Angélica Miranda Mejía, la mujer que vendía tacos en la calle Jesús H. Preciado de la colonia San Antón, entre las Privada de las Flores y de Los Zorros, falleció el miércoles 3 de junio, a las 9:30 de la mañana de un infarto. La habían encontrado convulsionando en la calle, la noche del martes.
“Gracias a los vecinos, a los comerciantes y mucha gente que puso su granito de arena se pudo cremar a la queridísima Angélica”, consignaron algunas personas en las redes sociales.
Vecinas también expresaron su sentimiento: “Descanse en paz; Ya está con quien quería estar; Ya no va a sufrir; Amén”.
ANGÉLICA EN LA CALLE
La mujer contaba con 53 años de edad. Era menudita, morena, tenía varios tatuajes de la Santa Muerte en los brazos y vestía siempre con ropas de hombre.
Siete u ocho años atrás instaló un puesto de tacos ahí en la banqueta de la calle H. Preciado. Vendía por la noche y a veces dejaba de hacerlo porque no siempre podía comprar material.
El 10 de febrero de 2013 la muerte le mandó una carta a Angélica. A las 10:30 de la noche estaba vendiendo tacos en la calle H. Preciado y un auto sin frenos le pegó a un coche estacionado y éste se fue contra el puesto: verduras, carne y salsa quedaron sobre el cofre del auto. No hubo herido, pero el puesto quedó desecho.
Su situación económica y emocional empeoró, al grado de que perdió todo y la desalojaron del cuarto que alquilaba.
Hace unas semanas, en ese lugar donde había tenido el puesto la vi vendiendo algunas verduras, que al día siguiente aparecieron en el suelo, marchitas y regadas en el poste donde los vecinos dejan la basura para que el camión recolector pase por ella la mañana siguiente.
Intentó con otro negocio. Tendió en la banqueta una especie de bazar con cosas usada: ropa de hombre, zapatos famélicos, patines sucios, algunos juguetes muy desgastados. De entre aquello que para mucha gente podría ser basura, destacaba un vestido rojo, largo, escotado, al parecer nuevo, colgado de un gancho.
Para el mes de marzo, Angélica ya vivía en la calle. La vi por la mañana, mientras yo caminaba hacia el estadio de beisbol. Estaba dormida en la banqueta, se cubría con una cobija desgastada que le llegaba hasta los tobillos. Calzaba tenis viejos.
Al día siguiente sus cosas ya no estaban en el suelo. Había conseguido un sofá muy usado, y sobre éste puso algunas pertenencias. Por la mañana del día siguiente la vi barriendo su lugar.
Por la tarde pasé a dejarle una caja con despensas que me había yo ganado en unos volados. Ella platicaba con una persona como de su misma edad. Bebían cerveza y se veían alcoholizados. Dudé un momento en entregarle la caja con víveres porque se la podrían robar, pero cuando iba yo a cambiar de opinión ella me vio con la caja en el suelo. Se la llevé y se la entregue: “Para que se ayude”, le dije. La recibió, ebria, y no me dijo nada.
La última vez que la vi fue el martes 2 de junio, por la mañana, estaba sentada en su sillón, frente a donde pernoctaba. Pelaba con una charrasca oxidada un cable largo de cobre. Por la noche, supe que la habían encontrado caída en una privada.
MÁS SOBRE ANGÉLICA
La lucha de Angélica por no dejarse caer fue encarnizada. No conocía yo su historia: bebía mucho, era lesbiana, había perdido a varios familiares, ese era el cristal fragmentado desde el que yo la veía.
Un vecino que la conoció desde que ella llegó a San Antón relata que su familia era de Chalma, Estado de México, luego se fueron a Toluca y después viajaron a Cuernavaca, a la privada Las Flores. Angélica tenía cinco años de edad; sus hermanos, Jorge, Beto, Moi y Martha, tenían nueve o diez años de edad los hombres, la mujer era la más chica; llegaron con don Beto y doña Rosa, una mujer muy guapa y muy elegante, de ojos verdes.
Su papá don Beto (que aún vive) se dedicó siempre a los tacos y puso un negocio sobre avenida Morelos, donde se ubica la terminal Estrella Blanca, tacos El Caballero, fue uno de los primero negocios grandes en Cuernavaca; de eso hace más de treinta años.
El negocio de la familia comenzó a crecer y tuvieron mucho dinero. Los hermanos de Angélica fueron los primeros que compraron motocicletas en el barrio: todo el día andaban con las motos haciendo ruidos por la calle Jesús H. Preciado.
Con el tiempo la familia llegó a tener varias taquerías. Angélica creció en ese ambiente y también tuvo taquerías de la que obtenía mucho dinero, siempre andaba con fajos de dinero, pero el alcohol y las mujeres la fueron perdiendo hasta que no le quedó nada.
Otro vecino confirmó que la mujer se dedicó toda su vida al negocio aprendido de su papá: los tacos. Andaba de feria en feria y le iba bien, tenía ya sus clientes. Cuando no estaba en las ferias de los barrios de Cuernavaca, vendía en la calle H. Preciado.
“Angélica fue tal vez la primera mujer lesbiana en San Antón que no escondió su sexualidad. Personas que la conocieron en la escuela primaria Felipe de Jesús Espinoza o escuela Centenario decían que le atraían sus compañeritas, a quienes con frecuencia intentaba besar. Tuvo varias parejas, la vimos discutiendo muchas veces con ellas, era cabrona, las regañaba”.
Un familiar suyo también la recordó como una mujer muy trabajadora:
Tenía carácter fuerte, era muy enérgica, pero sus conocidos y amigos de ella la estimaban mucho.
Era una persona súper trabajadora, siempre iba a los tianguis a vender chácharas y a comprar cosas para de igual manera revenderlas. Le gustaba escuchar música clásica.
Por veinticinco o treinta años trabajó en el negocio de los tacos. Siempre andaba de gira en las ferias, Tlaltenango, Santa Catarina, y otros lugares más donde iba a vender. También esa fue una de las cosas por la que mucha gente la reconocía.
Le gustaba tomar y platicar con las personas, tomaba mucho, pero así trabajaba. Decía que la bebida era un “suero” que le daba energía para trabajar.
Tuvo un hijo como a los veinte años, se llamaba Guillermo, él se casó con una maestra y se fue de San Antón, tenía un taxi y hace tres años aproximadamente lo mataron; este fue el motivo porque el que su ánimo decayó. El año pasado murió su mamá y fue ahí donde comenzó a decir que no tenía nada que hacer en vida. Ella nos decía que quería morir, porque ya no soportaba todo esto.
En lo reciente, pues dejó de trabajar, la sacaron de la casa que rentaba.
Yo siempre trataba de ver por ella, la veía en la calle, y pues como estoy estudiando y no trabajo no podía hacer nada por ella. Siempre que yo pasaba en la ruta la veía sentada en la banqueta, viendo hacia el cielo, como hablando con su hijo o su madre, era algo que siempre me ponía nostálgico.
A mí desde niño me jalaba para que yo le ayudara y a manera de regaños, gritos, y demás, me enseñó el oficio de los tacos.
El martes por la noche, uno de los amigos de la colonia la vio convulsionando y llamaron a la ambulancia; la checaron y le dijeron que se tenía que alimentar. Mi padre la bajó a su casa y trató de darle de comer, ella no quería. Cuando nosotros la veíamos en la calle tratábamos de que comiera, pero ella se negaba; prefería beber mucha agua. Mi padre la bajó y es hasta el día siguiente en la mañana cuando fallece.
LOS ÚLTIMOS DÍAS
Desde finales del año pasado el puesto fue deteriorándose hasta que sólo quedaron unos fierros viejos que la dueña conservaba con la idea de que podría recuperarse, lo volvería a instalar en forma y tendría gran cantidad de comensales todos los días: la feria de San Antón, una de las más concurridas de Cuernavaca, estaba por comenzar y, sin duda, le traería muy buenos dividendos como todos los años. Angélica no creía que la feria se suspendería por causa de la contingencia decretada por el coronavirus.
LA CALLE Y EL TIEMPO
La calle Jesús H. Preciado, la principal de este barrio, que alguna vez fue río, se sigue llevando lo bueno y lo malo, la basura y las cosas que aún sirven.
El jueves 4 de junio el patrimonio de Angélica constituido por fierros de su antiguo puesto de tacos, un sofá usado, ropa vieja, televisores con cinescopio de mirada ciega, lonas luidas y otras chucherías, había desaparecido del lugar donde ella las había dejado con la idea de regresar a pernoctar y protegerlas.
El tiempo, que es como esta calle, arrasa con todo lo que palpita, con lo inanimado, se lleva a los propios números del reloj de nuestras vidas; se llevó a Angélica, la de los tacos, y lo poquísimo que la vida le había perdonado.