Sociedad
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Dos muertos, dos heridos y un detenido, el saldo final de la agresión

Un joven mató a balazos al dirigente estatal de la CTM y a uno de sus colaboradores en la calle Gutenberg; un camarógrafo, entre los heridos.

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La mañana era tibia y amarilla, el sol aún no encendía sus brasas ni los cuerpos comenzaban a sudar ante los embates del astro rey. El corazón de la ciudad ya latía: comerciantes en sus locales comenzaban a atender a los primeros clientes o a imaginar un buen día de ventas; los paseantes se desparramaban en la plaza de armas o se disponían a desayunar en el kiosco de la ciudad. Otros ciudadanos simplemente contemplaban el nuevo día desde las bancas del jardín Juárez.

A esa hora, los burócratas que ocupaban las oficinas del palacio de gobierno y de dependencias que se ubican en el primer cuadro de Cuernavaca se disponían a desayunar. Algunos funcionarios debían hacer frente al día a día, atender las interminables solicitudes ciudadanas.

De pronto, un grupo de vendedores se reunió en el cruce de las calles Gutemberg, Galeana y Rayón. El motivo: solicitar ser considerados en el reordenamiento del comercio ambulante de esa zona de la capital morelense.

Representantes de los medios de comunicación se dispusieron a cubrir la manifestación, que si bien no era muy numerosa, daba para comenzar a nutrir de información a los lectores u oyentes ávidos de noticias desde la mañana.

El secretario de Desarrollo Social, Gilberto Alcalá Pineda, salió a la calle Gutemberg para atender la situación. A un costado del jardín Juárez, sobre una acera, fue abordado por reporteros y camarógrafos para conocer del asunto.

Mientras el secretario declaraba ante los medios, un hombre, identificado como Jesús García Rodríguez, líder de comerciantes de la CTM, se acercó al funcionario estatal, rodeó sus hombros con el brazo izquierdo, pronunció una frase y en seguida se alejó.

Gilberto Alcalá continuó con los reporteros. A unos metros, en la esquina de Gutemberg y Galeana, otro representante de los vendedores abordaba el asunto que los había motivado a manifestarse, acompañado de varias personas.

Ni el ir y venir de los vehículos, ni el canto de algunas aves, ni la voz de la ciudad que comenzaba a desperezarse impidieron que, en un segundo, se escuchara el momento en el que un hombre cortó cartucho a unos pasos del funcionario; luego, las detonaciones.

Los disparos apagaron el ruido de fondo de la capital y encendieron los gritos, la rabia y la desesperación.

Un hombre larguirucho, vestido con sudadera negra (tenía cubierta la cabeza y por lo bajo se veía una prenda entre café y verde), pantalón de mezclilla, con calzado deportivo y gorra, rompió el protocolo de un día que pintaba como otros días de la ciudad a esa hora de la mañana.

El individuo disparó contra Jesús García, contra el camarógrafo René Pérez y contra los hermanos Roberto y Jaziel Castrejón –ambos de la CTM–, que quedaron sobre el adoquín, entre el palacio de gobierno y el jardín Juárez.

Decenas de personas corrieron hacia diversos puntos sin saber qué había ocurrido exactamente; unas se tiraron al suelo y otras, las menos afortunadas, no pudieron levantarse por su propio pie: sus cuerpos sangraban a causa de los impactos que les provocó el hombre armado.

Después del ataque, el agresor corrió sobre Gutemberg, se internó en la plaza de armas, pasó frente al palacio de gobierno mientras hombres y mujeres gritaban que lo agarraran y algunos policías iban tras él, menos veloces que el sicario.

Al doblar en las escaleras que se ubican a unos metros del edificio de Correos, el pistolero volvió la vista y comenzó a disparar contra los persecutores; su deseo de huir le puso el pie y cayó sobre los escalones, pero se levantó y siguió corriendo hasta doblar hacia Galeana. Instantes después tiró el arma sobre esa calle, en la esquina con Hidalgo.

Pretendía huir por la Plazuela del Zacate, pero entre las escaleras y la fuente de ese lugar fue capturado por agentes policiacos, ante la mirada de peatones, transportistas, vendedores, ciudadanos de a pie, la lente de fotógrafos y el ojo de las cámaras que grabaron la persecución.

Se trataba de un hombre delgado, de estatura alta, cabello ligeramente largo y revuelto; vestido con camiseta entre gris y verde y pantalón de mezclilla azul, calzado deportivo negro con suela blanca, tatuado en el brazo derecho y en una parte del pecho, iba esposado con las manos hacia atrás, sometido por dos uniformados que lo condujeron hacia el palacio de gobierno.

Ante los cuestionamientos de la prensa en ese andar, el individuo optó por el silencio.

Más allá, sobre Gutemberg, los agraviados estaban tendidos, rodeados de compañeros y amigos que intentaban auxiliarlos y solicitaban ayuda inmediata. La claridad de sus prendas de vestir ya se había opacado por la sangre que brotaba de las heridas. Decenas de ciudadanos contemplaban la escena desde la montaña de la incertidumbre.

Después llegaron las ambulancias en las que las víctimas fueron trasladadas para recibir atención. A su vez, una mujer con un embarazo de varios meses sufrió crisis nerviosa y también fue atendida por los paramédicos, en tanto que los testigos del ataque intentaban salir del asombro: parecía un mal sueño, una broma de la mañana del 8 de mayo.

Al llegar al hospital, Jesús García perdió la vida. Más tarde, Roberto Castrejón también murió. Las otras dos personas fueron reportadas como estables.

Luego, el silencio y el llanto. Decir adiós, tragar saliva y esperar a que la tarde trajera un poco de calma.

 

 

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Jorge Arturo Hernández

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