Nunca creí ser parte un acontecimiento tan desagradable como fue el 19 de septiembre del 2017. Fue difícil para mi, una niña de doce años, con una mamá (María Esther Martínez) embarazada, un papá reportero que podía estar abajo de cualquier edificio haciendo una entrevista o cualquier cosa que hagan los reporteros, una hermana que en ese entonces tenía dos años que iba en una guardería no tan cerca de mis papás, una casa llena de hermosos recuerdos que pudo haberse derrumbado. Siendo sincera fue un momento difícil.
Todo comenzó como siempre: me levanté, mi madre me dio de desayunar y me dejó en mi escuela.
Después de seis clases estaba sentada en mi pupitre haciendo un trabajo en un libro; no recuerdo que me hacía falta pero me paré por algo a mi casillero y sentí un mareo ligero pero que no era normal.
Sentí preocupación pero no le tomé tanta importancia; me volví a sentar y ahí empezó todo: las ventanas se movían, la maestra con un pánico que a mi ya mis compañeros nos asustó más, nos gritó que saliéramos del salón y ahí es cuando reaccioné, salí corriendo, llegué a la zona segura y me llené de lágrimas.
En ese momento me invadió una ola de emociones, aparte de que me surgieron demasiadas preguntas: ¿qué estarían haciendo mis papás en ese momento? ¿estarían a salvo? ¿qué sería del resto de mi familia?
Cuando me pude calmar un poco me invadió la preocupación por completo, sentí un temor horrible, algo que nunca había sentido.
Después de unos quince minutos llegó mi mamá, reaccioné rápido para abrazarla y me solté en llanto, me subí a mi coche y me impactó mucho el ver personas llorando, niños que esperaban ser recogidos por sus papás, lo único que quería saber era si mi familia estaba bien.
Fue una de las peores experiencias que he sentido, el temor que me invadía fue terrible, en ese momento es cuando todos queremos ayudar a todos, ya sean de tu familia o no, todo Morelos se unió para ayudar y eso es algo que sin duda te hace sentir alivio.