Es un día ordinario. Hay gente y autos; también individuos y grupitos que descansan o platican en el jardín Benito Juárez.
En la esquina de las jardineras, un grupo de comerciantes bloquea la calle Galeana, cerca del teatro Ocampo.
Alegan, frente a las cámaras y celulares de los reporteros, que no los tomaron en cuenta para las reuniones que habrá con el objetivo de resolver el problema del comercio ambulante en el primer cuadro de la ciudad.
Otros reporteros, a tres o cuatro metros, sobre Gutenberg, entrevistan a Gilberto Alcalá Pineda, secretario de Desarrollo Social.
El rumor de un día que hace algunas horas acaba de comenzar es ordinario. Hay el gorjeo de los pájaros sobre los árboles de laurel y algunos gritos de reclamo de los comerciantes.
A las 10:13 horas, así, de repente, se escuchan detonaciones que rompen lo ordinario. Reporteros, manifestantes, transeúntes, se sorprenden por el sonido de las explosiones. Nadie piensa que son balas; no es posible que alguien llegue armado con una pistola y comience a disparar en contra de alguien, hasta que se escuchan otras detonaciones y tres personas heridas caen. Los gritos de terror de algunas mujeres alertan a quienes estamos allí.
Todos corremos para protegernos. Sentimos que en cualquier momento nos puede atravesar un proyectil. Nos atropellamos; varios caen. Se oyen gritos de auxilio. ¡Agárrenlo, está escapando!
Me resguardo detrás de un puesto de periódicos. Veo a un funcionario que corre asustado y pasa delante de mí, es Gilberto Alcalá, alcanzo a tomar tres fotografías. Se me cayó el celular y tengo mi cámara fotográfica en la mano, pero las detonaciones siguen, ahora se escuchan más allá del Palacio. No quiero salir porque no sé si hay más personas disparando o si van a regresar, espero un momento y después salgo.
Ese tramo de la calle Gutenberg es un caos. Hay gente llorando y personas tiradas en el suelo. También se pueden observar algunas manchas de sangre y papeles y cosas tiradas. Voy rumbo a donde se me cayó mi teléfono y lo recojo. Ahí veo a un hombre boca arriba, con el pecho ensangrentado, que no logro reconocer y que después me entero es Jesús García Rodríguez, Don Chuy.
La reportera Nanci Franco está frente a él, de rodillas, asustada y le dice que se calme, que ya llamaron a la ambulancia; el hombre tiene la mirada perdida.
Pasos más adelante hay un tripié y una cámara en el suelo; al lado está un hombre boca abajo, con un chaleco. Me acerco y junto a él se encuentra el camarógrafo Carlos Sevilla López; el lesionado es el camarógrafo de Quien Resulte Responsable René Pérez Argüello. Entre la espalda y la cintura tiene una brevísima mancha roja de una bala (9 milímetros) que le perforó el chaleco y la camisa. Descansa su cara sobre su mano izquierda, voltea la cabeza, no está cómodo, su mueca es de dolor. José Carlos le da ánimos. Ni el paramédico ni la ambulancia llegan.
Le pregunto a Carlos si los cuerpos de las dos personas que están en el suelo, metros más bajo, son de reporteros y me dice que no sabe. Le pido que me aguante y vigilé a René y camino hacia los heridos, que están rodeados de personas.
Son dos muchachos (los hermanos Roberto y Rafael Castrejón) pero no reconozco a ningún colega.
¿Hay más heridos? ¿Y mis amigos? Comienzo a buscar a mis compañeros con los que generalmente reporteo, angustiado. Poco a poco los voy encontrando en medio de la confusión. Algunos están muy alterados, otros están reportando a sus casas editoriales lo ocurrido. Yo regreso a ver a mi amigo René que sigue tirado en el piso.
En mi cabeza palpitan las imágenes del agresor (Maximiliano): pantalón de mezclilla, tenis oscuros con suelas de color blanco; sudadera o chamarra oscura, gorra oscura, caminando a prisa sobre Gutenberg. Se para frente a dos muchachos y hace dos disparos, luego se voltea y busca a alguien; cuando está frente a Jesús García, le dispara, Don Chuy cae, pero el empistolado le vuelve a disparar y cae.
Yo lo vi desde ocho pasos atrás y me pareció que el hombre llevaba un arma de salva y disparó para asustar a los comerciantes que se estaban manifestando, pero cuando observé que las personas caían y que había gritos de mujer, comencé a correr en sentido contrario de la calle. No fueron más de seis o siete zancadas las que di para esconderme detrás del puesto de periódicos, pero sentí que no llegaba y que en cualquier momento iba a recibir un disparo en la cabeza y caería muerto. Me acordé de la gente que amo. Le llamó a mi hija y le digo que hubo una balacera en el centro de Cuernavaca y que yo estoy bien, que hay un compañero herido y tres personas caídas. Son las 10:30 de la mañana en Cuernavaca, Morelos.
Poco a poco la calle se va llenando de gente y de policías; los grupos se encuentran donde están los cuatro heridos, hay llantos, acusaciones.
Una ambulancia llega y se lleva a don Chuy, después llega otra que se lleva a uno de los muchachos y la otra al hermano.
Al camarógrafo René Pérez lo suben a la ambulancia a las 10:40. Sus amigos lo animan: ¡Vamos, René, échale ganas!
Carlos, el periodista solidario
De los camarógrafos que estuvieron en la balacera del 8 de mayo en el centro de Cuernavaca, José Carlos Sevilla López, fue quizá el que menos material gráfico entregó a su redacción; decidió parar su cámara y dejarla funcionando mientras cuidaba a su amigo René Pérez Argüello, que recibió un balazo en la región lumbar.
José Carlos, de 34 años de edad, camarógrafo de Cable Noticias de Morelos, relata que el día de la balacera estaba con su compañera Xóchitl Toledano cubriendo una manifestación en la calle Galeana; hicieron una entrevista con los comerciantes inconformes y se alejó a la esquina opuesta para “hacer aspectos”.
“En eso escuchamos primero dos detonaciones, pensamos que era cohetes, porque nadie imagina que sean balazos, y volteamos hacia donde un grupo de reporteros entrevistaba al secretario de Desarrollo Social Gilberto Alcalá, y había un tipo con capucha, con sudadera, disparando hacia la gente, iba buscando a alguien y se escucharon más detonaciones. El tipo corrió hacia la plancha del zócalo y paso junto a René y éste cayó; yo fui hacia él. Cuando llegué dejé la cámara grabando. Le hablé, le dije que no se moviera, que lo iba a revisar porque, al parecer, había recibido un balazo. Imaginé lo peor, pensé que tenía un disparo en la cabeza y lo revisé. Él estaba boca abajo y vi que tenía manchada de sangre la espalda, le quité el chaleco y le dije que no se moviera, que pronto llegarían paramédicos y la ambulancia. Diez minutos después llegó un paramédico y como a los trece minutos de esto se lo llevaron en una ambulancia. Yo permanecí con él, a su lado, porque vi que no podía hablar, y le hablaba en todo momento para que no se desesperara y calmara; varios compañeros también llegaron a hablar con él y a darle ánimos”.
José Carlos relató que no es la primera vez que está cerca de una balacera, ya que en diciembre de 2009 cubrió el enfrentamiento entre los marinos y Arturo Beltrán Leyva y su gente, pero nunca había estado en un enfrentamiento en el que hieren a un compañero.
Le dio temor, miedo de que le pegará una bala, miedo de que el compañero caído estuviera muerto y luego, cuando se recuperó del desconcierto, miedo de que su compañera de trabajo, Xóchitl estuviera herida.
José Carlos tomó la decisión de quedarse junto a René y esperar a que lo atendieran porque pensó que si él hubiera sido el lastimado no le hubiera gustado estar solo, tirado en la calle, sin nadie que lo atendiera y le dijera palabras de aliento como él lo hizo con su colega a quien conoce desde hace más de trece años.