El 10 de marzo pasado, la Cámara de Diputados federal aprobó en lo general el uso recreativo de la mota para mayores de 18 años y la portación hasta de 28 gramos (unos cinco cigarrillos, aproximadamente); también se legalizó su producción y comercialización. Aunque debe pasar por el Senado, la ratificación se da por un hecho.
PRIMER CHURRO
ENTREVISTA CON EL MACIZO
Para Julio, este hecho no va a cambiar nada. No sabe quién va a resultar beneficiado. Al menos para la banda pacheca no, porque siempre ha habido y la han conseguido yerba de una u otra forma.
Él tiene 42 años, más de 20 años de fumar yerba, de la que consume de ocho a nueve churros al día.
En entrevista platicó que todo lo tienen controlado los narcos y es probable que haya algún distribuidor clandestino que no pague piso, pero se arriesga a que lo levante y se lo chinguen.
Relató que el orégano chino sí es aditivo: “en mi caso tenía que darme mi gallo para poder ir al baño en la mañana, de ahí en adelante; en el desayuno otro, en el relax otro: el mariguano se busca sus espacios para ponerse.
“Yo comencé a fumar mariguana como a los 17 años, me dio mi primer toque una chava que era de Temixco, la fumé en el centro de Cuernavaca, con los jipiosos; de ahí dije, está chida la mota, y de ahí en adelante.
“Después tuve varios pasones porque la consumía y la mezclé con alcohol, pero no me di por vencido.
“Aquí había banda pacheca, me juntaba con Pepe La Gallina, y con Ángel el Medio kilo, me di dos tres pasones con él porque también le echaba pasta al churro, pero a diferencia de mí él ya se la sabía y yo apenas comenzaba.
“Lo bueno que tiene la mariguana es que te da energía, andas chambeando y bien acá, chido; yo la uso para eso, hago mi chamba bien, con gusto, no me gusta andar de plátano. El efecto puede durar de veinte minutos a media hora, y eso depende de la calidad de la hierba, si está muy buena hasta una hora; hay unas que ponen bien, otras que no, pero ya tú te la sabes y buscas algo que te ponga. Esa sensación de bienestar te hace pacheco.
“La mota es siempre pa’ bajo y si andas plátano pues más bajo; debes saber explotarla para que te dé pa’rriba, eso lo sabe uno con la práctica.
“Yo soy macizo de coraza y la fumo para eso, para ponerme bien. Soy un pacheco positivo. Claro que hay quien la usa para ponerse mal o para darse valor o pelear o atracar. Paquito Loco, cuando anda pacheco, nomás es chido, pero cuando se cruza anda buscando quién lo ofendió para hacerla de pedos: es el Diablo.
“La policía siempre nos ha perseguido a los mariguanos. Una vez andaba por allá por la Barona y me apañaron, me pasaron báscula y me atoraron con medio guato, lo traía acá entre las piernas y me la quitaron. Me preguntaron quién era el bueno, porque los polis andan siempre sobre eso, y el hornazo te delata; les dije que yo era consumidor, me vieron y olieron los dedos y sí. Tuve suerte, la tira andaba sobre unas ratas, pero tuve que pagar quinientos pesos para el desafane.
Una vez sí me atoraron gacho en el Rayito. Fui a conectar y andaban campaneando al bueno, porque allá vendían de todo. Venía por el Rayito, y un policía me estaba haciendo el alto pero yo no lo vi y me pasé. Entonces una patrulla me alcanzó casi llego a Sanan. Iba pasando el difunto Chucho y me estaban basculeando y yo sí traía un guato chido. Los compas me hicieron el paro y consiguieron mil pesos.
“Una de las cosas que con el tiempo ha cambiado es que antes tú tenías que ir por la droga, ahora te la traen, eso es mejor.
“Antes en Altavista había una señora que vendía en grande y a granel. Cuando yo empecé a fumar me costaba veinte pesos el guato, cinco cigarros; ahora eso cuesta cincuenta pesos pero la calidad de la mariguana es menor.
“Hace muchos años yo iba por mota para la banda pacheca hasta la Flores Magón o Altavista o Alta Palmira, pero el mero bueno me daba precio y traía yo un chingo. Además, iba desde la madrugada para ganarle a la tira, la pejota, la Policía Judicial. En ese tiempo estaba de moda el perico y se tiraba chido, los meros buenos estaban aquí en la privada de las Flores”.
Julio afirmó que el promedio de vida de un macizo es más alta que el de un adicto a otra sustancia. “El drogo siempre quiere más y se me te más, pierde trabajo, pierde todo, y hace hasta lo imposible por conseguirla; se mete de rata y hasta puede matar. Vale ciento veinte pesos una grapa y te la chingas y a los veinte minutos quieres más. “Al final es difícil que viva muchos años, se queda en el viaje, en el bote, o muere o lo matan. El pacheco puede llegar a viejo si se la lleva chido.
“Nunca he tenido planta en mi casa, una vez quise tener una y mi mamá me la tiró, también me tiraba a la basura mis bachas, pero tuve que hablar con ella y decirle que no todos los mariguanos somos iguales y con el tiempo entendió”.
SEGUNDO CHURRO
EL GUATO
Los restos de Juanita Salazar Viniegra ya no parecen tan peligrosos, se redujeron a basura desde la aprobación del cannabis.
Eso es lo que queda de aproximadamente un cuarto de kilo de grifa, que me costó un ojo de la cara y no tuvo el fin que debió tener. Me lo consiguió una amiga hace como dos años, y me la entregó en una bolsa de plástico envuelta en papel.
Traerla del centro de la ciudad a mi domicilio fue un problema. Desde que me metí al coche sentí que federales antinarcóticos me observaban y que, después de una persecución espectacular, con balazos, gritos, derrapones, y toda la cosa, en donde yo era el Chapo Guzmán y la cámara principal se me pegaba como lapa, me atraparían. No tenía yo ningún pretexto creíble y justificado para portarla.
¿Qué haría yo sin me metían a la cárcel por portación, consumo o tráfico? ¿Se cumpliría mi sueño de tener un mes para mí solo, sin presiones para resolver mis compromisos monetarios? ¿Comenzaría a escribir los poemas y textos que no me dejan en paz?
Desde que la traje a casa y la escondí en una gaveta descompuesta de un armario me seguía preocupando que esos “judas” imaginarios estuvieran vigilándome en la calle y descubrieran la hierba guardada.
El olor de la “mois” es como el del primer muerto de tu vida, nunca se borra. Algunas veces abría el paquetaxo y el diablo salía inmediatamente convertido en algo invisible y penetrante.
Semanas atrás me había apuntado en una labor social y experimental:
-Yo nunca he probado una fumada de mariguana, menos me he terminado un cigarro.
-Te voy a conseguir un poco y la pruebas y yo te cuido por si te sientes mal.
Pasaron los días, los meses y el “guato” seguía intacto.
Algunas noches soñé que la mota salía de la bolsa, se subía al filo de la gaveta y sentada en el filo de la madera me decía:
-Aparte de miedoso eres pendejo.
TERCER CHURRO
MACERANCIAS
Más por temor que por precaución, compré un litro de alcohol, que antes era muy barato y después del coronavirus cuesta más que cuatro o cinco cigarros de cannabis, y le metí casi toda la hierba para preparar remedio contra reumas de la tercera edad.
La “Dama de la ardiente cabellera” había quedado indefensa dentro de la botella de alcohol del 96 y recordé cierta vez, por la tarde noche, que mi madre me mandó a comprar colitas de borrego con una vecina.
CUARTO CHURRO
EL COLCHÓN DE MOTA
En la misma cuadra de mi casa vivía doña Nelly, una mujer menudita con tres hijos, dos de mi misma edad y una niña; su esposo era militar.
Toqué la puerta y me abrió, estaba sola. Le dije a qué iba y ella me hizo pasar, me pidió que la siguiera hasta su recámara y cuando estuvimos adentro levantó el colchón: ante mí apareció un bastidor tapizado de paquetes grandes. Doña Nelly me pidió que yo cogiera uno de la orilla y recorriera otros para tapar el hueco, así lo hice. Cuando estuvo todo acomodado bajó el colchón y me pidió que la siguiera a una mesita, en donde puso el bulto forrado con plástico. Fue a su cocina y regresó con un cuchillo y bolsas de plástico y papel periódico. Desenvolvió el paquete y un olor penetrante inundó el cuarto; para mí eso era desconocido, no lo podía asociar a nada que en mis nueve o diez años hubiera olido. Lo más próximo era la espesura de la mínima selva del rancho de mi abuelo donde pasábamos las vacaciones.
Doña Nelly cortó un trozo como si se tratara de queso, lo envolvió en un pedazo de periódico y luego en una bolsa de plástico y me lo dio. Yo salí de su casa y entregué a mi madre el encargo.
De la verdolaga sagrada volví a saber tiempo después, en el barrio.
QUINTO CHURRO
EL MARIGUANO Y LA NEGRA DEL PURO
Había un sujeto que le apodaban el Rayo, y al que todos le tenían miedo porque era mariguano y salía a las calles a buscar pleito y nadie le podía ganar. Los sábados por la tarde se ponía a media calle y hacía desfiguros: se quitaba la camisa, se dejaba caer de espaldas al suelo y se incorporaba como si nada.
Para mis amigos y para mí esa droga era como una sustancia que convertía a la gente común y corriente en un superhombre. Junto con la mujer negra, gorda y altísima, que caminaba en medio de la calle, con un puro encendido y un gigantesco canasto en la cabeza, gritando: “¡Cafeeeeeeeé!” eran los monstruos más temibles.
Un día me dejaron solo en la casa, con la puerta abierta. Yo estaba sentado en una mesita, haciendo tarea. De pronto vi aproximarse desde la calle una sombra muy ancha; quise correr pero el miedo me paralizó. La monstrua se paró en el quicio, echó una bocanada de humo de su puro y Gpreguntó con una voz grave:
-¡Va queré café mi negro!