“Me gusta echar desmadre, pero cuando me propongo algo no hay poder humano que me haga desistir y concluir los proyectos”.
Sentado en un banco de plástico, Leonardo Martínez junto a su esposa Guadalupe Anguiano observaba en una pantalla plana la película “Por mis tierras doy la vida”. Su rostro era el de un hombre que había cumplido su sueño.
No había más de treinta personas la primera vez que se exhibió el largometraje al público y aunque actuó en el filme y lo recibió editado siete días antes, estar ahí con la mayoría de actores, su familia y uno que otro invitado fue como verlo por primera vez:
“Ese miércoles 22 de diciembre de 2020 estaba cumpliendo el compromiso con todas las personas que dedicaron su valioso tiempo y todo su esfuerzo para realizar este proyecto; me sentía muy a gusto porque ya estaba cumpliendo con mis compañeros actores”.
El videohome, filmado en doce días, duró una hora con 15 minutos y durante su proyección mantuvo la atención de los espectadores. Los asistentes que habían actuado en ella se sintieron satisfechos. Cuando acabó, hubo aplausos y se prendieron algunas luces.
Leonardo y su esposa se pararon e invitaron a degustar un pozole a los actores Iván Morales, Leticia Cerón, Rubén Salgado Alemán, Ramón Escorcia, Antonio Morquecho y Ubaldo Martínez Soriano y a los demás invitados.
No estaban en un set en Hollywood ni en un lujoso salón o restaurante, era un patio de tierra improvisado como sala de proyección.
La propiedad se localiza cerca del centro de Tlaquiltenango y aún en la semioscuridad se podía observar un extenso terreno de cultivo con plantas verdes que había servido como escenario en algunas escenas de la película.
“Por mis tierras doy la vida” aborda el problema del cacicazgo en la entidad morelense. Según el productor, no se hizo inspirada en Emiliano Zapata aunque en la película hay referencias claras a la lucha del máximo líder del agrarismo en México:
“Mi padre siempre me dijo que la tierra es de quien la trabaja”, refiere uno de los actores principales.
Intervinieron en el largometraje Leonardo Martínez como actor principal y productor; gerente de producción Guadalupe Anguiano; sonido, José Luis Vera Aguilar y fotógrafo Marco Antonio Martínez Rivera; dirección y guión de José Luis Vera Alamillo; este último, con una amplísima trayectoria como director y guionista con películas como El primer bazukazo (2012), Los empleados de la mafia (2011), 500 Balazos 2 (El principio) (2011), Mi última misión (2011), La troca del moño negro (2008), Día de los malandrines (2006), Se les peló Camelia: La burrera (2006), etcétera. También es escritor y director de dos películas anteriores producidas y actuadas por Leonardo: Soy un tahúr (septiembre de 2019) y El panadero y sus biscochos (abril de 2020), las tres filmadas en Jojutla, Tlaquiltenango y Tlaltizapán.
Después de la proyección de la premier, en entrevista, el Chino dijo que buscaría donde “colocar” la película; la idea es que la gente la vea y que si quiere la critique, pero que la vea.
En los tres proyectos cinematográficos Leonardo se enfrentó a sí mismo: en algún momento lo pusieron a pensar su falta de experiencia y los comentarios de sus familiares, amigos, conocidos y detractores, que lo tiraban de a loco cuando dijo que iba a hacer una película en Jojutla; también combatió con la falta de dinero por la pandemia que causó el mortal bicho en Morelos, por la falta de actores y de personal que lo siguiera en su empresa. Pero, como el personaje del novelista español Miguel de Cervantes Saavedra, Alonso Quijano transformado en Don Quijote de la Mancha, se lanzó a hacer realidad las aventuras que le bullían en la cabeza y encontró quienes creyeron en él.
Al Quijote casi le quitan la vida los “gigantes” contra los que combatió, que en realidad eran molinos de viento, al León casi lo hacen desistir de su objetivo varios problemas técnicos que se suscitaron en Soy un tahúr, y en El panadero y sus biscochos casi lo aniquilan las dificultades personales que tuvo con un actor. En Por mis tierras doy la vida el León del acordeón logró lo que se propuso y se sintió contento con el resultado.
Leonardo Martínez Soriano, El León del Acordeón, nació en Jojutla, el 26 de noviembre de 1981. Ha compuesto más de 40 canciones, principalmente corridos. Toca varios instrumentos; inició desde los siete años en la música y desde hace diez es acordeonista.
Durante algún tiempo se fue a trabajar al norte de México y a Estados Unidos. Allá se tuvo que foguear con músicos muy buenos y aprender con grandes acordeonistas como Juan Villareal y Amador Lozano, el “Centavito”.
El Chino mide un poco más de 1.60, es robusto, moreno, su pelo es negro, ensortijado.
Ha producido ocho videoclips y ha protagonizado algunos largometrajes filmados en varias partes de México y el extranjero: Sicario del infierno, La verdadera historia de Jesús Malverde; Hambre, sed y muerte en el desierto, Matando asesinos, entre otras.
En la actualidad vive en Tlaquiltenango, tiene un taller familiar de pan y vende en un puesto en el mercado municipal de Jojutla; esa es la principal actividad de Leonardo y la combina con presentaciones en fiestas particulares con un grupo norteño que formó hace años.
El León del Acordeón no estudio música ni actuación, ha aprendido todo de manera autodidacta:
“Sí fui a la escuela, pero me dediqué más a echar desmadre. No me interesaba lo que los maestros me enseñaban y me la pasaba haciendo otras cosas. A mí me enseñó la vida y he aprendido de algunos maestros, viendo, oyendo, observando”.
En una entrevista con motivo de la composición del corrido La Virgen Migrante, de su autoría, se le preguntó qué le decían sus conocidos, sus amigos, su familia sobre todas estas actividades a las que se dedicaba y sobre sus iniciativas nada ordinarias en un pueblo como Jojutla, como producir películas:
“Muchos me dicen que estoy loco, me ven como alguien o algo raro. Me gusta echar desmadre, pero cuando me propongo algo no hay poder humano que me haga desistir y concluir los proyectos”, respondió.