“… y el mimo se volvió más mimo”.
El jueves 6 de febrero encontré en el Jardín Juárez a Pactú el mimo sin maquillaje ni guantes.
¿Quieres dinero para comprar maquillaje? Movió la cabeza para decir que no. Luego me arrojó un gruñido y le respondí con una frase tratando de interpretarlo. Negó de nuevo y con la mano desnuda hizo señas sobre su rostro como si estuviera maquillándose y luego movió su dedo índice como las plumas del parabrisas de un auto.
¿Ya no te vas a maquillar? ¿Por qué? Y subió los hombros huesudos como diciendo
"nomás porque sí".
(El 14 de febrero de 2018 tuvo un accidente vascular cerebral isquémico que lo mandó a la cama por una semana; en cuanto pudo, se puso de pie y siguió trabajando, pero después del derrame su capacidad para comunicarse verbalmente se hizo más difícil y el mimo se volvió más mimo. Las palabras que bajan de su pensamiento se traban en su boca y salen deformes, rotas o heridas, desgarradas.
Quien tenga mucho interés en entenderlo debe interpretar lo que quiere decir, repetírselo y él niega o asiente, según haya querido decir o no lo que el intérprete verbalice.)
Sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz enferma se quebró. Le puse la mano en el hombro para consolarlo y le invité una guajolota y un arroz.
Nos sentamos en una de las bancas, mientras dos palomas se nos quedaban observando como perros hambrientos con ganas de quitarle la torta al mimo, y me "platicó" que unos días antes andaba en un evento del gobierno y un amigo común le dio doscientos pesos.
Pocas veces Pactú se ha dejado de pintar, principalmente por enfermedad. La máscara de maquillaje es un parte de su personalidad, como en las obras de teatro de la época romana; la máscara del mimo es blanca con un bigote a la Chaplin o a la Hitler y un lunar negro, sus cejas repintadas y sus ojos marcados.
De acuerdo con una entrevista, un 6 de enero de 1975, día de su cumpleaños número 15, se pintó el rostro como mimo y salió a la calle a trabajar. Vivía, con su familia, en Coyoacán, en la Ciudad de México. Desde entonces no ha querido ser otra cosa en la vida más que mimo y de eso se ha ganado la vida.
NOMÁS DOS DÍAS
El sábado 8 de febrero lo volví a ver de nuevo, como un lobo viejo abandonado a su suerte por la manada. Caminaba por las mismas calle se siempre. Iba herido de una pierna, no asentaba bien el pie izquierdo: arrastra una parte de su cuerpo y avanza espacio. De vez en vez saluda con la mano derecha, pocos le contestan, sólo algunos le dan una moneda empobrecida.
Lo saludé y le recordé que el jueves había dicho que ya no se iba a pintar, y a señas y con su raro idioma me contó que le había ido muy mal: “de la chingada el viernes”.
Yo creo que ahora sí, con maquillaje, te va a ir mejor, le dije para consuelo y él peló la encía.
¿Y los dientes? Le pregunté cuando vi que se comía la torta de tamal a “raíz”.
Y me respondió que le habían vuelto a robar la dentadura.
La primera vez fue a finales de febrero de 2014 en el centro de Cuernavaca; ahora, fue el año pasado en Tijuana.
El 17 de enero de 2019, a las 8 de la noche Pactú tomó un autobús en la terminal Estrella Blanca. Según él, iría a ver a su amigo Martín, a Tijuana, Baja California, en un viaje de 34 horas. Regresó en menos de un mes, flaco y atarantado.
Nunca me había contado cómo le había ido hasta hoy: la Policía de Tijuana lo metió a la cárcel por vago; le quitaron un morral dentro del que tenía su placa. Cuando salió, las fuerzas del orden no le regresaron nada y le advirtieron que no lo querían ver vagando por las calles.
Dejé a Pactú comiendo su torta, y le di unas monedas para que se tomará un café; antes, asusté a las palomas, que para esos minutos semejaban buitres, rodeando al indefenso mimo.
Francisco José Helguera Díaz nació el 6 de enero de 1960, en la Ciudad de México, donde vivió gran parte de su vida; después se fue a radicar a Tijuana 30 años; de ahí vino a Cuernavaca durante el sexenio de Lauro Ortega, aunque después volvió a viajar fuera de la ciudad (incluso fue a España) y luego regresó a Cuernavaca.