en un tiempo y descomponerse y acabarse; después se van a la basura y se reemplazan por otras que van a cumplir la misma finalidad en el mismo tiempo o en menos o más, dependiendo de la calidad de su estructura.
Un bastidor de fierro, por ejemplo, puede servir para soportar ventanas; por más bien hecho que esté, por más bueno que sea el material que lo compone, el tiempo y el uso acabarán con él tarde o temprano y será sustituido por otro.
El motor de un auto cumple una función. Sus piezas con cambiadas hasta que del motor original quedan pocos accesorios o ninguno; y las piezas que lo sustituyeron se van a la basura.
Algo que se descompone deja de servir para lo que se creó, llegó a su fin, cumplió el objetivo y el tiempo de vida en uso efectivo para lo que fue creado.
El estilo
Javier Dircio -nacido en Zacatepec el 29 de octubre de 1982 y radicado desde hace muchos años en Tehuixtla- prolonga los objetos más allá de su vida útil, edifica algo que va a continuar estando en el mundo, ahora convertido en otra cosa, ya sea completa o en algo que forma parte de ella.
Él descubre en los elementos que forman las totalidades un uso diverso y útil: por ejemplo, una tuerca que vivió apasionadamente atravesada por su tornillo, ahora es el faro de un camioncito de metal hecho de otras partes de automotor o artículos eléctricos.
Javier no es sólo una persona que construye piezas con objetos metálicos de desecho. Las formas en las que integra las partes (que pertenecieron a muy diferentes objetos) en la pieza total sorprende.
También impresionan los detalles finos de la escultura acabada; estos elementos forman un estilo y hacen del trabajo de Dircio piezas únicas, pensadas y elaboradas por él, con su sello personal: muebles, autos, camiones, trascabos, accesorios para autos, guitarras decorativas, esculturas de animales, robots…
Para Javier nada se compara con ver terminado, tocar, palpar, algo que estaba en su mente:
“Hay veces que al terminar una pieza me sorprende, me maravilla y me enamora tanto que quisiera conservarlas para siempre conmigo, pero los clientes, el trabajo, la necesidad a veces nos llevan a deshacernos de ellas por más enamorado que esté”.
El oficio
Dircio Jiménez aprendió a soldar cuando tenía 17 años, bajo la tutela de su padre Ausencio Dircio Torres, quien le sigue enseñando lo que sabe.
“No adopté la herrería como oficio, ya que en ese entonces cuando empecé a soldar yo apenas había abandonado la universidad y me dolió mucho dejarla por razones económicas. Decidí emigrar a Chicago, Estados Unidos, en donde estuve siete años residiendo. Al regresar a Morelos mi meta fue convertirme en profesor de Inglés y comencé con una carrera técnica en la materia y al mismo tiempo comencé a trabajar en una escuela. La herrería se fue a segundo plano.
Su primera pieza fue una camioneta pickup: “la conserve por mucho tiempo, aunque después la vendí; un cliente quería comprarme tres piezas y entre ellas la camioneta, y si no le vendía mi camionetita no me compraría las otras dos piezas, así que tuve que vendérsela”.
Al principio elaboraba sus obras sólo para satisfacción personal, el trabajo lo relajaba. Cada que llegaba del trabajo de la escuela se metía al taller, no exhibía sus piezas, pero con el tiempo comenzó a ponerlas a la vista del público y vio que se las compraban. En la actualidad trabaja para hacer pedidos de sus clientes de Morelos, de México y algunos de Estados Unidos.
Su maestro e influencia directa ha sido su padre (herrero y constructor de armas). Relató que ha visto en internet el trabajo de escultores en metal, algunos desconocidos muy buenos, que de cierta manera lo inspiran a mejorar cada vez más.
Javier Dircio Jiménez piensa en esculturas todo el tiempo, las sueña, imagina todas las piezas que puede utilizar para conseguir materializar su idea; su cabeza está llena de imágenes, piezas, resortes, metales, engranes. No se detiene en la forma de sus piezas, y ahora quiere construir figuras grandes para instalarlas en Morelos o en México:
“Va a ser como al inicio, voy a trabajar por gusto, por placer, y seguramente habrá alguien que me encargue trabajos grandes, cuando vea lo que surge de mi mente y de mis manos. Quiero que me conozcan por este amor al arte del metal y dedicarme a esto de por vida”.