Para escribir —como para amar o hacer el aseo de la casa o jugar futbol— es importante organizar el tiempo. Hay muchas formas en que los autores hacemos esto. Conozco varios que dejan su cierre de textos para el final, digamos cuando va a vencer un contrato, o de plano para el final de sus vidas, muy triste sí, pues a veces lo aplazan tanto que no terminan nada.
Otros intentan terminar lo antes posible, para pasar a otros pendientes o para concentrarse en la realidad o quién sabe, pero también hay quienes dicen que no tiene tiempo para escribir y no lo hacen, es decir, no ejercen su oficio por falta de tiempo (que muchas veces se les va en el trabajo o en enamorarse o en buscarse un hueso en el gobierno).
“Orden y estructura” repito sin descanso cuando hablo de escribir. Ordenar y estructurar, tanto interna come externamente. Más a fondo: cuando escribo debo, en primer lugar ordenarme a mí mismo, mi cuerpo, mis pensamientos y hasta mis emociones, para no escribir con las tripas ni perder el rumbo. Luego, suelo ordenar mi casa, lo mejor que se pueda, desde el cajón de los calcetines hasta los libreros de mi estudio. Más allá de eso, es importante organizar el tiempo.
Siempre habrá tiempo para escribir para quien tenga una pulsión natural para hacerlo y sea lo suficientemente terco como para cristalizarlo. El tiempo es uno de los recursos más importantes del ser humano (y del artista), así que no es solo una conveniencia, sino una necesidad innegociable el saber administrarlo.
En primer lugar, cuando planeo una obra (sí, todo muy organizado), proyecto cuánto tiempo (en horas, semanas, meses) me tardaré en terminarlo, es decir, en desarrollarlo (puede ser desde un mes hasta veinte meses, no sé, cada proyecto es diferente). Luego, tengo que acomodar ese tiempo, distribuirlo, entre mis otras actividades laborales y personales (y familiares y sociales y de otro tipo). De este modo, organizo mi vida: tanto tiempo para escribir, ciertas horas para el ejercicio y la comida, el sueño necesario y lo demás.
Soy más bien diurno para escribir, puedo levantarme al alba y acabar, digamos, poco después de la comida, así que esas son mis horas para trabajar en nuevos libros. A veces lo hago en casa, aunque en los últimos años he preferido ir a sentarme a un café con la laptop y llenar página tras página mientras observo de reojo a los parroquianos.
Dentro de la escritura, igual hay que administrar, darle orden y estructura al trabajo previo, al desarrollo y a la conclusión de un libro. Inicialmente, dedico las primeras muchas horas a la planeación; luego, me enfoco en la investigación (casi siempre iniciada tiempo atrás con apuntes en diferentes libretas); después paso a la escritura del texto; finalmente, reviso (orden) y corrijo (limpieza) antes de dejarlo por terminado.
Los tiempos de promoción son otros: organizar las cosas para enviar a un proyecto o concurso o convocatoria, dar el formato necesario, enviar cartas, etcétera. Eso puede llevar mucho tiempo también y por eso no me he enfocado tanto en eso, sino en mi obra, aunque estoy seguro que cambiaré pronto.
Por ejemplo, hace poco grabamos mi primer libro como audiolibro y pronto subiré mis libros a Amazon y los incluiré en un programa de impresión bajo demanda y todas estas cosas también requieren de mucho tiempo y organización, así que los dejo, que debo organizar algunas cosas…