El fotógrafo de caballitos era un personaje que no podía faltar en las ciudades; José Luis Castro Ramírez fue el único en Cuernavaca desde principios de 2016.
José Luis Castro Ramírez murió el 10 de septiembre de 2020 a la edad de 72 años en esta ciudad. Fue el último retratista de caballitos de Plaza de Armas.
El fotógrafo de caballitos era un personaje que no podía faltar en las ciudades. Se instalaban en las plazas públicas con al menos un caballo de madera o de fibra de vidrio, con sus monturas, sus frenos, sombrero de charro, pistola o rifle de utilería y algún gabán de “Saltillo”. Detrás de los caballitos había un bastidor de fondo (primero de manta, luego de plástico) con una imagen grande de un paisaje o construcción representativa del lugar.
Las parejas o personas solas o con niños acudían a hacerse un retrato con el fotógrafo. La fotografía podía tardar en entregarse; pero cuando apareció la Polaroid, el retrato en manos del cliente fue cuestión de minutos.
La fotografía de caballitos y paisaje era muy solicitada a principios del siglo pasado, quizá porque había menos ciudades. En la actualidad quedan pocos retratistas de ese tipo y en Cuernavaca ya no existen.
SU PAPÁ LE ENSEÑÓ
José Luis Castro Ramírez aprendió la fotografía con su padre, aficionado a esta disciplina, quien compró una cámara a un extranjero que andaba de visita en la capital morelense y con esa enseñó a sus hijos:
“En aquel tiempo llegaba mucho americano a Cuernavaca y una vez le compramos una a un gringo, una 6.20, parecida a la 120. Ya la revelada la aprendí con un amigo que estudiaba la universidad en México”, recuerda.
A principios de 2016 ya era el único retratista que queda en Plaza de Armas: “Antes había más fotógrafos, después quedamos tres, después dos y ahora yo solo. Soy el que tiene más años aquí. Hace unos años murió el fotógrafo más viejo, don Felipe Álvarez de la Rosa, que duró 60 años en este oficio, fue el más antiguo, pero ya murió”.
El fotógrafo tenía sus tesoros: varios caballitos. El grande, uno mediano y uno chiquito para los niños pequeñitos, todos de fibra de vidrio:
“Tengo más en mi casa, pero ahora sólo traigo uno porque es un problema cuando llueve y porque ya me han robado piezas: descargo en la calle mis caballos desarmados y cuando vengo a dejarlos aquí a la plaza, me roban”.
LAS PLAZAS DE ARMAS
José Luis recordaba así la Plaza de Armas de la capital de Morelos:
“Antes había un jardín que era muy bonito, que era el Jardín de los Héroes. Había una fuente que era histórica, tenía un leoncito que echaba agua por su trompa. Eso era muy bonito. Estaba la Casa de Moneda. Esa parte era muy bonita, era como un pueblito. Pero después la hicieron una plancha de cemento, con el asta bandera en medio, no estaba ese palacio, ese palacio es nuevo, lo inauguró el gobernador Felipe Rivera Crespo.
“En mis 35 años que llevo aquí en Plaza de Armas he visto de todo. He presenciado asaltos. Aquí se reúne todo mundo, los muy buenos y los muy malos ¿Te acuerdas del Ponchis, el niño ese que destazó a varias personas? Pues aquí venía muy seguido, se la pasaba jugando aquí. Yo he pasado todas las remodelaciones que ha tenido este sitio; antes había un enorme jardín. También hubo una época que aquí, donde está el asta bandera, había una fuente muy grande y muy bonita”, contaba José Luis Castro Ramírez en una entrevista en 2012.
Castro Ramírez relató que los domingos, que era el día más “movido”, llegaba a sacar hasta 25 fotografías (a 30 pesos cada una), y que sus principales clientes eran turistas.
Explicó que hasta antes que comenzaran los secuestros, las ejecuciones y el problema de migración en Estados Unidos, llegaba mucha gente de Morelos con residencia en Estados Unidos, pero llegaba a tomarse la foto con él, para que los hijos conocieran México.
“Antes venían muchos artistas. Jorge Rivero venía mucho por acá a retratarse con sus amigos. Ahora nadie va a querer venir a tomarse fotografías porque ven que están levantando el cemento y las piedras brincan y pueden lastimar a alguien”, comentó en la entrevista de 2012, época en que se reubicó a los comerciantes ambulantes de Plaza de Armas por una remodelación. En cuatro décadas, José Luis contó cuatro o cinco remodelaciones al zócalo de la ciudad, y en todas se iba reduciendo el comercio hasta que en la más reciente, realizada en 2016 durante la administración de Graco Ramírez, desalojaron a todos los que se habían ubicado en la plancha.
En esa época el fotógrafo confesó: “vienen los clientes, claro que vienen, pero ya muy pocos y a veces no saca uno ni para comer. Afortunadamente yo tengo una pequeña pensión y de eso me mantengo, pero esto ya no es negocio como lo era hace años”.
Don José Luis Castro Ramírez fue un optimista irremediable. A mediados de marzo de 2015 y con motivo de una remodelación se le preguntó cuál había sido la época más bonita desde que trabaja en Plaza de Armas, y respondió:
“Todas las épocas han sido bonitas, porque he hecho muy feliz a las personas que se han tomado una foto conmigo. Yo he tenido oportunidad de trabajar en otras cosas, de ganar más dinero en otros oficios que sé, pero me gusta mucho mi trabajo, y aquí voy a permanecer con mis caballitos”.
Durante los seis meses que duró la más reciente remodelación, José Luis tuvo esperanzas de que le regresaran su espacio. Había sobrevivido a todas las modificaciones que realizaron los gobiernos en Plaza de Armas y en todo el zócalo de Cuernavaca; pero con Graco no pudo, y el último retratista de caballitos de la ciudad jamás regresó a su lugar a un lado del asta bandera.
EL LEGADO
José Luis Castro Ramírez creó escuela. De sus hijos, tres se dedican a la fotografía o al menos conocen el oficio. Erika Castro Garduño, de 34 años, se dedica a la foto y Luis Castro Garduño es fotógrafo y trabaja video y el más chico, que tiene 22 años estudia periodismo y también es fotógrafo. A este último no le afectó el cambio de la fotografía digital por la análoga (que comenzó por ahí de los años ochenta en nuestro país); todo lo contrario, lo ayudó porque el material es más económico. La impresión actual es más barata que los rollos y los cartuchos de Polaroid.
LA ÚLTIMA IMAGEN
El 16 de febrero de 2017, 10 horas antes meridiano. Como en una pintura del cubista español Pablo Picasso, los caballitos de José Luis Castro Ramírez quedaron en pedazos, amarrados a un diablo. El día de hoy no pudo instalarse, como todos los días desde hace más de 40 años, porque los peones comenzaron despedazar los andadores de las jardineras del zócalo.
No le avisaron qué día comenzarían las obras y anduvo detrás del subsecretario de Asesoría y Atención Social del gobierno del estado, Jorge Meade González, hasta que tomó valor le dijo que necesitaba un espacio para poder trabajar.
-Póngase ahí -le contestó el funcionario, señalando un sitio frente al lugar que ocupa todo los días el fotógrafo.
-Ahí no porque se pone el de los chicharrones y se va a enojar.
-Pues agarre el lugar que quiera -le respondió Jorge Meade.
-¿No me van a quitar o multar los del Ayuntamiento?
-No. Si le dicen algo me va a ver a mi oficina -le dijo, señalando el Palacio de Gobierno.
José Luis Castro Ramírez tomó su diablo y avanzó con todo y los pedazos de caballos por los pasillos de los jardines de Plaza de Armas, entre el ruido seco y molesto que causaba el marro sobre el cincel de metal y la punta de este sobre el cemento que se despedaza.
Todo el azul del cielo entraba por el ojo de fibra de vidrio del equino más pequeño.