Desde las ocho de la mañana, la gente comenzó a llegar a los camposantos de La Paz, Tlaltenango, La Leona, Acapantzingo, Antonio Barona, Las Margaritas, Chapultepec y Teopanzolco. Unos lo hacían a bordo de vehículos particulares, otros en taxi, pero la mayoría en ruta o a pie.
Casi todas las personas llevaban una cubeta o un bote para acarrear agua hasta las tumbas; colocaban las flores, comida, fruta o veladoras y se ponían a recordar los momentos felices que pasaron con sus familiares en vida.
Otras personas llevaban llevaban utensilios de limpieza, pues no todos los panteones estaban del todo limpios.
Conforme transcurrían los minutos la gente no dejaba de llegar y poco después de las diez de la mañana los panteones comenzaban a llenarse de visitantes, la mayoría cuernavaquences, aunque también procedían de otros municipios e incluso de otros estados.
La presencia de grupos norteños no se hizo esperar y para el medio día ya estaban tocando aquellas canciones que les gustaban a los difuntos. Las Mañanitas fue un tema que también se dejó escuchar.
Para el medio día, el tráfico tanto vial como peatonal comenzó a complicarse. Y es que afuera de los panteones las calles estaban invadidas por comerciantes de flores, veladoras, botes y comida, entre otros porductos.
Las calles y avenidas aledañas a los cementerios también comenzaron a registrar tráfico lento, aún y cuando la Policía de Tránsito realizaba acciones de “desahogo”.
Ya en el resto del día, lo mismo salían que entraban personas y caída la tarde, la presencia de visitantes en los camposantos aún era notoria.